
Estimar el mercado turístico nacional cubano en ausencia de cifras es un desafío
A nivel global, el turismo doméstico constituye el grueso del movimiento turístico total. Sin embargo, en Cuba la ausencia de una estadística sistemática y desagregada dificulta cualquier comparación seria. La escasa visibilidad del turismo doméstico en las estadísticas y su limitada cobertura académica contrastan con su papel potencial como espacio de recreación, identidad y cohesión social.
Desde que en 2008 se eliminara la limitación que prohibía a los cubanos hospedarse en hoteles del país, el turismo doméstico ha experimentado un crecimiento silencioso, muchas veces invisible en los informes oficiales, pero no por ello menos relevante. Más allá de los slogans institucionales o de los números agregados, la pregunta que subyace es: ¿cuánto representa realmente el turismo nacional en la economía cubana? ¿Y qué desafíos enfrenta para consolidarse como alternativa o complemento al turismo internacional?
Primero, desde el punto de vista conceptual, es necesario establecer el concepto de turismo doméstico. Según ONU Turismo (conocida anteriormente como Organización Mundial del Turismo), el turismo doméstico se refiere a las actividades que una persona realiza dentro de su país de residencia como parte de un viaje turístico. Y, para ser más específicos, es necesario recalcar la diferencia entre turista y excursionista. El primero pernocta en el lugar que visita por más de 24 horas y menos de un año. El segundo es un visitante del día (ONU Turismo, 2008). Sin adentrarnos en detalle, surge el primer gran problema que enfrenta cualquier medición del turismo interno: ¿cómo calcular dentro de un territorio el volumen real de turismo doméstico?
La falta de datos: primer escollo de análisis
A nivel global, el turismo doméstico constituye el grueso del movimiento turístico total. En países como México, Colombia o España, los viajes internos superan por mucho a los internacionales. Sin embargo, en Cuba la ausencia de una estadística sistemática y desagregada dificulta cualquier comparación seria. La Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) publica algunos indicadores generales sobre pernoctaciones nacionales, pero no distingue entre motivos de viaje ni entre alojamientos estatales y privados. Para ser más exactos, la estadística recogida por la ONEI no abarca el sector privado, ni ahora durante la crisis que atraviesa la industria, ni en el periodo anterior a la pandemia de COVID-19. Tampoco existe una línea base sobre el gasto promedio del turista cubano, su perfil sociodemográfico o su frecuencia de viaje.
Figura 1. Pernoctaciones de turistas nacionales en el conjunto total de los medios de alojamiento por tipo de establecimiento (2016-2020)
A pesar de estas carencias, los datos disponibles permiten entrever algunas tendencias. Entre 2016 y 2020, las pernoctaciones nacionales cayeron de 8.9 a 4.2 millones, reflejando tanto el impacto de la crisis económica como las restricciones sanitarias impuestas por la pandemia. Para 2024 se estima una recuperación parcial hasta los 5.1 millones, aunque sin alcanzar aún los niveles prepandemia.
No obstante, esta cifra debe analizarse con cautela, pues las estadísticas oficiales hablan de pernoctaciones, no de visitantes. Además, no incluyen la proporción de clientes repitentes (aquellos que visitan instalaciones más de una vez) ni la estancia media en esos establecimientos, lo cual permitiría, al menos, estimar el número de visitantes domésticos.
Figura 2. Pernoctaciones de turistas nacionales en el conjunto total de los medios de alojamiento por tipo de establecimiento (2020-2024)

El dilema estructural: ¿puede el turismo nacional ser rentable?
Los estudios del economista José Luis Perelló (2025) son contundentes: el turismo nacional no tiene, al menos por ahora, capacidad para sustituir al turismo internacional como fuente de divisas. En 2019, el ingreso por salarios en el país fue de apenas 1.6 millones CUC, mientras que el turismo receptivo generó más de 2.6 mil millones de dólares. Además, las pernoctaciones nacionales representaron apenas un 30 % de las internacionales, y solo una cuarta parte de ellas ocurrió en hoteles de 4 o 5 estrellas. Y esto fue en la época prepandémica, cuando la realidad económica de los residentes en la isla era completamente distinta a la actual.
Aunque el segmento VFR (Visiting Friends and Relatives) en teoría tiene gran potencial —su fidelidad emocional a la Isla unida a un mayor poder adquisitivo—, su desempeño reciente muestra signos de decrecimiento. Como señalé en un artículo anterior publicado en junio en Progreso Semanal:
“Durante el período enero-abril de 2025, este segmento mostró una fuerte disminución, con apenas 78,925 llegadas, lo que equivale al 41.56 % del total registrado en el mismo período de 2019” (Batista, 2025).
¿Quién es el turista cubano?
Desde el punto de vista académico y de la gestión turística, una pregunta elemental en este tipo de análisis sería: ¿Quién es el turista cubano? ¿Cuáles son sus características, necesidades y motivaciones? En fin, ¿qué sabemos de ellos?
La respuesta es sencilla: sabemos muy poco, o casi nada. Existen intentos ya desactualizados de desarrollar perfiles de mercado. Acercamientos iniciales fueron los realizados por Batista Matamoros y Escalona (2011), así como tesis defendidas en universidades como la UCLV y estudios desarrollados en las escuelas de FORMATUR o la Universidad de Holguín. Coinciden en perfilar al turista nacional como un adulto joven (25–44 años), con estudios superiores, predominio de mujeres y ocupaciones profesionales o técnicas. Son viajeros que planifican con poca antelación, viajan en pareja o en familia, y cuya motivación principal es el descanso y el disfrute en la temporada veraniega (julio-agosto). Sin embargo, estudios más profundos, con acceso a datos verificables por diversas vías que permitan arribar a conclusiones sólidas, nunca se desarrollaron. Esta sigue siendo una asignatura pendiente.
El Ministerio de Turismo (MINTUR) ha intentado captar al turista nacional, sobre todo en temporada baja, mediante descuentos, paquetes promocionales y ferias de verano. Agencias estatales como Cubatur, Havanatur, Ecotur o Gaviota lanzan ofertas dirigidas a los cubanos, incluyendo pasadías, excursiones y alojamientos con precios en moneda nacional.
Sin embargo, estas estrategias a menudo chocan con la dura realidad económica de los últimos cinco años. Las ofertas resultan inaccesibles para gran parte de la población, lo que hace difícil pensar que este segmento pueda convertirse en solución para los problemas estructurales del sector.
Obstáculos estructurales en tiempos de crisis
La pandemia de COVID-19 marcó un antes y un después. La contracción del PIB en 2020, combinada con la inflación desbocada tras el proceso de ordenamiento monetario, la escasez de alimentos y medicamentos, y los apagones generalizados, han hecho del turismo interno un lujo al alcance de pocos. La unificación monetaria en 2021 solo agravó el cuadro: mientras los costos de los servicios turísticos se dolarizaron de facto, los ingresos de la mayoría permanecieron en moneda nacional devaluada.
En este escenario, pensar el turismo nacional como alternativa de ocio accesible requiere más que voluntad política: exige rediseñar toda la estructura de precios, mejorar el acceso al transporte, digitalizar la venta de servicios y, sobre todo, generar datos confiables que permitan entender qué busca el turista cubano, cuánto puede pagar y qué valora más. Antes de pensar en el turismo como sector, se requiere solucionar los problemas básicos de la vida cotidiana.
Oportunidades latentes y caminos por explorar
No todo es pesimismo. El turismo comunitario, el campismo popular, las cooperativas privadas y los proyectos autogestionados han demostrado capacidad de innovación, resiliencia y conexión con la comunidad. Espacios como Las Terrazas, Viñales o Gibara muestran que es posible articular turismo sostenible con desarrollo local, incluso en contextos de limitaciones económicas.
El fortalecimiento del trabajo privado en el sector turístico, restaurantes, hostales, transporte, también abre puertas para dinamizar la economía interna. Pero requiere de políticas que permitan estimular el emprendimiento, flexibilizar las regulaciones al sector privado y garantizar un marco normativo estable. Además, la adopción de herramientas como la Cuenta Satélite de Turismo (CST), recomendada por la Organización Mundial del Turismo, permitiría medir con mayor precisión el impacto económico del turismo interno: cuánto aporta al PIB, cuántos empleos genera, qué sectores arrastra. Esta metodología ya se aplica en más de 70 países, pero en Cuba esta asignatura queda pendiente.
Conclusión: entre la resiliencia y la invisibilidad
El turismo doméstico en Cuba no es nuevo, pero sigue siendo tratado como un fenómeno de segunda categoría desde las políticas de desarrollo. Las inversiones se han centrado en la construcción de hoteles que apuntan al turismo internacional, aun cuando las tasas de ocupación son cada vez más bajas y los números de visitantes internacionales a Cuba continúan decreciendo.
La escasa visibilidad del turismo doméstico en las estadísticas y su limitada cobertura académica contrastan con su papel potencial como espacio de recreación, identidad y cohesión social. Frente a un turismo internacional cada vez más en crisis, dependiente de factores externos e internos, el fortalecimiento del turismo interno se vuelve no solo deseable, sino urgente. Sin embargo, la profunda crisis estructural que atraviesa la economía cubana no transmite muchas esperanzas. Es necesario solventar los problemas que inciden en la vida diaria de los cubanos antes de pensar en turismo doméstico. No obstante, le toca a la academia contribuir, en lo posible a reconocer al turista cubano y estudiarlo. Se requiere una combinación de datos, política pública y voluntad de transformar.
