Yo me fui a Guanabacoa a casa de un babalao

De los días de la toma de La Habana por los ingleses (1762) viene en Guanabacoa la historia del santo que mató a un hombre.

Habían saqueado la villa los ocupantes y radicaron su cuartel en el convento de Santo Domingo, abandonado ya por los frailes, y nada hubo en las naves majestuosas de la instalación que escapara a sus profanaciones y chacotas. Se apoderaron allí de un botín cuantioso, ya que los curas, en el momento de la huida, llevaron consigo los vasos sagrados y las reliquias, no así el oro y la plata que se atesoraba en el templo.

Cuando nada quedaba por robar, un soldado inglés que semidesnudo pasaba la borrachera sobre las losas de la iglesia, reparó en el anillo que lucía en uno de sus dedos la imagen de bulto de San Francisco Javier, apóstol de las Indias, colocado en una de las hornacinas del altar mayor. Decidido a apoderarse de la prenda, enlazó el cuello del santo con una cuerda y tiró de ella sin que lograra que la imagen se desprendiera de la peana. Varios soldados acudieron en su ayuda, y fue entonces en que el santo se vino abajo y en su caída mató al que había descubierto la prenda. Buscáronla sus compañeros, pero no apareció.

Salieron los ingleses de La Habana, luego de recibir a cambio la península de la Florida, y los dominicos volvieron a su convento, restauraron la imagen de San Francisco Javier y la colocaron en su sitio.

Pasó un siglo, y un día, mientras se preparaba el altar mayor para el monumento de la Semana Santa, el pintor Gil Castalleda encontró el anillo. Había quedado en la curvatura de una cornisa.

Una frase popular, que se ha repetido a lo largo de los siglos, asegura que no se puede meter La Habana en Guanabacoa para ilustrar con ella el intento de meter en un sitio algo que en él no cabe. Sin embargo, vive por sí esa tierra de tradiciones y leyendas que muestra una historia rica y un transcurrir lleno de curiosidades, al punto de que se ha dicho que si un visitante quiere conocer de verdad a Cuba debe iniciar por Guanabacoa su visita. Su casco histórico (Monumento Nacional) tiene el aire de las viejas ciudades de la Isla; su arquitectura remeda a la de las villas que fundara a comienzos del siglo XVI el Adelantado Diego Velázquez, primer gobernador de la Colonia.

Merecen visitarse entonces en esta ciudad del sureste de La Habana la Ermita del Potosí, uno de los templos católicos más antiguos de la Isla, de guano y tablas hasta que en 1675 se redificó y que conserva su original estilo mudéjar. También la llamada Casa de las Cadenas, edificada antes de 1724 y que sirvió, durante trece días, de parroquial mayor, lo que valió a su propietario distinciones y reconocimientos, entre ellos el derecho de colocar cadenas entre las columnas de la fachada de su vivienda, lo que otorgaba a esta el privilegio de no poder ser allanada por la justicia y concedía protección al prófugo que lograra aferrarse a ellas.

Las colecciones del Museo Municipal asombran a legos y entendidos. Dignos de verse son la iglesia donde se venera la imagen de la Virgen de la Asunción, el edificio de los Escolapios y el convento de Santo Domingo, así como el del cine-teatro Carral… La vieja cárcel de mujeres, a donde fue a parar, como reclusa, una ex primera dama de la República.

A esta ciudad del este de La Habana, a medio camino entre el centro de la capital y un manojo de playas fabulosas, se impone caminarla al azar por calles caprichosas, entre mansiones señoriales y campanarios vetustos.

LA TIERRA DEL SANTO

A su rico patrimonio material, muy deteriorado por el tiempo, el abandono y la desidia, se suma otro no menos apreciable. Guanabacoa es tierra de tradiciones y leyendas. Y tierra de santeros, la cuna del santo, se asevera. Cuando alguien tiene problemas de cualquier índole, se le recomienda que busque en Guanabacoa la ayuda de un babalao para que lo “registre” o lo “mire” con los caracoles, el coco o el ékuele, y le recete el ebbó o trabajo de santería que requiere su caso. Lo dice una canción popular: Yo me fui a Guanabacoa a casa de un babalao…

En el cementerio viejo –hay seis en el territorio guanabacoense- fue inhumado André Petit, el llamado Caballero de Color, abakuá y palero, un brujero famoso, como lo definió Fernando Ortiz, un ser de carne y hueso que pasó a la leyenda o de la leyenda transitó a la realidad histórica con su báculo, que heredaría don Fernando, confeccionado con ramas de olivo de la Tierra Santa. El Papa lo recibió en audiencia privada y en aquel encuentro recibió la indulgencia papal que respaldó la creación de la Orden del Santo Cristo del Buen Viaje, y movió la introducción del crucifijo y la plaza de Absi (Dios cristiano) en el ñañiguismo, acuerdos con el Sumo Pontífice que, aseguran especialistas, hicieron que en Cuba se permitieran y respetaran las asociaciones ñáñigas. Fue Petit el creador, en 1863, de una potencia abakuá exclusiva para blancos, lo que Ortiz llamó “una especie de reforma protestante del ñañiguismo” y que en buena medida contribuyó a la integración racial porque con ella lo abakuá dejó de ser cosa de negros para ser cosa de cubanos.

Petit murió, de causas no precisadas, a los 48 años de edad, y lo inhumaron en el panteón de los franciscanos en el cementerio viejo de Guanabacoa. De allí fue sustraída su calavera, tal vez por un devoto que la quiso como reliquia. ¿Qué fue de ella? ¿A dónde fue a parar? ¿La sacaron de Cuba? Es uno de los tantos misterios que exornan esta villa, como el que habla del pacto que con la Divinidad hiciera fray Ignacio del Corazón de Jesús Moreno y Rapallo, conocido como el Padre Santo de Guanabacoa, para evitar que los rayos dañaran a esa localidad y a su gente, lo que dio pie a una de las disfrutables Tradiciones cubanas, de Álvaro de la Iglesia.

Quizás sean pocos los que conozcan que el automóvil más antiguo en la Isla –un Buick de 1902- pertenece al Museo de Guanabacoa y funciona aún de maravilla. Que el primer camino propiamente dicho que existió en La Habana fue abierto, en 1575, a machetazo limpio por doce negros y doce indios, que para hacerlo se valieron de sus propias herramientas y devengaron por ello los jornales correspondientes. Que en el convento de San Francisco funcionó a partir de 1857 la primera Escuela Normal para Maestros que existió en el país. Que en una casa de la villa, en 1893, Juan Gualberto Gómez, en un duelo a espada, puso fuera de combate al periodista Ignacio Sola, que lo ofendió en un artículo. Que en el Liceo de Guanabacoa, en 1879, habló en público José Martí por primera vez en Cuba… Más conocido es que allí nacieron tres grandes de la música cubana: Rita Montaner, Bola de Nieve y Ernesto Lecuona.

LA COTORRA

Guanabacoa, se dice, fue fundada el 12 de junio de 1554 para asentar en ella a indígenas dispersos que se movían en la zona. Un año más tarde, el gobernador Gonzalo Pérez de Angulo, que había huido de La Habana ante el ataque del corsario francés Jacques de Sores, estableció allí la capital de la Isla. Con el tiempo, en 1762, José Antonio Gómez y Bullones (Pepe Antonio) alcalde mayor de la villa, enfrentó, al mando de 70 hombres mal armados, a los invasores británicos y dirigió exitosamente las primeras cargas al machete que se registran en la historia de Cuba. En unas 50 acciones combativas, y siempre machete en mano, Pepe Antonio causó más de 300 bajas al enemigo. Fue Guanabacoa, en el siglo XIX, lugar preferido por las clases pudientes cubanas para pasar los días de verano, pues es una zona que se caracteriza por la pureza de su aire, sus suaves colinas y lo pródigo de sus manantiales. Tres de ellos fueron célebres; el de San Francisco, el de la Fuente del Obispo y, sobre todo los de La Cotorra.

Los que lo vistamos de niños, no hemos olvidado aquellas tardes en La Cotorra, con sus jardines y sus pozos colectores, su salón de fiestas, preferido para cumpleaños, reunión de amigos y celebraciones de 15.  Su parque infantil. Desde la glorieta partía un camino de piedra hasta la cima de la loma que aseguraba un panorama que cortaba el aliento.

Otro recuerdo que se asentó para siempre en el paladar: las papas rellenas de El Faro, en las calles Pepe Antonio y Máximo Gómez. Insuperables. Nadie le discutía la primacía. De elaborarse aún hubieran hecho más reconfortante aún este dia en Guanabacoa.

Joaquín Molinet, periodista e historiador cubano.