Acorazado USS Maine, un enigma perenne

Las opiniones en torno a las causas que motivaron la explosión están divididas desde entonces: ¿fue una explosión de fuera a dentro o de dentro a fuera? ¿Intencional o fortuita? ¿Sabotaje, accidente o negligencia? ¿A quién culpar de la catástrofe?

Una explosión, seguida de otra más fuerte aun, que sonaron en dirección a la bahía, sorprendieron a La Habana poco después de las 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898 y, con la ciudad a oscuras, hacia la bahía corrieron muchísimos habaneros para encontrar que el acorazado USS Maine, fondeado allí desde el 25 de enero, ardía en una pira inmensa acompañada de otras explosiones que se coronaban, como en los fuegos artificiales, con luces rojas, verdes, azules, amarillas…

Una catástrofe horrenda. Cuenta Federico Villoch en una de sus Viejas postales descoloridas que, como prueba elocuente de altruismo, muchos de los que se congregaron en el lugar del hecho se lanzaron al mar, a nado o en botes, para sacar de las aguas a gran número de náufragos cuyas voces de auxilio resonaban en medio de las llamas que consumían la embarcación. En el Hospital Militar de San Ambrosio, su director, el coronel Agustín Muniozguren, de la Sanidad española, médicos y Hermanitas de la Caridad, que prestaban servicios allí como enfermeras, daban a los heridos un trato esmerado.

Periódicos neoyorkinos se apresuraron a acusar como autores o cómplices de la tragedia al periodista español Francisco Díaz, que firmaba como Paco de Oro, sus columnas de temática taurina, y a la escritora, también española, Eva Canel, mentiras que no tardaron en desplomarse.

Las opiniones en torno a las causas que motivaron la explosión están divididas desde entonces: ¿fue una explosión de fuera a dentro o de dentro a fuera? ¿Intencional o fortuita? ¿Sabotaje, accidente o negligencia? ¿A quién culpar de la catástrofe?

Las preguntas se acumulan una tras otra y a más de 127 años del suceso, no hay ninguna respuesta concluyente. Lo único cierto es que el Gobierno de Estados Unidos utilizó la explosión y hundimiento del Maine para declarar la guerra a España e inmiscuirse en la contienda que libraba Cuba contra el régimen colonial.

En cuanto al desastre en sí, no se ha podido precisar si la tragedia fue motivada por una mina o por un estallido interno, accidental o provocado. En su libro La explosión del Maine: el pretexto (1998) dice el historiador cubano Gustavo Placer Cervera que la causa del estampido es aún un enigma y quizás lo sea para siempre.

LA FUENTE INTERNA

La duda pareció desvanecerse casi 50 años atrás cuando el almirante Hyman G. Rickover, asesor del presidente Carter, publicó su libro Cómo fue destruido el acorazado Maine (Department of Navy, Washington DC, 1976). Rickover sometió a análisis toda la información disponible. No tenía otra alternativa para su pesquisa: el 16 de marzo de 1912 los restos del barco siniestrado habían sido hundidos ceremoniosamente, ante la presencia de unidades de la Armada norteamericana y cañoneros cubanos, a unas cuatro millas al norte del Castillo del Morro de La Habana y a cien brazas de profundidad.

“No hemos encontrado ninguna certeza técnica en la documentación examinada de que una explosión externa iniciara la destrucción del Maine. Las pruebas disponibles están en consonancia únicamente con la explosión interna. (…) Lo más probable fue el calor de un incendio en la carbonera contigua al pañol de reserva de cargas de seis pulgadas. No obstante, como no hay modo de probarlo, no pueden eliminarse como posibilidades otras causas internas”.

Eso puntualiza Rickover y ofrece en su libro otros motivos menos probables, pero posibles: la explosión pudo ser originada por un sabotaje perpetrado por algún miembro de la dotación del buque, un accidente con arma de fuego portátil, la bomba colocada por algún visitante…

PROBAR LO CONTRARIO

La verdad parecía saldada definitivamente. No fue así. En 1995 un nuevo libro, Recordado al Maine, de Harold y Peggy Samuels, publicado por el Smithsonian Institute, salía a la luz para intentar probar justamente lo contrario. Luego de una pormenorizada reconstrucción histórica de la tragedia, los autores resucitaban la versión de que el hundimiento fue consecuencia de una mina.

En febrero de 1998 la National Geographic Magazine publicaba un artículo que daba a conocer los resultados de la investigación llevada a cabo por la Advanced Marine Enterprises, entidad que acomete estudios de diseño de los buques de guerra norteamericanos. Se había concluido que las averías del Maine pudieron haber sido provocadas por una explosión interna o externa. Eso hizo que el autor del reportaje tomara partido por la causa externa y minimizara la posibilidad, también reconocida, de la causa interna. Un mes después de la publicación del material, el vicepresidente de la Advanced Marine Enterprises salía a la palestra para puntualizar que la destrucción del acorazado había sido fruto de un accidente fortuito. La investigación establecía que la causa no estaba clara, pero los datos recogidos apuntaban hacia la tesis de un accidente más que a la acción de una mina.

El periódico El País, de Madrid, daba cuenta de la pesquisa de la Universidad de Valencia. “Si el hundimiento del Maine fue causa de un sabotaje o no, sigue siendo un dilema histórico”. Más adelante consignaban los investigadores que la quilla extrañamente retorcida del buque explicaba la causa de la catástrofe a partir de la combustión espontánea, provocada por el calor acumulado en una carbonera adyacente al pañol de municiones de reserva y no como consecuencia de la explosión de una mina submarina.

En el transcurso de los años, la detonación ha sido atribuida asimismo a una falla eléctrica y a la enfermedad siquiátrica de uno de los tripulantes del navío que, coincidentemente, era el oficial de guardia el día de la tragedia. En el Maine, por otra parte, se fumaba en lugares donde estaba estrictamente prohibido hacerlo. Si el hecho se debió a una negligencia, es muy probable que el culpable muriera en el acto o que, de haber quedado vivo, callara para siempre.

¡RECUERDEN AL MAINE!

Poco importa ya si el siniestro fue intencional o fortuito, si fue externa o interna la explosión.

“Lo que dio trascendencia histórica a la destrucción del Maine –dice Placer Cervera en su libro citado- fue la manipulación que del hecho se hizo con el objetivo de preparar emocionalmente a la opinión pública norteamericana para la guerra. El hundimiento del Maine fue convertido así en un pretexto para la intervención en el conflicto cubano-español”.

Una Cuba independiente no encajaba en los planes de los sectores más conservadores de la política estadounidense. Veían con preocupación la guerra contra España en la que los cubanos parecían llevar la iniciativa militar. La Isla era para ellos una pieza clave en el dominio del Caribe. El presidente McKinley era partidario de comprarle Cuba a España. Otros, como Teddy Roosevelt, secretario auxiliar de Marina entonces y futuro presidente de la nación, se pronunciaban por una acción enérgica. El Maine le vino como anillo al dedo. Mientras, Roosevelt llamaba al envío urgente de una escuadra a La Habana, la prensa agitaba el fantasma de la guerra y sectores populares pedían al Gobierno una rápida decisión.

Dos periodistas rivales, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, coincidían en el mismo objetivo. El Journal, de Hearst, triplicó su tirada diaria y alcanzó, por primera vez en la historia de un diario, la cifra de más de un millón de ejemplares. Fue en sus páginas que se acuñó la frase de “’¡Recuerden al Maine!” que propició un clima de franco histerismo.

Los adolescentes preguntaban cuándo podrían alistarse. Búfalo Bill aseguraba que expulsaría a España de Cuba con el empleo de 30 000 indios bravos. Se proponía crear una unidad militar conformada solamente por atletas famosos y una señora subía la parada al sugerir la creación de un batallón de caballería compuesto solo por mujeres.

MALA SOMBRA DE UN BARCO

El Maine tenía mala sombra. El astillero de Nueva York puso su quilla el 17 de octubre de 1888 y no fue hasta casi siete años después -17 de septiembre de 1895- cuando se le consideró apto para el servicio. Esa demora resultó en un barco desfasado al que no quedó otro remedio que clasificar como acorazado de segunda clase.

Sufrió un incendio durante su construcción y a partir de su botadura tendría una vida accidentada. El mes de febrero le resultó siempre fatal: quedó varado en febrero de 1896; en febrero del año siguiente un golpe de mar se llevó a cinco de sus tripulantes frente a cabo Hatteras, y dos días después dos de sus hombres quedaron heridos por una explosión a bordo. Por último, el 15 de febrero de 1898, explotaba en el puerto habanero.

Para más señas, el día de su destrucción el Maine no debió haber estado en La Habana. Preocupado por las condiciones sanitarias de la ciudad y consciente de que a más tiempo de permanencia mayor era el peligro de contraer la fiebre amarilla, el Secretario de Marina norteamericano quería que la tripulación del acorazado estuviese el 17 de febrero en los carnavales de Nueva Orleans, el famoso Mardi Gras, por lo que el barco debía zarpar el 15 del puerto de La Habana.

El torpedero Cushing lo sustituiría hasta su regreso. Por motivos inexplicables los oficiales que transcribieron el despacho cifrado del Secretario no consignaron que el torpedero saldría de Cayo Hueso el 15. Partió en definitiva el 11 y estuvo solo un día en La Habana. El Maine no se movió.

Pese a su condición de acorazado de segunda, el Maine, con sus 6 682 toneladas de desplazamiento, dos hélices, 96 metros de eslora, 17 metros de manga, 6,6 metros de calado y una velocidad de proyecto de 17 nudos, era uno de los mayores y más poderosos navíos de la Armada norteamericana. Disponía de cañones de diferente calibre y cuatro tubos lanzatorpedos. Expresa Placer Cervera: “Era posiblemente el mayor buque de guerra que jamás hubiera entrado en la bahía habanera. Era como una fortaleza introducida en pleno corazón de la capital cubana”.

Valga desmentir algunas aseveraciones en torno al Maine. Veintiséis eran sus oficiales y 328 sus alistados. Los negros no eran mayoría en su tripulación ni tampoco fueron mayoritarios entre los muertos: murieron dos oficiales y 258 aforados; de ellos, solo 22 eran negros. Otros cinco hombres y un oficial –el de guardia cuando la explosión- fallecieron con posterioridad a consecuencia de las heridas recibidas. Pero nunca se añadieron a la lista de bajas.

Se repite asimismo que la oficialidad no se encontraba a bordo cuando la explosión. Nada dice al respecto Placer Cervera. El capitán de navío Charles D. Sigsbee, comandante del Maine, estaba en su camarote, escribiendo, al ocurrir la tragedia. Su segundo también se hallaba a bordo. Sigsbee fue el último de los tripulantes que abandonó el acorazado.

LA GUERRA QUE VIENE

Investigadores españoles achacaron el suceso a factores internos y desmintieron la posibilidad de una mina: hubiera provocado una columna de agua, que no se vio, y peces muertos, que no se encontraron. Resaltaron los peligros de la combustión espontánea del carbón y no ocultaron su sorpresa de que el Maine tuviera todavía los pañoles de municiones al lado de las carboneras.

Opinaron asimismo investigadores norteamericanos. Entendieron que la destrucción del acorazado fue resultado de dos explosiones. Una pequeña, externa, que desencadenó otra interna, enorme.

No había más que hablar. Era la conclusión que reclamaba la extrema derecha norteamericana. La guerra estaba a la vuelta de la esquina.

Joaquín Molinet, periodista cubano.