
El Papa Francisco hizo milagros para Estados Unidos y Cuba, pero no el más grande
La muerte del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, se lamenta en todo el continente, pero especialmente en Cuba, a pesar del historial de antagonismo del gobierno comunista hacia la religión en general y hacia la Iglesia Católica en particular.
Al conocer la noticia del fallecimiento del Santo Padre, el presidente Miguel Díaz-Canel escribió: «Las muestras de afecto y cordial cercanía que transmitió a nuestros compatriotas fueron siempre correspondidas por el pueblo cubano». El titular del periódico oficial del Partido Comunista, Granma, decía: «El Papa Francisco y Cuba: Una historia que abrió caminos», en referencia al papel fundamental del Papa en la promoción de la reconciliación entre el gobierno cubano y la Iglesia Católica de la isla, y entre Cuba y Estados Unidos.
Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba se deterioraron rápidamente tras el triunfo de la revolución en 1959, cuando la Iglesia se resistió a la trayectoria socialista del proceso revolucionario. El gobierno respondió cerrando escuelas católicas, expulsando al clero extranjero, persiguiendo a los creyentes y declarando formalmente a Cuba un estado ateo en la Constitución de 1976.
Los primeros indicios de reconciliación surgieron en la década de 1970, cuando los papas Pablo VI y Juan Pablo II aconsejaron a las jerarquías católicas de los países comunistas que evitaran enfrentamientos políticos con las autoridades.
Esta estrategia comenzó a dar frutos en la década de 1990, cuando la debacle económica tras la caída de la Unión Soviética provocó un auge de la observancia religiosa entre el pueblo cubano, y el gobierno decidió adaptarse en lugar de resistirse. Se levantó la prohibición del Partido Comunista a los observadores religiosos, se modificó la Constitución para declarar al estado laico en lugar de ateo, y Cuba recibió la primera visita papal del papa Juan Pablo II en 1998.
Antes de convertirse en Papa, el cardenal Jorge Mario Bergoglio tenía un interés arraigado en Cuba. Tras la visita del papa Juan Pablo II, el cardenal escribió un breve libro titulado Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro. Su tema central, que se convertiría en un tema central de la diplomacia vaticana bajo el gobierno de Francisco, era la necesidad de diálogo y entendimiento mutuo entre adversarios. Creía que, mediante esta “cultura del encuentro”, las personas podrían llegar a tener compasión unas por otras y a verse como hijos de Dios.
Esta fue la filosofía que trajo a Cuba en su viaje de 2015 y en sus encuentros con Raúl y Fidel Castro. La cálida bienvenida que recibió por parte del pueblo cubano contribuyó a consolidar un modus vivendi constructivo, aunque cauteloso, entre el gobierno y la Iglesia. El periódico del partido, Granma, lo calificó como “uno de los mayores acercamientos entre la Iglesia católica y la nación, basado en una relación de respeto mutuo y sensibilidad”.
El resultado fue una mayor tolerancia hacia la Iglesia cubana y un papel más importante para su labor social caritativa, a la que el gobierno se había resistido previamente.
Francisco, al igual que sus dos predecesores, se pronunció en contra del embargo estadounidense a Cuba, argumentando que los embargos económicos inevitablemente afectan más a las personas más vulnerables. En 2014, tuvo la oportunidad de poner en práctica su fe en la cultura del encuentro.
Estados Unidos y Cuba se vieron envueltos en un conflicto por el encarcelamiento del subcontratista de USAID, Alan Gross, en Cuba, y el encarcelamiento de cinco oficiales de inteligencia cubanos en Estados Unidos. Dos cardenales católicos con estrechas relaciones personales con el pontífice, el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, y el cardenal Seán O’Malley, arzobispo de Boston, pidieron a Francisco que usara su autoridad moral para intentar romper el estancamiento.
En marzo, el pontífice se reunió con el presidente Barack Obama, instándolo a buscar la reconciliación con Cuba y ofreciendo los buenos oficios de la Santa Sede para impulsar el diálogo secreto ya en marcha entre ambos gobiernos.
Ese verano, con las negociaciones estancadas, Francisco escribió cartas a los presidentes Obama y Castro, implorándoles “que resolvieran cuestiones humanitarias de interés común, incluida la situación de ciertos prisioneros, para iniciar una nueva fase en las relaciones”. Las cartas ayudaron a romper el impasse.
Cuando finalmente se alcanzó un acuerdo provisional, el Papa invitó a los negociadores estadounidenses y cubanos a Roma para finalizarlo. La reunión, facilitada por el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, se centró en fomentar la confianza en que ambas partes cumplirían su parte del trato.
“Se trataba menos de superar un estancamiento sustancial, sino más bien de la confianza de contar con una parte externa en la que podíamos confiar”, explicó un alto funcionario estadounidense. El Papa aceptó actuar como “garante” para ayudar a superar la desconfianza persistente entre ambas partes.
El 17 de diciembre de 2014, los presidentes Obama y Castro anunciaron simultáneamente su histórico acuerdo, no solo para intercambiar prisioneros, sino para comenzar a normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba tras más de sesenta años de distanciamiento. Ambos presidentes agradecieron al papa Francisco por contribuir a que su diálogo fructificara.
Desafortunadamente, el acercamiento no perduró. El presidente Donald Trump retomó una política de cambio de régimen mediante la “máxima presión”, revirtiendo la mayoría de los pasos de Obama hacia la normalización. Trump y el papa se enfrentaron abiertamente en diversos temas, especialmente el trato a los migrantes.
La victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020 parecía un buen augurio para la reanudación de la política de Obama hacia Cuba. Sin embargo, la dura represión del gobierno cubano a las protestas nacionales del 11 de julio de 2021 provocó que Biden congelara las relaciones, insistiendo en que cualquier mejora debía ir precedida de la liberación de unos 700 manifestantes encarcelados. Cuba insistió en que cualquier liberación de prisioneros tendría que formar parte de un acuerdo más amplio, un estancamiento que ofreció al Papa Francisco la oportunidad de revitalizar el proceso de diálogo.
A finales de 2021, Francisco solicitó al Cardenal O’Malley que volviera a servir como interlocutor entre el Vaticano, Washington y La Habana, transmitiendo mensajes del Papa instando al presidente cubano Miguel Díaz-Canel a indultar a los manifestantes pacíficos e instando a la Casa Blanca a retomar el camino de la reconciliación.
Durante los tres años siguientes, O’Malley se reunió repetidamente con altos funcionarios de ambas capitales, incluidos los presidentes, para transmitirles mensajes del Santo Padre. Quizás la perspectiva de una segunda presidencia de Trump generó un sentido de urgencia en ambas capitales, ya que solo después de las elecciones estadounidenses de noviembre de 2024 Washington y La Habana pudieron acordar medidas independientes, pero paralelas. “Se cerraba la puerta a una oportunidad”, reflexionó O’Malley.
El 14 de enero de 2025, la Casa Blanca anunció importantes cambios de política implementados “como parte de un entendimiento con la Iglesia Católica bajo el liderazgo del Papa Francisco”. Biden anuló la directiva presidencial de Trump de 2017 que revocaba la política de acercamiento de Obama; eliminó a Cuba de la lista de estados patrocinadores del terrorismo internacional; y suspendió el Título III de la Ley de Libertad Cubana y Solidaridad Democrática de 1996, que permitía a los ciudadanos estadounidenses que perdieran propiedades en Cuba demandar ante un tribunal federal estadounidense a las empresas extranjeras que hicieran uso de dichas propiedades.
Al día siguiente, el gobierno cubano anunció que liberaría a 553 prisioneros a instancias del Papa “en el espíritu del Jubileo Ordinario del año 2025 declarado por Su Santidad”.
Desafortunadamente, el segundo esfuerzo del Papa Francisco por fomentar una cultura de encuentro entre Estados Unidos y Cuba se vio truncado por el presidente Trump, quien revirtió todas las acciones de Biden a los pocos días de asumir el cargo. Los cubanos, por su parte, cumplieron con su promesa de liberar a los 553 prisioneros. Todos los líderes de la Iglesia Católica que desempeñaron papeles tan importantes en el fomento del acercamiento entre Estados Unidos y Cuba han abandonado la escena diplomática internacional. El cardenal Ortega, de Cuba, falleció en 2019. El cardenal O’Malley se jubiló como arzobispo el año pasado y es demasiado mayor para participar en el próximo cónclave para elegir al nuevo pontífice. Con el fallecimiento de Francisco, los pobres han perdido a un defensor, y el mundo ha perdido una fuerza moral para la paz y la reconciliación.
En un momento en que el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba parece tan lejano como siempre, quienes apoyan una relación basada en la comprensión mutua, el respeto y la compasión pueden inspirarse en el espíritu incansable del papa Francisco y su compromiso con una cultura del encuentro.
