
La controversia histórica en torno al 24 de febrero en Occidente (primera parte)
La Junta Revolucionaria de La Habana sesionó el 17 de febrero de 1895 en la casa de Juan Gualberto Gómez en La Habana. Se leyó la orden de alzamiento y cada uno de los asistentes hizo constar el número de hombres con que contaba. Fijaron la fecha para el 24 de febrero.
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El alzamiento por la independencia de Cuba el 24 de febrero de 1895 en Occidente debía haber ocurrido en Ibarra, Matanzas, pero fracasó. ¿Cuáles fueron los motivos de su fracaso y qué incógnitas y misterios quedan por aclarar acerca de ese acontecimiento clave en la historia de Cuba?
José Martí decía que Matanzas estaba “totalmente de acuerdo con el espíritu y acción de las demás comarcas de la Isla” y señalaba que sus grupos conspiradores estaban “capitaneados casi todos por médicos”. Uno de esos galenos era el doctor Pedro E. Betancourt Dávalos, miembro de la generación que Martí llamó “los pinos nuevos”.
La estrategia y organización del alzamiento
Martí funda el Partido Revolucionario Cubano (PRC) en Cayo Hueso en junio de 1892. En agosto llega a Matanzas su comisionado, Gerardo Castellanos, y se reunió allí con más de 150 patriotas e informó a Martí “que en Matanzas todo estaba hecho”. Constituyeron el primer Comité Revolucionario con Emilio Domínguez como presidente y Pedro Betancourt, tesorero.
Para 1894 la dirección revolucionaria entendió que existían las condiciones para el inicio de la “guerra necesaria” al coincidir una situación internacional propicia, especialmente por el apoyo popular en Estados Unidos, y favorables condiciones internas de la isla. La crisis del autonomismo había debilitado las barreras internas al desarrollo de la revolución y la situación económica de la isla favorecía el movimiento independentista debido a los efectos de la guerra de tarifas entre España y EE.UU.
Uno de los factores decisivos del proceso organizador estaba en lograr la coordinación de todos los núcleos conspiradores dentro de la isla para crear una fuerza coherente y efectiva. A través del envío de comisionados especiales Martí planteaba “tender por la isla la red segura de la Revolución”.
El representante personal de Martí en Cuba era Juan Gualberto Gómez, renombrado conspirador y periodista, natural de Sabanilla al igual que Pedro Betancourt y cuatro años mayor que este. En 1984 Martí le dio el cargo de Delegado del PRC en el Departamento de Occidente, y nombró jefe militar al Gral. Julio Sanguily, distinguido en la Guerra Grande. Juan Gualberto se convirtió en el intermediario de la dirección del PRC y los grupos de conspiradores y en el más importante difusor de la ideología martiana en el país.
Años después Juan Gualberto recordaba: “En 1894 existían núcleos tan robustos en todas las provincias que se creyó posible realizar el movimiento ese año. La conspiración obedeció a un plan eminentemente descentralizador. En cada provincia media docena de hombres asumió la dirección de los trabajos comunicándose con Martí y con el Gral. Máximo Gómez” directamente o por conducto del propio Juan Gualberto.

La orden de alzamiento
El primer problema de la organización militar residía en que la mayor parte de los jefes y oficiales de la Guerra del 68, aun cuando querían reiniciar la lucha, supeditaban toda acción a la existencia de un mando militar de experiencia y prestigio en el terreno. Entre ellos estaban el Gral. Francisco Carrillo en Las Villas y Salvador Cisneros Betancourt en Camagüey. Sólo la autoridad de Máximo Gómez podía cohesionar a esos hombres en una estrategia única y nacional. En 1893 y 1894 Martí y Gómez elaboran un plan para llevar a cabo la “guerra necesaria” basado en la simultaneidad de los levantamientos armados en toda la isla apoyados por el desembarco de expediciones en las que vendrían los principales jefes militares de Oriente, Camagüey y las Villas.
Según Juan Gualberto Gómez: “La idea de Martí era que la Revolución no debía ser exportada a Cuba por un grupo de cubanos emigrados, sino que debía surgir del país mismo, iniciada por los cubanos de adentro, limitándose el papel de los emigrados a darle apoyo moral y material y facilitar el desembarco de jefes prestigiosos de la Guerra Grande.” Por tanto, el momento propicio para el alzamiento lo determinarían los conspiradores dentro de Cuba.
Hacia finales de 1894 los complotados de La Habana y Matanzas apremiaban a Martí. Consideraban que la conspiración corría peligro y todos ellos podían ser apresados pues se sabía que el movimiento estaba infiltrado por las autoridades españolas.
Betancourt, Emilio Domínguez, Marrero y otros matanceros urgían a Juan Gualberto a que les fijara fecha para el levantamiento. En enero de 1895 Julio Sanguily exigía a Martí para que diera la orden inmediata de sublevación, porque ya no le era posible esperar más, advirtiendo que si no accedía a sus indicaciones se sublevaría solo.
La ansiada autorización para sublevarse, fechada 29 de enero y firmada por Martí, José María “Mayía” Rodríguez, como representante del Gral. Máximo Gómez, y Enrique Collazo, comisionado de la Junta Revolucionaria en La Habana, le llegó a Juan Gualberto Gómez a principios de febrero, introducida desde EE.UU. dentro de un tabaco. En ella se autorizaba a llevar a cabo el levantamiento en la segunda quincena de febrero, exigiendo que hubiera al menos tres provincias dispuestas, siendo indispensable que una de ellas fuera Oriente.
Ello ponía al delegado de Martí en un aprieto: si no se lograban cumplir era él quien debía suspender o aplazar el alzamiento y dar contraorden a las provincias y grupos ya comprometidos. ¡Menuda responsabilidad!
La Junta Revolucionaria de La Habana sesionó el 17 de febrero en la casa de Juan Gualberto en La Habana. Se leyó la orden de alzamiento y cada uno de los asistentes hizo constar el número de hombres con que contaba. Continúa Juan Gualberto: “Y nos fijamos en el 24 de febrero… el 24 era un domingo… y era el primer día de carnaval; de donde resulta que no había de causar extrañeza… que pudieran formarse grupos de gente a caballo, que anduviesen por aquí o por allá y hasta que alguien se disfrazase.”
También se acordó que los jefes se ocultaran desde el 20 para evitar ser detenidos. “Habíamos convenido que el día 20 todos los que figurábamos a la cabeza del movimiento debíamos ya desaparecer de nuestros domicilios…” Pero este acuerdo, lamentablemente, no se pudo cumplir.
En una carta que le enviara poco después del fracasado alzamiento, Betancourt le asegura a Juan Gualberto: “…en la penúltima entrevista que tuvimos… quedé yo definitivamente encargado de transmitir la orden de dicho pronunciamiento a cada uno de los jefes de grupo de la provincia de Matanzas, en tiempo y oportunidad para que cada uno acudiese a la hora y día prefijado, con su contingente, al lugar señalado para la concentración. Para que cada cual recibiese su aviso con precisa oportunidad, yo había, previamente, consultado uno por uno cada jefe en particular para que, a una convenida fecha del levantamiento, tuviera tiempo de preparar y llevar su grupo al lugar de reunión… pude cumplir lo convenido con la más estricta sujeción a lo estipulado. Cada jefe de grupo bajo mi dependencia supo, cuando debía saberlo, y sólo entonces, el día, la hora y el lugar designado para el levantamiento.”
Entre el 18 y 23 de febrero Betancourt transmitió la orden a todos los jefes de los grupos. Una década después el veterano luchador Juan Gualberto Gómez enjuiciaba: “De los comprometidos a dar comienzo a la obra patriótica, no todos cumplieron con su palabra, ni todos se portaron con honradez; y de los que cumplieron, no todos tuvieron el favor de la fortuna, y muchos sucumbieron en la contienda.”

La adhesión del Gral. Carrillo: versiones contradictorias
En la reunión de la Junta Revolucionaria del 17 de febrero, Pedro Betancourt fue comisionado para entrevistarse con el Gral. Francisco Carrillo en Remedios, Las Villas, y entregarle la orden de levantamiento. Esa misión la cumple el viernes 22. Carrillo, sin embargo, le contesta que tenía instrucciones de Máximo Gómez de no sublevarse hasta que él no estuviera en Cuba. Por ese motivo la provincia central se mantuvo quieta el 24 de febrero, lo que hizo más difícil sostener la revolución en Matanzas. Y se incumplía una de las condiciones de Martí para la sublevación.
Para esa gesta, según Pérez Guzmán, “Martí no logró el total apoyo de importantes grupos de conspiradores, como el de Holguín, ni de importantes jefes de las pasadas contiendas como Francisco Carrillo.” Y sobre la incorporación de Camagüey: “se tenían noticias de que la provincia no estaba dispuesta a figurar entre las iniciadoras de la contienda.”
Martí le había escrito a Juan Gualberto: “Mi opinión personal es que jamás debe Occidente, jamás, empezar sin convivencia previa de Oriente y alguna sólida conexión en Las Villas, cuyo consejo indispensablemente habrán ustedes de demandar…” La negativa de Carrillo hacía incumplible la condición de Martí de que, como mínimo, tres provincias se sumaran al alzamiento, y obligaba a Juan Gualberto a dar contraorden a Matanzas y Oriente. El representante de Martí no estaba dispuesto a aplicar los frenos a la revolución.