Calvin Coolidge en La Habana

Se dice que, durante su visita a Cuba en enero de 1928, Calvin Coolidge, Presidente no. 30 de los Estados Unidos, y su esposa Grace, inspeccionaron una granja avícola experimental que fomentaba el Gobierno cubano.  Cuenta la leyenda que cuando la Primera Dama se acercó a una de las jaulas, observó asombrada como un gallo “pisaba” frenéticamente a una gallina.

¿Con qué frecuencia hace eso? – preguntó a uno de los peones.

-Decenas de veces al día –respondió el aludido.

-Pues dígaselo al Presidente cuando pase.

Así lo hizo el peón. Coolidge inquirió entonces si el gallo “pisaba” siempre a la misma gallina.

-No. Una diferente cada vez –contestó el peón y el mandatario no demoró su respuesta.

-Dígale eso a mi esposa.

La anécdota, desde luego, es apócrifa. Amity Shlaes, en su biografía de Coolidge (2013) afirma que hizo lo imposible por hallar elementos que la sustentaran. “No encontré pruebas de que fuera cierta”, concluyó.

Lo que sí está fuera de toda duda es que en 1925 Coolidge invitó a la Casa Blanca al notable artista cubano Conrado W, Massaguer.  “Aunque sé que soy feo, quisiera tener una caricatura mía hecha por usted”, le dijo y se atrevió a enmendar uno de los bocetos trazándole, con un lápiz azul, una raya vertical en el centro de la cara porque “creo que mi nariz es más recta”.

Unos tres años después, Orestes Ferrara, entonces embajador de Cuba en Washington, fue recibido por el Presidente en la Oficina Oval. Aunque el diplomático y el mandatario habían coincidido no pocas veces en recepciones y banquetes, era la primera vez que se encontraban en el despacho presidencial y Ferrara, sorprendido al ver el escritorio totalmente limpio de papeles, preguntó al Presidente cómo se las arreglaba para conseguirlo. Coolidge respondió:

-Porque trabajo poco.

Replicó el embajador que el presidente Taft, a quien había visitado quince años antes en el mismo despacho, le confió que la vida de un mandatario norteamericano era un tormento porque cumplir las obligaciones del cargo resultaba superior a lo humano. Coolidge no respondió. Guardó un largo silencio que no fue desagradable para el embajador porque el mandatario lo miraba sonriendo.

-¿Quién distribuye el trabajo del poder ejecutivo? –inquirió al fin.

-El Presidente –respondió Ferrara.

-Eso es lo que yo hago. Reparto el trabajo y solo tomo cartas en el asunto si el gabinete no se pone de acuerdo –dijo Coolidge y bajó los ojos, gesto con que de manera invariable daba por terminada una discusión.

“El silente Calvin”, le llama Massaguer. Le apodaron “Cal, el callado”.
Si bien era parco en reuniones privadas, mostraba en la tribuna una apasionada elocuencia. No perdió ninguna elección y bajo la divisa de “Coolidge o el caos”, barrió en los comicios que lo llevaron a la Presidencia.  Era austero, frugal y discreto, y con un endiablado sentido del humor. Le preguntaron una vez por qué, si lo detestaba, acudía a fiestas y saraos. Respondió: “Porque en alguna parte tengo que comer”.

SIN LEY SECA

El republicano Calvin Coolidge fue el primer Presidente de los Estados Unidos que visitó Cuba durante el ejercicio de su cargo. El segundo, 88 años después, sería Barak Obama. Para Coolidge el viaje a La Habana fue la única salida al exterior que hizo en su mandato.  El general Gerardo Machado, Presidente de la República de Cuba, de visita en Washington, lo invitó a venir a la inauguración de la VI Conferencia Panamericana que se celebraría en la capital de la Isla que se remozó para acoger al cónclave. Así, se construyó la escalinata de la Universidad, se trazó la Avenida de las Misiones, y el viejo campo de Marte se convirtió en la Plaza de la Fraternidad Americana.

Ocho buques de la Marina de Guerra estadounidense se hicieron necesarios para transportar desde Cayo Hueso al Presidente y su comitiva, de la que formaba parte el famoso aviador Charles Lindbergh, el primero en atravesar en solitario el océano Atlántico en su avión Espírito de San Luis.

Ya frente a La Habana, una pequeña embarcación lo condujo a la orilla. Unas 200 000 personas se congregaron a lo largo de las calles para aclamarlo en su breve recorrido desde el puerto hasta el Palacio Presidencial, donde se alojaría con su esposa y sus colaboradores principales, mientras que el resto lo haría en los hoteles Sevilla e Inglaterra y otros establecimientos. Hubo una nota simpática en la bienvenida: ocho o diez muchachas provocativamente y vestidas y muy maquilladas lanzaron rosas al paso del auto que conducía al mandatario. Eran pupilas de la casa de Marina, célebre prostíbulo, quizás el más famoso de la ciudad durante décadas. Portaban una bandera norteamericana y acudieron al recibimiento en compañía de su matrona, que tampoco quiso quedarse en casa.

Cuando Coolidge al fin se retiró a descansar en las habitaciones que se le asignaron en la mansión de la calle Refugio número1, reporteros y articulistas quedaron libres para acometer el periodismo de investigación en… los bares de la ciudad. Venían de un país donde, desde 1920, regía la Ley Seca, y para periodistas y funcionarios de Washington que se sumaron a la aventura, se abría una Habana en la que, al decir de Alejo Carpentier, una enorme variedad de bebidas se ofrecía al paladar curioso del viajero, una pareja no tenía que mostrar el certificado de matrimonio para encontrar albergue en un hotel y se podía apostar –y ganar y perder- cualquier cantidad de dinero en las ruletas del Casino Nacional del Country Club sin llamar la atención de las autoridades.

Buscaron los visitantes bares como Floridita y Sloppy Joe’s, y los de los hoteles, Florida y Plaza, y los más osados se fueron a los de la playa de Marianao, que se conocían con el nombre genérico de “las fritas”.  Hubo visitas a teatros pornográficos y no fueron pocos los que acudieron a la zona de tolerancia del barrio de Colón para encontrar emociones fuertes entre las piernas de una comprensiva y cálida muchacha cubana.

El coronel Federico Rasco fue designado por el Estado Mayor del Ejército, edecán del mandatario visitante.  Coolidge presenció un partido de jai-alai en el Palacio de los Gritos, de Concordia y Lucena. Disfrutó un almuerzo en la finca Nenita, en la carretera que va de Managua a Santiago de las Vegas, predio de descanso de Machado, y recibió de éste una columna confeccionada con metales del primer monumento al crucero Maine, destruido por el ciclón del 20 de octubre de 1926. Lo enloquecieron las frutas cubanas.

TRAS LAS REJAS

Un brillante espectáculo dio inicio a la conferencia en el Teatro Nacional, de Prado esquina a San Rafael, y en la sesión de apertura se escucharon los discursos de Machado y del Presidente visitante. La reunión sesionaría en la Universidad. No se permitió en esos días la entrada del alumnado en la casa de altos estudios, y más de 200 personas que el Gobierno calificó como indeseables o subversivos fueron puestas tras las rejas.

El día de la apertura de la reunión -26 de enero de 1928- fue declarado por el Gobierno como de Fiesta Nacional. En las jornadas finales, Machado invitó a los delegados a que el 17 de febrero lo acompañaran a la Isla de Pinos a fin de dejar inaugurada la primera galera del llamado Presidio Modelo, establecimiento que podría llegar a alojar a unos 5 000 reclusos. La VI Conferencia Panamericana concluyó el 20 de febrero. Para entonces hacía ya mucho rato que Coolidge había regresado a su país. Una ceiba, sembrada en La Coronela, el 20 de mayo de 1902, día de la instauración de la República, fue trasplantada en la Plaza de la Fraternidad y en sus raíces se vertió tierra de todas las repúblicas americanas, traída expresamente por los jefes de cada delegación.

LA NO INTERVENCIÓN

Se dice que al embajador Ferrara le aseguraron que Coolidge derogaría la Enmienda Platt si Cuba rebajaba la deuda pública y garantizaba las presidenciales de 1928 sin agitaciones facciosas, fraudes ni violencia. Comentario este que no compagina lo que el mandatario dijo a la esposa del diplomático: “Si hasta ahora le ha ido bien con la Enmienda, ¿por qué suprimirla?”

En la entrevista que los mandatarios sostuvieron en vísperas del regreso de Machado a Cuba, se abordó el tema de la conferencia panamericana. Se dice que el cubano abogó por la derogación de la Enmienda.  La prensa refirió, atribuyéndoselo a Machado, que su conversación con Coolidge versó casi en su totalidad sobre las muchas ventajas de rectificar la Enmienda, pero Coolidge diría que ese tema no fue aludido en la entrevista.

En verdad, Machado fue a Washington en procura de apoyo a su política de reelección y prórroga de poderes, y ofreció como garantía no pronunciarse contra la Enmienda Platt y dar, durante la conferencia, el más servil apoyo a EE UU cuando las delegaciones latinoamericanas presentes en el cónclave enarbolaran la tesis de la no intervención, si el tema se abría paso en la conferencia.

Estados Unidos había intervenido militarmente en México, Santo Domingo, Haití, Nicaragua… En Brasil, en 1927, la Reunión de Jurisconsultos había proclamado que “Ningún Estado puede intervenir en los asuntos internos de otro”.  En La Habana, la mayoría de las delegaciones no quiso oponerse a lo preceptuado por los Jurisconsultos en Brasil. Machado, sin embargo, se pasaba con fichas, y Ferrara, como jefe de la delegación cubana, daba la nota al proclamar cínicamente que Cuba no podía unirse al coro general de la no intervención porque la intervención fue para el país la independencia.

¡Qué república era aquella!

Joaquín Molinet, periodista cubano.

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