El dilema de los congresistas cubanoamericanos de la Florida

Contar con siete representantes y un senador en el Congreso de Estados Unidos, convierte a la comunidad de origen cubano en la minoría étnica proporcionalmente mejor representada en ese órgano legislativo y da una idea del nivel de participación alcanzado en la vida política norteamericana.

No obstante, solo tres de estos congresistas deben su elección al voto cubanoamericano, se trata de los republicanos Mario Díaz Balart, María Elvira Salazar y Carlos Giménez, electos en los distritos del sur de la Florida, donde existe la mayor densidad de población de origen cubano en ese país.

No es casual que los tres sean un producto del llamado “exilio histórico”, hijos de los primeros migrantes posteriores al triunfo revolucionario que, al amparo del propio gobierno norteamericano y utilizando métodos que incluyeron el terrorismo doméstico, ocuparon posiciones de liderazgo en el enclave de Miami.

Como grupo social, fueron los grandes beneficiarios de las oportunidades asociadas a la “función contrarrevolucionaria” que asignó el gobierno de Estados Unidos a la emigración cubana y de sus filas surgieron los articuladores de las maquinarias políticas que terminaron por insertarse, con ventaja, en la vida política estadounidense.

Una especie de “premio por los servicios prestados”, que no ha recibido ningún otro grupo inmigrante en la historia de Estados Unidos. Bajo esta plataforma se afianza la supuesta “excepcionalidad” de los inmigrantes cubanos y explica la reproducción del discurso y la actividad contra Cuba, que le sirve de sustento.

Lo novedoso de la situación actual es que, al parecer, estos supuestos no se están cumpliendo en el gobierno de Donald Trump, creando un dilema casi insalvable a la maquinaria política cubanoamericana, en particular a los congresistas del sur de la Florida, cuyas fotos ahora aparecen en grandes pancartas siendo acusados de traidores.

Esta maquinaria tiene su origen en los vínculos de los grupos contrarrevolucionarios cubanos con la infraestructura que crea la CIA en Miami en la década de 1960; tendrá cierto repunte en la década del 70, como resultado de la expansión de los negocios de Estados Unidos con América Latina, incluyendo el papel de Miami en el narcotráfico internacional, y alcanzará su pleno despegue durante el gobierno de Ronald Reagan en 1980.

En ese momento, es la propia CIA la que recomienda crear la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), con vista a influir en contra de las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Jimmy Carter hacia Cuba y América Latina, así como adelantar la agenda de los neoconservadores hacia la región.

Originalmente, fue pensada como otro grupo de lobby conservador, con vista a aprovechar la supuesta “legitimidad étnica” que emanaba del origen nacional de estas personas, pero tal papel no era suficiente para la emergente burguesía del enclave miamense, que tenía en mente otros objetivos.

Portadores de una experiencia política que se remontaba a la Cuba neocolonial, conocedores del funcionamiento del sistema norteamericano y sus trampas, con intereses ya establecidos en Estados Unidos y necesitados de defenderlos, los cubanoamericanos aprovecharon el momento para acelerar la construcción de su propia base política en Miami.

Bajo la conducción de Jorge Mas Canosa, que devino líder de la contrarrevolución, la FNCA proyectó a los cubanoamericanos en la vida política norteamericana, hasta alcanzar niveles que rápidamente superaban su importancia demográfica o económica.

La base de su proyección política continuó siendo “liberar a Cuba del comunismo”, pero lo FNCA transformó la naturaleza de los grupos contrarrevolucionarios. Al presentarse por primera vez como norteamericanos de origen cubano, “nacionalizaron” a la contrarrevolución cubana y la convirtieron en un problema de la política doméstica de Estados Unidos.

Con el patrocinio de la FNCA, fueron alcanzando una creciente representatividad en el estado de la Florida. Comisionados, alcaldes, congresistas y funcionarios estaduales, hasta la elección de los primeros representantes al Congreso de Estados Unidos, serán metas alcanzadas en muy corto plazo.

Políticos de todo el país, demócratas y republicanos, fueron compulsados, a las buenas y las malas, a ser leales a la “causa cubana” y ello proyectó la influencia de los cubanoamericanos a escala nacional. Hoy día, este lobby no se limita a una organización, como ocurrió con la FNCA, sino que incluye un andamiaje muy complejo de grupos e instituciones posicionados en ambos partidos y relacionadas de muchas maneras con el establishment estadounidense.

Aunque algunos comenzaron sus carreras en las filas del partido demócrata y la propia FNCA se declaró independiente, fue el partido republicano el más beneficiado con la irrupción de los cubanoamericanos en la vida política norteamericana.

Se explica por la correspondencia entre la estrategia de este partido, destinada a ganar espacio en estructuras controladas por los demócratas, como era el caso de la Florida, y la convergencia ideológica de los republicanos con estos grupos, ubicados en la extrema derecha del espectro político del país.

La victoria de Donald Trump ha significado un nuevo paso de avance para los políticos cubanoamericanos. En la medida en que la Florida se convirtió en el cuartel general del movimiento MAGA, aumentó la proximidad a Donald Trump y muchos de ellos han sido designados para puestos clave dentro del gobierno. Los congresistas miamenses celebraron por anticipado su “acceso directo a la Casa Blanca” y algunos pensaron que esto debiera traducirse en mayores privilegios para la comunidad de origen cubano, que los eligió con esta expectativa.

Desde la elección de Ileana Ros-Lehtinen, en 1989, los congresistas cubanoamericanos de la Florida se han presentado como los paladines de la lucha contra el comunismo y, a la vez, los guardianes de la excepcionalidad de la comunidad. Esta combinación los ha situado tanto en el lado más extremo del conservadurismo, como junto a los liberales en los temas de la asistencia social o las políticas migratorias.

Sin embargo, nadie los ha colocado en una disyuntiva tan dramática como Donald Trump. En medio de una campaña contra los inmigrantes, que recuerda las épocas más oscuras de la historia de Estados Unidos, tienen que escoger entre la lealtad a un presidente que no deja espacio a los pusilánimes y el electorado de cuyo voto también depende su supervivencia.

Los programas diseñados por Biden para facilitar la legalización de los inmigrantes cubanos, así como el tratamiento preferencial que históricamente han recibido en las fronteras, fueron abruptamente cancelados por Trump, por lo que cientos de miles de inmigrantes cubanos han quedado en un limbo legal, pendientes de posibles deportaciones, una situación inédita en la historia de la migración cubana posrevolucionaria.

Es cierto que está por ver cuán solidarios serán los cubanoamericanos ya establecidos en ese país con sus hermanos inmigrantes. Como ocurre con otros grupos étnicos, algunos se sentirán complacidos con que se reduzca el ingreso de nuevos inmigrantes, pero la campaña trumpista es tan brutal, que nadie con un mínimo de sensibilidad puede cerrar los ojos ante el abuso de que están siendo objeto estas personas.

Por demás, no solo los nuevos inmigrantes han quedado expuestos a esta política, hay que sumar el papel de la Florida en la imposición de una agenda muy reaccionaria, racista y xenófoba, enfocada en aspectos que afectan las libertades más elementales de las personas, la instalación de un lenguaje cavernario en lo social, ajeno a las tradiciones cubanas, así como una proyección económica que enfatiza el recorte de beneficios asistenciales, hasta ahora sostén de muchas familias cubanoamericanas.

Los contactos con sus familiares y amigos en Cuba se ven amenazados por la política trumpista y sus aliados de origen cubano e incluso se plantea la posibilidad de que sean eliminadas grandes ventajas políticas, como la Ley de Ajuste Cubano.

A pesar de funcionar en un Congreso tan dividido, que sobredimensiona la importancia relativa del voto de cada representante, los cubanoamericanos han utilizado esta condición para imponer su agenda en asuntos como la política hacia Cuba o Venezuela. No es así en el caso de la política migratoria, núcleo duro de la agenda trumpista y factor de cohesión social de movimiento MAGA.

Más allá de mostrarse “cercanos” al presidente y su equipo, levantar falsas expectativas sobre su capacidad de influir en los acontecimientos y enfatizar su papel en la cruzada anticubana – y antivenezolana -, con el fin de desviar la atención de los electores, poco han podido hacer estos congresistas de la Florida, para salvar la imagen de defensores de la excepcionalidad de los cubanoamericanos.

Hasta dónde la desarticulación del vínculo entre la función contrarrevolucionaria y la obtención de beneficios sociales extraordinarios, puede influir en la conducta política de la comunidad cubanoamericana, es un asunto de sumo interés a observar de cara al futuro.

Por lo pronto, lo que parecía ser una gran piñata para la derecha cubanoamericana, amenaza con convertirse en el entierro de sus congresistas floridanos, posibles “mártires accidentales del trumpismo”.

Jesús Arboleya Cervera es ex diplomático cubano; Dr. En Ciencias Históricas y profesor titular de la Universidad de la Habana; e investigador del Centro de Estudios Demográficos de la UH.

 

Leave a comment