Los emprendedores cubanos

Durante su visita a Cuba, en 2014, Barack Obama popularizó el calificativo de “emprendedores”, para referirse a los negocios privados que recién habían sido aprobados por el gobierno y los colocó entre los “agentes para el cambio del sistema por otros métodos”, que caracterizaba su nueva estrategia hacia la Isla.

En realidad no era algo tan novedoso. Aunque han prevalecido los planes más agresivos, el estímulo a las corrientes que abogan por desmantelar el sistema desde dentro y promover un “cambio gradual y pacífico” del modelo cubano, nunca ha sido totalmente descartado por la política norteamericana. 

Tampoco asignar un supuesto carácter subversivo de la empresa privada ha sido patrimonio exclusivo del “pensamiento del enemigo”, ni ajeno a la construcción del socialismo desde sus orígenes. Lo mismo sirve el ejemplo de la URSS para demostrar que se trata de un camino hacia el desastre, como los de China y Vietnam para argumentar lo contrario. 

Cuba no ha estado al margen de esta discusión, al contrario, durante mucho tiempo se impuso una política muy restrictiva en este sentido, regida por la negativa a admitir la posibilidad de que el socialismo pudiera convivir con la empresa privada, sin alterar sus esencias y comprometer su futuro. 

Solo en el contexto de la llamada “actualización del modelo económico” en 2011, fue iniciado un dilatado proceso de apertura de la empresa privada con el objetivo expreso de dinamizar la economía nacional. La reforma comenzó con la aprobación del llamado “trabajo por cuenta propia” (TPC), actividades individuales con escasa mano de obra asalariada, hasta la creación de las micros, pequeñas y medianas empresas (Mpymes) en 2021, que en apenas dos años han alcanzado la cifra de 10 000 negocios. 

Tal decisión gozó de consenso social, en el entendido de que así lo exigían las condiciones de un país bloqueado, sin acceso a fuentes internacionales de financiamiento ni grandes recursos exportables, necesitado de ofrecer alternativas de empleo y expectativas personales a un capital humano que el mercado laboral estatal no puede asimilar a plenitud. No obstante, no ha sido un proceso que haya avanzado sin la resistencia de sectores, dentro y fuera del gobierno, que lo consideran una distorsión del sistema socialista.

De resultas, la empresa privada cubana ha tenido que avanzar a contrapelo de una visión que, tanto en Cuba como en Estados Unidos, les asigna una función contrarrevolucionaria, supuestamente intrínseca a su propia naturaleza. Lo paradójico es que esta visión no es compartida por el más intransigente de los enemigos del gobierno cubano: la extrema derecha cubanoamericana, que las conciben como una amenaza a sus aspiraciones en Cuba.

En los últimos meses, hemos visto una ofensiva de estos sectores para evitar cualquier gesto del gobierno norteamericano a favor del desarrollo de las Mpymes cubanas. Lograron paralizar la autorización para llevar a cabo algunas gestiones hasta ahora prohibidas por el bloqueo; infiltraron a reconocidos terroristas en un evento de empresarios cubanos en Miami, con vista a crearles problemas con el gobierno cubano e, incluso, organizaron una audiencia del Congreso, para demostrar que las Mpymes eran un “mito”, inventado por Cuba para eludir el bloqueo.

Finalmente, el congresista Mario Díaz-Balart, aprovechando la urgencia para la aprobación de una “ley ómnibus” que destrabara el financiamiento de las actividades del gobierno, introdujo una disposición prohibiendo el uso de los fondos aprobados para la subversión en Cuba, en el apoyo a la empresa privada cubana. 

¿A qué se debe que la extrema derecha cubanoamericana, siguiendo una tradición que se remonta a los orígenes de esta fuerza política, rechace la opción del “tránsito pacífico” en Cuba, muchas veces alentada por el propio gobierno norteamericano?

La razón es que de producirse este tipo de tránsito, tal y como ha logrado implementar el gobierno estadounidense en otros países, estaría encabezado por fuerzas endógenas, que asumirían el poder político en Cuba y ello dejaría fuera del pastel a muchos de los actuales “líderes exiliados”. 

El objetivo de Estados Unidos es el cambio de régimen en Cuba, no importa la vía para alcanzar este fin, toda vez que cualquier alternativa que surja estaría subordinada a sus intereses. Pero para la extrema derecha cubanoamericana el método determina su destino en el futuro cubano, así como el protagonismo adquirido en la política hacia Cuba, base de sus carreras políticas y de las lucrativas ventajas que se mueven alrededor de ella. La apuesta de estos sectores siempre ha sido promover el caos social que justifique la intervención militar norteamericana y llenar ellos el vacío de gobernabilidad que se produciría si este fuese el caso.

Literalmente eso es lo que dice la ley Helms-Burton, que hoy día regula la política de Estados Unidos hacia Cuba, gestada en los tiempos en que Jorge Mas Canosa, chairman de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), tenía las maletas listas en Miami, para asumir la presidencia de Cuba, en cuanto las tropas estadounidenses hubiesen terminado la tarea. “Cuba después de Iraq” llegó a ser la consigna.  

Por eso, los “emprendedores” cubanos jamás tendrán de aliados a la extrema derecha cubanoamericana. Incluso en un hipotético restablecimiento del capitalismo en Cuba serían sus enemigos, en tanto potenciales representantes de las grandes empresas norteamericanas, que llegarían para monopolizar el mercado nacional, como ha ocurrido en otros países latinoamericanos.

Sin embargo, este antagonismo no se cumple para la gran mayoría de la comunidad cubana residente en Estados Unidos y ello constituye uno de los desfases más importantes de la extrema derecha con su pretendida base de apoyo. De hecho, no pocas de las nuevas empresas creadas en Cuba han recibido capital y asesoramiento de los cubanos residentes en el exterior y ello explica que la ofensiva contra las empresas privadas cubanas también esté orientada contra esta posibilidad.

Obama se equivocó al asignar a la pequeña empresa privada una inexorable función contrapuesta al socialismo en Cuba. Es cierto que mucho tiene que hacer el gobierno cubano para erradicar prejuicios, ampliar oportunidades, proveer seguridad e integrar a estas empresas a la economía nacional, pero no existen factores objetivos que lo impidan, si la política aprobada rompe las barreras existentes y ajusta a estas empresas a las necesidades del país. 

Quizás la extrema derecha cubanoamericana sirva para acercar aparentes antípodas y hasta facilite el proceso, queriendo entorpecerlo.

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