
De cuando La Habana ayudó a Washington
Cuba tuvo importancia decisiva en la independencia de las Trece Colonias norteamericanas. George Washington pudo enfrentar y vencer a los ingleses en Yorktown, en la costa de Virginia, gracias al dinero que recibió de la Isla y al concurso que le prestaron tropas habaneras y haitianas. Es una ayuda de la que apenas se habla. Una ayuda olvidada.
En dicho sitio no hay siquiera una tarja que la recuerde y nada se dice acerca de ella en una voluminosa Reseña de la historia de los Estados Unidos preparada por el Departamento de Estado de Washington y que obsequian con largueza embajadas y consulados norteamericanos en el mundo. Gracias al esfuerzo de los cubanos, Inglaterra fue desplazada, al mismo tiempo, de muchos de los enclaves determinantes que hasta entonces ocupó en el Caribe, con lo que quedó lavada la afrenta de 1762 cuando tropas británicas se apoderaron de La Habana.
Fue la primera vez que los naturales de Cuba salieron de su tierra para pelear por la independencia de otro país. Un papel protagónico tuvo en esa hazaña el venezolano Francisco de Miranda, precursor de la independencia latinoamericana.
EL RON DE LA GUERRA
“Yo no sé por qué nosotros debemos sonrojarnos cuando confesamos que la melaza fue un ingrediente esencial en la independencia de los Estados Unidos”, decía John Adams, uno de los primates de la independencia norteamericana y segundo presidente de esa nación.
Escribe al respecto el sabio historiador cubano Eduardo Torres Cuevas;
“El desarrollo de un complejo sistema de relaciones comerciales entre La Habana y las Trece Colonias había creado un nexo bilateral, al margen de los intereses de sus respectivas metrópolis. En la década de 1760-1770 las mieles cubanas encontraron en Rhode Island treinta destilerías que anualmente producían, solo para exportar al África, mil cuatrocientos bocoyes del famoso ‘ron antillano’. A su vez, los traficantes entre las tres regiones traían a Cuba importantes cargamentos de esclavos adquiridos, no pocas veces, con el ron fabricado en Norteamérica con la melaza de los ingenios cubanos.
“Pero justamente cuando más crecía este comercio, en 1764, Inglaterra pone en vigor la Sugar Duties Act, una de cuyas consecuencias era cortar el comercio de mieles con las Antillas hispanas y francesas. De inmediato se inició el conflicto entre los productores norteamericanos de ron y el gobierno de Londres”.
En 1776 las Trece Colonias proclamaron su separación de Gran Bretaña e iniciaron relaciones con autoridades españolas en Cuba. Por aquello de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, el rey español Carlos III los vio con simpatía y se dispuso a ayudarlos en secreto. Armas y municiones se despachaban desde España para La Habana, salían de aquí con destino a Nueva Orleáns y de manera clandestina llegaban a manos de los insurgentes. Fue un intercambio recíproco porque desde las colonias en conflicto llegaban a la Península tabaco y otros productos, mientras que España se preparaba para la guerra con Gran Bretaña. En la primavera de 1779, Carlos III decidió iniciar la lucha y envió a Londres un ultimátum: exigía la devolución de Gibraltar y Menorca; la readquisición de la Florida hasta sus límites con Luisiana; la expulsión de los ingleses de Honduras y su salida de Bahamas, Jamaica y demás posesiones británicas y la revocación del privilegio de extraer palo de tinte en Campeche. Seguidamente el monarca firmaba con Francia, en guerra ya contra Inglaterra y que contribuía con la causa de las Trece Colonias, un pacto secreto con el que se comprometía a sumarse a la contienda si no se satisfacían sus exigencias. Londres no se plegó a los dictados de Madrid y las hostilidades se declararon el 23 de junio de 1779. La noticia demoró un mes en llegar a Cuba y el 22 de julio se pregonaba por las calles de La Habana. España estaba en guerra contra Inglaterra.
La Habana se convirtió en fuente de abastecimiento de los independentistas norteamericanos. Pertrechos de guerra que llegaban a la Isla desde México y la Coruña se reembarcaban en La Habana con destino a los rebeldes y crecía el comercio entre la capital de Cuba y Filadelfia. Dos hombres de negocios se hallaban detrás de ambas operaciones: del lado de allá, Robert Morris, traficante negrero, “el cerebro financiero de la guerra de independencia de los Estados Unidos”, como se le llamó. Por el lado de acá, el habanero Juan Miralles, primer representante de España ante los rebeldes. Miralles murió en la residencia de George Washington. Dijo este al ocurrir el deceso: “En este país se le quería universalmente y del mismo modo se lamentará su muerte”. La ayuda coordinada por Morris y Miralles incluyó la reparación y abastecimiento de la escuadrilla del comodoro insurrecto Alexander Gulon en el astillero y arsenal de La Habana.
El 27 de agosto, dos meses después de la declaración de guerra, el general español Bernardo Gálvez avanza sobre la Florida. Va al frente de un ejército que conforman criollos de Cuba y suma victoria tras victoria: rinde al enemigo en Manchac, Panmure y Baton Rouge entre el 7 de septiembre y el 21 del mismo mes. Refuerzan sus tropas elementos del Regimiento de Fijos y de los batallones de Pardos y Morenos de La Habana y con el respaldo de esas nuevas fuerzas ataca y toma Mobile, el 12 de febrero del año siguiente. Un año más tarde, Gálvez pone sitio a Pensacola y de nuevo acuden en su ayuda los habaneros. Los manda esta vez un natural de la Isla, el general Juan Manuel Cajigal, que es el primero en entrar en esa ciudad. Aseguran ambos militares, el cauce del río Mississippi, con lo que garantizan el abastecimiento a los rebeldes y arruinan los planes ingleses de cercar por el oeste a los ejércitos independentistas.
“Otros aspectos estratégicos tenían las victorias alcanzadas: lograron alimentar el enfrentamiento de las tribus indias contra los ingleses; se les desvertebró la ruta del canal de las Bahamas; desaparecieron sus posiciones en la costa antillana de Norteamérica y del Golfo de México y, al obligarles a emplear importantes fuerzas en estos enfrentamientos, se logró disminuir la capacidad operacional de esas fuerzas”, escribe el doctor Torres Cuevas
El venezolano Francisco de Miranda fue el artífice de la recaudación del dinero que George Washington necesitaba para proseguir las hostilidades contra los ingleses. Solo en Cuba era posible allegar ese dinero. Enterado del asunto, Cajigal envió a Miranda a entrevistarse con Washington para conocer la situación y ultimar los detalles que harían posible la ayuda.
Añade Torres Cuevas:
“De regreso, el venezolano se dedicó a reunir los recursos que hacían falta. Se sacaron cantidades de los fondos de la Isla y se inició una recaudación pública en la cual las damas habaneras entregaron parte de sus joyas para contribuir a la causa independentista norteamericana. En total se reunió la cifra de 1 800 000 pesos de ocho reales. Esa suma le fue entregada en La Habana al joven oficial francés Claudio Enrique de Saint-Simon –el después célebre escritor y socialista utópico… Pagadas las tropas [francesas] cubiertos los gastos y con el refuerzo de tropas habaneras y haitianas, inició Washington el avance contra las fuerzas del general británico Cornwallis en la región virginiana de Yorktown. Después de varios días de combate los británicos se rindieron”,
No fue el final de la guerra, pero aquella victoria, decisiva, dejó expedito el camino de la independencia.
Joaquín Molinet, periodista e historiador cubano.