Cuba y Estados Unidos: el cine que nos une

El mágico invento del cine llegó a La Habana, la capital de la entonces colonia española de Cuba, el 23 de enero de 1897, de la mano de Gabriel Antoine Veyre, representante de la empresa de los hermanos Lumiere. Un año antes, Veyre había llevado el cinematógrafo a México y luego lo trajo a La Habana. El éxito de aquellas primeras proyecciones cinematográficas en un modesto local en el céntrico Prado habanero, mucho entusiasmó al empresario, quien se decidió a filmar, en ese mismo año, un simulacro de incendio con el cuerpo de bomberos de la ciudad.

Este inicio europeo de la experiencia cinematográfica en la isla muy pronto fue seguido por dos hechos simultáneos e insólitos. El primero tuvo lugar en julio de 1898. Un cubano entusiasta y enamorado del cine, de nombre José E. Casasús, con la colaboración de otro joven emprendedor, Enrique Díaz Quesada, filmó un corto de publicidad que tituló El brujo despareciendo. Este spot publicitario, creado, producido y actuado por Casasús para la cervecería habanera La Tropical, fue el primer material de ese tipo filmado por un cubano, todavía súbdito de la corona de España, aunque no por mucho tiempo. Desde 1895 la colonia caribeña ya luchaba nuevamente en la manigua por su independencia definitiva. Copias del corto de Casasús fueron enviadas como obsequio a los hermanos Lumiere y a Thomas Alva Edison, en aquel mismo año.

El segundo hecho cinematográfico significativo también ocurrió en julio de 1898 y también estuvo asociado a la guerra de independencia de los cubanos contra España. Los Estados Unidos de América habían declarado la guerra al Imperio español y, como parte de las acciones bélicas en dicha conflagración, la isla fue bloqueada por las fuerzas navales norteamericanas y pronto tropas de esa nación desembarcaron en el sur del oriente de Cuba para sumarse a los insurrectos cubanos en su lucha. Thomas Alva Edison, brillante inventor y empresario estadounidense, aprovechó la ocasión y envió un equipo de filmación con las tropas invasoras para registrar in situ los hechos bélicos. Lo que aquel pequeño equipo de operadores de Edison filmó en Cuba, hizo de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana el primer conflicto bélico filmado de la historia.

Dado que las cámaras de entonces eran voluminosas, los hombres de Edison no se arriesgaron a filmar los combates y escaramuzas que siguieron en los días posteriores al desembarco, porque hubieran sido blanco fácil de las balas hispanas. Las escenas de supuestos combates en los campos de Cuba fueron recreadas y filmadas posteriormente en New Jersey, Estados Unidos, con muchos extras de la K Troop de la First United States Volunteer Calvary; la National Suffolk Horsemen’s Association y la 71st New York Infantry como soldados de ambos bandos. Sin embargo, las tomas del equipo de Edison en Cuba muestran auténticas imágenes del desembarco, de la vida en el campamento, y del traslado de fuerzas y pertrechos por la manigua isleña, entre otras escenas, todas de gran valor histórico y cultural.

Edison también recreó cinematográficamente la histórica batalla naval de Santiago de Cuba en su filme Sampson-Schley Controversy, el 15 de agosto de 1901. La cinta muestra solamente dos escenas (planos) de la batalla en la que la flota del almirante William Thomas Sampson enfrenta la anticuada flota española al mando del almirante Pascual Cervera, justo a la salida de la bahía de Santiago.

Por otro lado, Blackton y Smith, también pioneros del cine en los EE.UU., recrearon la batalla naval de Manila, Filipinas, entre la flota americana al mando del comodoro George Dewey y la flota española al mando del almirante Patricio Montojo Pasarón, acaecida el 1º de mayo de 1898. Existe la cinta sobre cómo se realizó la filmación, una especie de un making of. Se hizo en una pequeña piscina montada en un soporte de cuatro puntos y alrededor de ella se ve la cámara y el camarógrafo, las luces y el luminotécnico, dos muchachas ubicadas en extremos opuestos de la piscina haciendo olas con sus manos en el agua y un señor que sopla el humo de su habano sobre el agua desde uno de los bordes, para simular el humo de la batalla. Todos muy divertidos en la filmación.

Algunos autores como A. Agramonte y L. Castillo en el excelente texto Entre el vivir y el soñar mencionan a la empresa estadounidense Vitagraph como la creadora de una versión cinematográfica de la batalla naval de Santiago de Cuba, también filmada en una palangana o algo similar, en un apartamento de Nueva York.

Coincidentemente, cine e independencia llegaron casi a la par a Cuba, y en ello la participación de Edison y su equipo en aquellas jornadas de guerra fue una aportación importante. El cine cerraba el período colonial en la isla, y a la vez anunciaba el porvenir de las relaciones del gigante del norte con la nación caribeña, un período controvertido en muchos sentidos, que en su vertiente más amable significó el inicio de la influencia y la presencia tecnológica del país norteño en el emergente Estado caribeño.

Durante primera mitad del siglo XX, los EE.UU. trajeron a Cuba, antes que a muchos otros países y regiones del mundo, amenidades tecnológicas tales como el tranvía eléctrico, el teléfono, la radio, la aviación, el cine como industria, el fonógrafo y las grabaciones fonográficas, la televisión, el cine 3D, la televisión en colores, el Cinerama, el cine drive-in, los automóviles y transportes de todo tipo, y decenas de otras novedades para la industria y para el ámbito doméstico.

Desde el mismo año 1914, inicio de la Primera Guerra Mundial, las cintas europeas (danesas, francesas e italianas) dejaron de llegar a Cuba, y en su lugar el cine estadounidense copó y expandió los circuitos cubanos de fruición del séptimo arte. El número de salas de cine crecía por día. Muchos teatros y carpas pasaron a ser salas de exhibición. El cine se expandió por toda la isla. Ciudades y pequeños pueblos del país tenían salas para el cine, incluidos los bateyes o villorrios vinculados a las fábricas de azúcar, donde vivía el personal que laboraba en ellas.

Emprendedores norteamericanos comenzaron a invertir en la creación de cadenas de cine en Cuba. En 1916, Alexander Kent organizó la Red Feather Cinematograph Company, a través de ella compró el Teatro Campoamor de La Habana, y a esta le siguió la adquisición de otras nueve instalaciones, incluso en otras provincias, y así se convirtió en la primera cadena de cines en Cuba. De acuerdo con el investigador Louis A. Pérez Jr., tres empresas estadounidenses distribuidoras de películas dominaron el mercado cinematográfico en la isla en la década del 20: The Caribbean Film Company (Paramount), Liberty Film Company (Fox) y la Universal Film Manufacturing Company (Universal). Poco después, a estas tres se asociaron la United Artists of Cuba, la Metro Goldwyn-Mayer y la First National Pictures. Las salas de cine vinculadas a distribuidoras norteamericanas y los filmes estadounidenses exhibidos en la isla siguieron incrementándose paulatinamente hasta dominar la exhibición cinematográfica en Cuba. La idea de convertir a La Habana en una segunda Hollywood se manejaba públicamente desde 1929, especialmente por Lionel West, un autodenominado empresario norteño.

Como dato ilustrativo del indetenible auge del consumo de cine en Cuba, está el resultado del censo de 1960. Se contabilizaron 549 salas de cine de 35 mm en todo el país, y 205 salas para filmes de 16 mm. Entre 1955 y 1959, el momento cenit de la presencia del cine de Hollywood en Cuba, se exhibieron en la isla más de 200 películas norteamericanas por año (248 filmes en 1955, 265 en 1956, 248 en 1957, 256 en 1958 y 215 en 1959). Para que se tenga una idea de la diferencia en cantidad de películas exhibidas anualmente en la isla, el país con más filmes exhibidos por año en Cuba detrás de los EE.UU. en ese periodo fue México y nunca superó las 86 cintas anuales.

Junto a este boom de salas de cine en todo el país, se disparó la presencia en la isla de celebridades de la gran pantalla norteamericana, casi siempre como turistas y fundamentalmente en la capital del país. La jet set de Hollywood devino parte del paisaje citadino y fue objeto de los chismes y comentarios de la prensa en sus secciones de farándula. La lista de actores, actrices y otros personajes de Hollywood en los hoteles, cabarets, bares y casas de citas de la capital sería interminable, y mucho más complejo sería determinar la frecuencia de sus repetidas visitas a Cuba.

Tanto las películas norteamericanas que se exhibían en la isla, como la presencia de sus celebridades en la prensa y físicamente en la ciudad contribuyeron a modelar un canon de modernidad para la ciudadanía cubana. Ello se evidenció en las modas del vestir, la compra de automóviles, el aumento de la participación de la mujer en la vida laboral, el surgimiento de nuevas corrientes arquitectónicas (art deco, racionalismo), la emergencia de una nueva planificación urbana (model towns, suburbia), la expansión de la enseñanza del inglés, el boom de las escuelas de secretarias (taquimecanografía, archivo, etc.), la popularidad del cancionero estadounidense en boga, y un largo etcétera. Por supuesto que no solo el cine norteamericano provocó tales transformaciones, pero evidentemente contribuyó a inducir un concepto de modernidad articulado con otras prácticas económicas, comerciales y políticas de los vecinos del norte.

El inestable pero siempre presente cine nacional se nutrió de las bondades tecnológicas de la industria cinematográfica de los EE.UU. y cineastas cubanos de diversas especialidades fueron a trabajar a Hollywood. Por otra parte, los equipos de realización cinematográfica del patio solían contratar los servicios de técnicos estadounidenses como camarógrafos, sonidistas y editores para especialidades técnico-artísticas. México y Estados Unidos fueron los principales colaboradores de la cinematografía cubana durante treinta años. De esa manera, el cine cubano hasta 1959 ocupó un inseguro tercer lugar en América Latina por su volumen de producción, y en ocasiones también por su calidad, aunque siempre después y bien lejos de las grandes industrias cinematográficas de Argentina y México, lista a la cual se sumaría Brasil en los años 50.

Hollywood filmó algunas cintas de tema cubano, y de ellas, varias en la isla. Entre ellas están A Message to Garcia (Richard Ridgely, 1916); Yellow Jack (George B. Seitz,1938); A Message to Garcia (George Marshall, 1936); We Were Strangers (John Houston, 1949); The Breaking Point (Michael Curtiz, 1950); El viejo y el mar (John Sturges, 1958); The Gun Runners (Don Siegel, 1958) y Cuban Rebel Girls (Barry Mahon, 1959).

Después del año 1959 también se realizaron filmes norteamericanos de tema cubano, pero ninguno filmado en la isla por causa del embargo del Gobierno de los Estados Unidos, salvo la excepción de los documentales Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004), ambos Oliver Stone, y Papa: Hemingway in Cuba (2015), de Bob Yari. Una apurada lista de esas cintas es la siguiente: Topaz (Alfred Hitchcock, 1969); The Godfather II (F.F. Coppola, 1974), Islands in the Stream (Franklin J. Schaffner, 1977); Havana (Sidney Pollack, 1990); Thirteen Days (Roger Donaldson, 2000); Che, el argentino (Steven Soderbergh, 2008).

Autores como Louis A. Pérez Jr., Arturo Agramonte y Luciano Castillo, entre otros, han investigado en profundidad el tema de la presencia y el impacto del cine de Hollywood en Cuba. En el presente articulo apenas aparece la punta del iceberg en un asunto que amerita un abordaje más extenso y profundo.

Mario Masvidal Saavedra, PhD, Profesor titular de la Universidad de las Artes (ISA), Cuba
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