El migrante perfecto

En los dos últimos años emigraron de Cuba hacia Estados Unidos más de 600 mil personas y otro número significativo lo hizo hacia diferentes países. Constituye el registro migratorio más alto de la historia de la nación cubana, más de la tercera parte de todos los que han emigrado desde el triunfo de la Revolución en 1959, un drenaje social relevante, especialmente para un país donde el capital humano es su principal activo económico y el saldo poblacional depende de la reproducción nativa, ya que apenas concurre la inmigración de extranjeros para equilibrar la salida de las personas.

¿Qué factores han compulsado esta “explosión” migratoria, en qué medida es un problema exclusivo de Cuba y hasta qué punto es un reflejo del “agotamiento” del sistema político cubano, como algunos han afirmado? 

Vale apuntar que no estamos en presencia de un fenómeno excepcional, el volumen migratorio cubano no se encuentra entre los más connotados del mundo y apenas representa el 10% de la migración regional; opera en condiciones especiales, sin que medie desplazamientos forzados, y la contradicción política no es la única explicación del fenómeno, aunque siempre repercute en ese ámbito dada la naturaleza colectiva del proyecto socialista cubano y el conflicto con Estados Unidos, cosa que no ocurre en otros países. 

Las motivaciones que impulsan a las personas a emigrar son muy diversas y están determinadas por el contexto en que se desenvuelve el proceso migratorio, en especial las políticas de los países emisores y receptores de migrantes. Sin embargo, dos grandes condicionantes van a estar presentes en el fenómeno: la insatisfacción de las personas con su realidad existencial, cualquiera sea la causa, y la percepción de que esta insatisfacción no puede ser resuelta en el lugar donde vive.    

Al igual que ocurre con los habitantes del resto del planeta, los cubanos están expuestos a las influencias objetivas que estimulan la migración internacional. Entre otras, la agudización de las contradicciones generadas por el desarrollo desigual de los países, la difusión de patrones de consumo de difícil realización en los lugares de origen, así como los enormes avances de las comunicaciones y el transporte, todo lo cual ha servido de base a la formación de una “cultura migratoria” que racionaliza la decisión y facilita los mecanismos para implementarla. 

En este contexto, puede afirmarse que el cubano es un “migrante perfecto”. Se trata de personas mayoritariamente jóvenes, en plena capacidad laboral y reproductiva, bastante bien preparadas para insertarse en el mercado laboral internacional, con recursos económicos o la asistencia necesaria para enfrentar los costos de la travesía, sin restricciones para emigrar por parte de Cuba y por lo general bien aceptadas en los países receptores, especialmente Estados Unidos, donde han sido objeto de un tratamiento particularmente bondadoso que no ha recibido ningún otro grupo inmigrante que haya arribado a ese país.

Puede afirmarse que el cubano es un “migrante perfecto”. Se trata de personas mayoritariamente jóvenes, en plena capacidad laboral y reproductiva, bastante bien preparadas para insertarse en el mercado laboral internacional, con recursos económicos o la asistencia necesaria para enfrentar los costos de la travesía, sin restricciones para emigrar por parte de Cuba y por lo general bien aceptadas en los países receptores, especialmente Estados Unidos, donde han sido objeto de un tratamiento particularmente bondadoso que no ha recibido ningún otro grupo inmigrante que haya arribado a ese país.

En un momento donde priman políticas muy restrictivas hacia la inmigración y los propios cubanos se han visto precisados a utilizar rutas irregulares para ingresar a Estados Unidos, Cuba no ha dejado de ser objeto de una política de “promoción de la emigración” por parte de ese país, la cual es única en el mundo. La fórmula consiste en dificultar las condiciones de vida de los cubanos, alentarlos a emigrar en cualquier circunstancia y aceptarlos de manera casi indiscriminada, una vez que arriban al territorio norteamericano. 

Prácticamente en el mundo no existen migrantes indocumentados cubanos, porque el asilo está a la mano si se le solicita, sobre todo si se trata de una personalidad de la ciencia, la cultura o el deporte, que siempre puede justificar un “miedo creíble para escapar de las garras del comunismo”, aunque el gobierno cubano haya financiado el pasaje o ande de turista sin que alguien lo persiga. Por lo general, la aceptación del supuesto asilo político, va acompañado de beneficios asistenciales, que facilitan el asentamiento de los recién llegados y estimulan la emigración de otros.  

Una vez desencadenado este proceso, está demostrado que la emigración genera emigración, toda vez que con el crecimiento de los flujos se incrementan las motivaciones de reunificación familiar y se van consolidando las estructuras de apoyo para el movimiento de nuevos migrantes. Los cubanos son unos privilegiados en este sentido, toda vez que el 80% ha emigrado con relativa facilidad hacia la economía más rica del mundo y sus bases de apoyo se asientan en un enclave étnico bien consolidado, que ofrece afinidades culturales, oportunidades de empleo y otras formas de asistencia a los recién llegados. Se dice que Miami es la “segunda capital de los cubanos”, con la ventaja de que disfruta de los beneficios del primer mundo y no está bloqueada por la mayor potencia del planeta, como ocurre en el caso de La Habana. 

Debido a estos componentes, la migración cubana presenta un ejemplo bastante singular de la convergencia de las fuerzas de atracción y expulsión que explican el fenómeno migratorio en cualquier parte. Si gracias a las ventajas económicas que ofrece, Miami es un poderosísimo polo de atracción para los migrantes cubanos, los problemas económicos de Cuba son un factor que empuja a la emigración, al agudizar contradicciones endógenas, presentes en la propia estructura social del país.  

La más importante es que, como resultado del propio sistema socialista, Cuba produce un capital humano que el mercado laboral nacional no puede asimilar a plenitud y ello empuja a emigrar, precisamente a los sectores mejor preparados para enfrentar el reto migratorio. La otra gran contradicción es que, en buena medida como resultado del bloqueo norteamericano, la economía cubana no ha sido capaz de desplegar sus potencialidades y garantizar que el salario satisfaga las necesidades fundamentales de las personas. Tampoco siempre garantiza la realización personal y profesional de aquellos que aspiran a ascender en la pirámide social, lo que genera una “crisis de expectativas”, que también es un factor que empuja a la emigración, en especial entre los jóvenes. 

A la dinámica económica interna, hay que sumar las dificultades presentes en las propias transformaciones políticas que tienen lugar en Cuba. La desaparición del factor aglutinador que significaba la figura de Fidel Castro y la emergencia de un nuevo sujeto social, que no responde a los mismos patrones de consenso, han creado un escenario político nuevo, en el que la emigración es una de las manifestaciones de sus perturbaciones.

Para colmo, el nuevo gobierno ha tenido que operar en un ambiente signado por enormes dificultades: devastadores fenómenos naturales, dramáticos accidentes, la pandemia, el recrudecimiento de la política norteamericana, escasez de combustibles y otros insumos, así como un clima internacional adverso, han concurrido de manera negativa en el reajuste del sistema político y dañado la eficacia del gobierno. Como se trata de un gobierno cuya funcionalidad radica en saber superar las más difíciles condiciones, de cara a la población, la complejidad de la tarea no lo exime de culpas por sus errores e insuficiencias.

Aunque en el enfrentamiento a la pandemia tuvo un meritorio desempeño, que salvó al país del desastre, demostró el valor del potencial científico existente y su capacidad para gestionarlo, en la recuperación económica el nuevo gobierno no ha sido capaz de superar los  enormes retos que le ha impuesto la política norteamericana y las propias carencias del sistema cubano. Una serie de políticas fallidas han exacerbado los niveles de insatisfacción de la población y ello no solo se ha expresado en los altos niveles migratorios que se observan en la actualidad, sino también en manifestaciones de descontento, con escasos precedentes en la historia del proceso revolucionario cubano. 

En tanto opera como un factor que tiende a atenuar las desigualdades generadas por la globalización capitalista, la migración no es mala en sí misma. En el caso de Cuba, tales beneficios se manifiestan a través de las remesas y la participación de los emigrados en ciertas esferas de la economía y la cultura nacional, aunque las restricciones del bloqueo norteamericano y las propias normativas cubanas han limitado su alcance. Por desgracia, Miami es también “la capital del enemigo”, lo que aporta una connotación política al fenómeno migratorio cubano, que no existe en otros países y que ha condicionado su tratamiento.   

El mayor problema es cuando los volúmenes migratorios alcanzan niveles desproporcionados, como ocurre hoy día, sin que existan mecanismos compensatorios, respecto a su impacto en la vida nacional. La mejor manera de subsanar estos desequilibrios, es reducir la emigración mediante el desarrollo económico y el bienestar de toda la población, pero ello no es una solución que está a la mano de Cuba en el futuro inmediato. Sin embargo, un paliativo pudiera ser buscar alternativas que mejoren las condiciones de vida del potencial migratorio particularmente sensible para el país, ya sea mediante el incremento específico de los salarios o mediante el mejor desarrollo de las formas privadas de gestión y las cooperativas, de reciente aprobación en el país.    

En cualquier caso, Cuba no está en condiciones de regular los factores de atracción migratoria que puede desplegar la política norteamericana, ni sería sensato pretender frenar la emigración por métodos coercitivos, por lo que hay que asumirla como un problema endémico y tratar de atenuar sus efectos más negativos, mediante la mayor integración de los emigrados a la vida nacional. Las facilidades para la circulación migratoria, con vista a desarrollar el llamado “migrante transnacional”, aquel que mantiene una presencia existencial activa en su país de origen, parecen las mejores alternativas para atenuar los efectos indeseados de la migración, aunque ello requiere de una revisión a fondo no solo de la política cubana hacia sus emigrados, sino de las condiciones en que estos pueden insertarse en la vida del país.  

A pesar de que la política norteamericana y las presiones de la derecha cubanoamericana han estado dirigidas a limitar estos contactos, se ven facilitados por las condiciones internacionales en las que opera la dinámica migratoria, con altos niveles de circularidad y comunicación; por el hecho de que mientras más reciente es la emigración mayor es el vínculo de estas personas con su país de origen, así como por las propias transformaciones que están operando en la sociedad cubana, donde se observan significativos avances en el proceso de aceptación de los  emigrados y se crean condiciones objetivas que facilitan las políticas encaminadas a su inserción social. 

En aprovechar estas oportunidades radicará la inteligencia de la política cubana, frente a un fenómeno que continuará gravitando en todos los aspectos de la vida nacional.