Gracias mil, Miriam

Poco menos de medio siglo después, recibo de una lectora la grata noticia de estar releyendo La Leyenda de lo cotidiano, una compilación de varios periodistas de la entonces revista Moncada, órgano del Ministerio del Interior y publicada por la Editorial Letras Cubanas allá por los 80s del pasado siglo.

En extremo difícil poder hacer un resumen significativo de lo que fue esa publicación, catalogada por muchos como de las mejores del país en cuanto a contenido editorial, diseño y célebre en sus portadas. De ella bebieron muchos escritores cubanos hoy de fama internacional en el tratamiento del llamado periodismo literario.

Contrario de lo que pueda imaginar alguien que por ser una publicación militar estaba encartonada de pies a cabeza en las rígidas concepciones y disciplina de una institución como esa, Moncada tuvo muchos momentos de esplendor cuando los jefes de las altas instancias, conocedores del papel de esta profesión, nos dieron luz verde para sorprendentes y osadas historias que nadie se atrevía o podía contar.

También, y hay que señalarlo, pasajes de una extrema e implacable censura a las que diversos directores supieron enfrentarse con valor y amor al oficio. Cierta vez nos reunieron a todos y un gran jefe nos lo dijo por lo claro: ¨Ni piensen que van hacer un Novedades de Moncada”, en alusión a la “perestroikana” Novedades de Moscú. Son muchos los ejemplos a citar y ahora mismo me viene uno a la mente. 

Si bien no fue una formal acusación de un oficial superior de “ofrecer información al enemigo”, resultó algo por el estilo. Al éxito de taquilla de Infierno en la torre (Paul Newman y Steve McQueen) en los cines capitalinos, uno de nuestros colegas entrevistó al jefe nacional de los bomberos. Bastó alabase el filme por su realismo y que confirmara que no había tarea más difícil que extinguir un incendio en edificios altos, para que este ilustre teniente coronel llamara a nuestro compañero y le dijera que estaba proporcionándole información al enemigo. “Ahora la contrarrevolución ya sabe que le puede meter candela a los edificios” le puntualizó el de las dos estrellas.

Un colectivo en extremo reducido. Todos universitarios, con elevado nivel cultural. Ya sepultada Moncada a principios de los 90s, sin honores algunos ni salvas al aire, fueron varios los que después dirigieron medios de prensa nacionales e internacionales. No por lo que representaban, sino por lo que eran como periodistas formados en diversos campos de batalla. Y no es un decir.

Hoy, con contados sobrevivientes que bien no pudieran alcanzar la decena entre administrativos y editoriales. En la Biblioteca Nacional se encuentra cada uno de sus ejemplares. También, en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos porque desde que fue pública la revista, a través de Cubalse eran adquiridos por la Oficina de Intereses de EEUU, 30 ejemplares mensuales y luego quincenales para, con minuciosa lupa, intentar encontrar alguna información que les pudiera interesar a los servicios especiales de inteligencia, cosa que nunca ocurrió. Todo lo contrario.

No fueron pocos los reportajes que hicieron historia en la lucha contra la delincuencia o en la seguridad de la nación, así como expedientes desclasificados que vieron la luz pública.

Mientras que analistas de la CIA nos leían con pasión, la KGB soviética ponía el grito en el cielo de cómo era posible su existencia. Sólo en la actualidad, los ancianos recuerdan Moncada, una excelente revista que so pretexto del llamado Período Especial más otros factores coyunturales de primer orden, tuvo una muerte premeditada.

Si entre tantos artífices y valiosos profesionales me obligaran a mencionar sólo uno, no dudaría en señalar a Jesús Hernández Pérez.

Gracias, Miriam Montejo. Conserva como oro en papel ese ejemplar de La leyenda de lo cotidiano. Otro texto, publicado de igual modo por Letras Cubanas, se me antoja para finalizar esta breve semblanza que algunos lectores podrán tildar como arranque nostálgico de un viejo periodista: Todo es secreto hasta un día.