
Migrantes Cubanos: De La Excepcionalidad a La Exclusión
El gobierno de Donald Trump por primera vez colocó a los nuevos inmigrantes cubanos en un limbo legal, que puede conducir a su deportación. De esta manera, ha sido violentada la relación entre los privilegios otorgados a la inmigración cubana, sin parangón en la historia de Estados Unidos, y la función desempeñada por estos migrantes en la política de ese país contra Cuba.
Según los últimos datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos, en ese país viven cerca de 2,5 millones de personas de origen cubano, lo que equivale al 80% de la emigración originaria de Cuba y sus descendientes.
Alrededor de 1,8 millones, es decir, el 72%, nació en Cuba, lo que confirma un incremento extraordinario de la migración en los últimos años, toda vez que, en 2020, esta proporción rondaba el 50% de la población cubanoamericana.
En el bienio 2022-2023 fueron procesados por la patrulla fronteriza estadounidense (CBP) unos 625 000 cubanos. Aunque salieron de Cuba de manera legal, sin causas pendientes ni obstáculos para regresar, se presentaban ante las autoridades norteamericanas en calidad de solicitantes de asilo político. Casi todos fueron aceptados de manera temporal, pero con la ventaja de que al año de estancia en ese país podían acogerse a la Ley de Ajuste Cubano y obtener la residencia permanente en Estados Unidos.
Otros 110 000 inmigrantes cubanos ingresaron esos años mediante el llamado “parole humanitario”, establecido por la administración Biden para varios grupos de inmigrantes de diversas nacionalidades. También quedaban pendientes de un ajuste migratorio, pero en el caso de los cubanos igual podían resolverlo mediante la Ley de Ajuste, establecida solo para ellos.
El problema surgió cuando el gobierno de Donald Trump rechazó la legitimidad de estos procesos y por primera vez colocó a los inmigrantes cubanos en un limbo legal, que puede conducir a su deportación. De esta manera, ha sido violentada la relación entre los privilegios otorgados a la inmigración cubana, sin parangón en la historia de Estados Unidos, y la función desempeñada por estos migrantes en la política de ese país contra Cuba.
En el caso cubano, Estados Unidos implantó mecanismos de estímulo a la emigración que no ha repetido en ningún otro país. Sus objetivos han sido drenar a la economía de su capital humano, introducir un factor de inestabilidad en la sociedad, crear la base social de la contrarrevolución en el exterior y desprestigiar el proceso revolucionario a escala internacional.
Los migrantes cubanos fueron entonces aceptados indiscriminadamente en ese país, podían obtener rápidamente la residencia y gozar de programas específicos para su asentamiento e integración a la sociedad norteamericana. El “golden exile” miamense se construyó bajo estas premisas y también sobre otras más retorcidas.
Violando la ley que prohíbe su funcionamiento dentro del territorio nacional, para la guerra contra Cuba, la CIA estableció en Miami la estación más grande del mundo e invirtió cuantiosos recursos en la creación de una infraestructura operativa, que catapultó a los inmigrantes cubanos a posiciones de privilegio en la vida económica y política de la región.
Con la impunidad resultante de esta asociación, los contrarrevolucionarios cubanos organizaron a los grupos terroristas más letales y despiadados del continente, colaboraron con los crímenes de las dictaduras de extrema derecha y las bandas delincuenciales latinoamericanas, asesinaron a personas dentro del propio territorio estadounidense e impusieron las posiciones de la extrema derecha en la política local de Miami.
También muchos cubanoamericanos funcionaron como operadores, banqueros y asistentes legales de las redes de narcotráfico que se establecieron a finales del siglo pasado en el sur de la Florida y convirtieron a la región en una en una de las principales puertas de entrada de la droga en Estados Unidos.
Miami, que ya cargaba con un pasado donde imperaba la mafia y la corrupción, devino el epicentro de la política anticubana y la capital de la derecha latinoamericana. Ello ubicó a los cubanoamericanos en la ultraderecha del espectro político estadounidense, una orientación bastante ajena a las tradiciones cubanas, pero adaptada al “sur profundo” de Estados Unidos, donde se han asentado.
A partir de esta plataforma se articularon los grupos de poder cubanoamericanos y fueron ascendiendo en la estructura política estadounidense, hasta alcanzar su pináculo en la actual administración de Donald Trump, cuando la Florida fue escogida como refugio del presidente –perseguido por los tribunales newyorkinos- y cuartel general del movimiento MAGA.
Hasta aquí es una historia bastante conocida, lo paradójico es que el ascenso de los políticos cubanoamericanos a posiciones más relevantes dentro del sistema político norteamericano, se corresponda con el deterioro absoluto de los privilegios que, hasta ahora, han distinguido a los cubanos sobre el resto de los inmigrantes en Estados Unidos.
Diversas razones explican este fenómeno. En primer lugar, ha cambiado la estrategia contra Cuba, que justificaba un trato excepcional a los inmigrantes cubanos. Inspirado en una propuesta de la derecha cubanoamericana, ya el gobierno norteamericano no alienta la emigración, sino que la limita al máximo, con el fin de incrementar las tensiones sociales domésticas. De resultas, la derecha cubanoamericana, que en buena medida ascendió en la política norteamericana bajo el chantaje de la excepcionalidad de los inmigrantes cubanos, ahora es cómplice de su represión.
En segundo lugar, los privilegios otorgados a la inmigración cubana han sido posibles en un entorno económico distinto y mediante un tratamiento que la equiparaba con la clase media blanca estadounidense, lo que no se aviene con las necesidades actuales del sistema ni con la filosofía antinmigrante y xenófoba, que sirve de cohesión a la base política de trumpismo.
Además, lo que fue la relativamente aceptable inmigración blanca y aburguesada, que conformó el llamado “exilio histórico cubano” de las primeras décadas, se transformó en un “morralla latina despreciable”, en la medida en que se incorporaron sectores populares al flujo migratorio procedente de Cuba.
¿Por qué se salvan los políticos cubanoamericanos de esta lógica discriminatoria? Pues porque en realidad no es un problema de raza u origen nacional, sino de clase, en definitiva, hasta la esposa del presidente y el hombre más rico del país son inmigrantes y, en estos casos, pocos recuerdan este “accidente”.
Mientras los magnates cubanoamericanos y los políticos que los representan se salpican con las ventajas que les ofrece el trumpismo, los inmigrantes cubanos han caído en el saco de “todos y cada uno de los malditos países que han estado inundando nuestra nación de asesinos, parásitos y adictos a los subsidios”, al decir de la secretaria de seguridad interna Kristi Noem.
De resultas, las puertas para la emigración cubana están cerradas, ni siquiera son aceptados de visita, y los que llegaron en los últimos años se encuentran limitados en la posibilidad de acogerse a la Ley de Ajuste o cualquier otro de los beneficios que antes disfrutaban. Incluso están paralizados los procesos de residencia y ciudadanía para los que arribaron antes, así como se anuncia una “profunda revisión de los ya procesados”.
Por primera vez, los inmigrantes cubanos viven con el temor a las redadas del ICE en las calles de Miami y ser deportados a Cuba o a cualquier otro país del mundo, han sido cancelados los permisos de trabajo y hasta las cuentas bancarias pueden ser embargadas, si no se demuestra la legalidad del estatus migratorio en Estados Unidos.
¿Qué impacto puede tener esta situación en el comportamiento político de la comunidad cubanoamericana, el único grupo de votantes latinos que apoyó mayoritariamente a Donald Trump en las últimas elecciones?
Aunque los que votaron por Trump, dígase los que son ciudadanos, no han sido los más perjudicados por esta política e incluso muchos de ellos pueden sumarse a la discriminación de los suyos, como ocurre frecuentemente en la sociedad norteamericana, al menos una parte debe sentirse afectada por el clima de inseguridad y desprecio que ha sido instaurado por este gobierno y ello podría verse reflejado en su comportamiento político.
Esto no quiere decir que es previsible grandes cambios en la estructura política que controla a la comunidad cubanoamericana, toda vez que la influencia de la extrema derecha nunca ha dependido de la capacidad real de este voto, sino de las funciones que cumplen dentro del sistema y su articulación con sectores de poder norteamericanos, especialmente aquellos vinculados al partido republicano.
Tampoco es de esperar una “revolución” en la esfera ideológica, donde el conservadurismo de la mayoría de los cubanoamericanos está asociado no solo al conflicto con la Revolución cubana, sino a las corrientes reaccionarias prevalecientes en el propio estado de la Florida, no importa el partido que gobierne. A ello se suma lo difícil que resulta romper las reglas del consenso tradicional, que vinculan a las personas con su grupo de referencia, sobre todo cuando han servido para racionalizar una decisión tan traumática como emigrar del país de origen.
En resumen, es muy poco probable que un personaje como Zohran Mandani resulte electo por los cubanoamericanos, pero el descontento con la política de Donald Trump puede conducir a la derrota de alguno de los tres congresistas republicanos de origen cubano en el estado, en la práctica los principales voceros de la extrema derecha cubanoamericana en el Capitolio, y ello implicaría un cambio significativo respecto a la dinámica política existente.
Una señal nada despreciable, aunque no solo debe ser achacable a modificaciones del voto cubanoamericano, es la reciente elección de Eileen Higgins para alcalde de Miami, derrotando por amplio margen a un candidato auspiciado públicamente por el propio Donald Trump. Se trata de la primera mujer que gobierna la ciudad, así como también la primera persona demócrata y no cubanoamericana, que ocupa ese cargo en los últimos treinta años.
Cuba también se enfrenta una situación novedosa respecto al fenómeno migratorio. Aunque, en medio de una situación económica muy desfavorable, efectivamente las limitaciones a la emigración implicarán un incremento de las tensiones domésticas, también es cierto que contener la avalancha migratoria resulta beneficioso para el país, dado su impacto en la economía, la demografía y la psicología social.
Se impone, por tanto, una revisión de la política existente, requerida de grandes cambios económicos y sociales, para ofrecer alternativas de realización a los potenciales migrantes, prever el tratamiento a los retornados, así como establecer mecanismos novedosos para la integración a la vida nacional de los cubanos que viven fuera del país, cuyo vínculo con sus familiares debe incrementarse, en la medida en que se reducen las posibilidades migratorias. Las respuestas no pueden ser las de siempre, porque son otras las interrogantes.
