
La comida de Esteban Montejo, El Cimarrón
“Contaba con más de cien años de vida, era alto, delgado, todavía ágil y sobre todo bromista. Su piel, muy negra, tiene tintes azulados, y apenas presenta arrugas en el rostro. ‘El Cimarrón’, magro, recto como una vela y sin barriga, posee el cuerpo de un atleta. ¡Prodigio de la fortaleza de su etnia africana!”
Hoy quiero reseñar algunas páginas del libro, LA COMIDA EN EL MONTE, de Antonio Núñez Jiménez y Liliana Núñez Velis (Ediciones Mec Graphics Ltd. 1998). Se trata de la vida de Esteban Montejo, El Cimarrón, entrevistado por Miguel Barnet para su libro, El Cimarrón (La Habana, 1966), y Antonio Núñez Jiménez en el Hogar del Veterano en La Habana. En particular compartimos algunos fragmentos del libro relacionados con la comida.
Contaba con más de cien años de vida, era alto, delgado, todavía ágil y sobre todo bromista – relata el libro. Su piel, muy negra, tiene tintes azulados, y apenas presenta arrugas en el rostro. “El Cimarrón”, magro, recto como una vela y sin barriga, posee el cuerpo de un atleta. ¡Prodigio de la fortaleza de su etnia africana!
Vestido de guayabera de color crudo, ostenta la medalla de combatiente del Ejército Libertador que siempre lo acompaña.

“Cuando yo me escapé, estaba trabajando en ese ingenio del Purio donde tumbaba caña, guataqueaba. Yo estaba zangaletón, y tenía entre dieciséis y dieciocho años, por lo menos. Aquel día que me escapé no tuve qué comer, nada, nada, nada.
Viandas y cochinos
“…voy a una casa allí y me encuentro con una caldera llena de chicharrones de puerco, un poco de arroz y yuca sancochada. Me puse la barriga así, y dejé algo para el otro día.”
De su vida en la cueva le cuenta Esteban a Barnet:
“Un tiempo me dio por ocultarme en una cueva. Viví allí como año y medio… los cochinos de los alrededores iban a una especie de pantano que quedaba a la salida de la cueva. Iban a bañarse y a chapotear en el agua. Yo los cogía muy fácil porque iban en tongas. Todas las semanas me hacía un cochinato”.
Contó su método para conservar algunos alimentos.
“Yo salía de la Cueva de Guajábana a buscar viandas… malanga amarilla, yuca cartagena, que era la que se comía en esos tiempos. Yo sacaba dos o tres cangres de yuca, pero no la picaba, y cuando llegaba ahí a la cueva la enterraba, y no se me echaba a perder durante mucho tiempo”.
Esteban buscaba alimentos también en las fincas cercanas aprovechando la oscuridad de la noche para apoderarse de algunas viandas y cochinos. “Nunca me faltaba comida: ‘Jicotea con precaución lleva su casa a cuesta’. Lo que más me gustaba era la vianda y carne de puerco. Yo creo que por eso yo he durado tanto”.
La jutía y la miel de abejas
“De cimarrón andaba uno medio salvaje. Yo mismo cazaba animales como jutías. La jutía es muy corretona y para cogerla había que tener fuego en los pies. A mí me gustaba mucho la jutía ahumada”.
La miel le merece el reconocimiento que nunca falta de quienes viven en el campo cubano.
“Uno de los mejores remedios que hay para la salud es la miel de abejas. Esa se conseguía fácil en el monte. Donde quiera había de la tierra. Yo la encontraba muy abundante en los palos del monte, en los júcaros huecos o en las guásimas. La miel me servía para hacer canchánchara. Era un agua sabrosísima. Se hacía con agua de río y miel. Lo mejor era tomarla fresca.”
¿Cómo cocinaba la comida?
“La candela no me faltó nunca. En los primeros días que me pasé en el monte llevaba fósforos. Después se me acabaron y tuve que meterle mano a la yesca. La yesca era una ceniza negra que yo guardaba en el mechón de lata que vendían los españoles en las tabernas. Sacar fuego era fácil. Nada m{as que rallar en el mechón con una piedra hasta que saliera la chispa. Esto yo lo aprendí con los isleños cuando era esclavo.”
“Todas las hojas del monte”
Cuando se enfermaba Esteban acudía a la naturaleza.
“Todas las hojas del monte tienen utilidad. La hoja del tabaco o la yerba mora sirven para las picadas. Cuando veía que una picada de algún bicho se me iba a enconar, cogía la hoja de tabaco y la mascaba bien. Después la ponía en la picada y se me iba la hinchazón. Muchas veces cuando había frío me entraba dolor en los huesos. Era un dolor seco que no se me quitaba. Para calmarlo preparaba un cocimiento de hojitas de romero y me lo quitaba enseguida. El mismo frío me daba una tos muy fuerte. Un catarro con tos… Ahí cogía una hoja grande y me la ponía en el pecho. Nunca supe el nombre se esa hoja, pero echaba un líquido blancuzco que era muy caliente; eso me calmaba la tos.”
Cuando se le aguaban los ojos y le daba picazón: “ponía unas cuantas hojas de ítamorreal al sereno y al otro día me limpiaba los ajos… hoy lo venden en las boticas en pomitos.”
Las calenturas por caminar tanto bajo el sol, sin sombrero, “la cabeza se me iba poniendo caliente y para mí que colorada”. Se le quitaban con hojas frescas en la frente, casi siempre de llantén. Y luego cuando se reponía un poco prefería darse un baño en algún río.
“Yo creo que lo mejor que hay para la salud es el agua de río, por lo fría. Esa misma frialdad es buena porque lo pone a uno duro. El agua de lluvia me daba un poco de catarro que se me quitaba con el cocimiento de cuajaní y miel de abejas”.

El Ejército Libertador
En diciembre de 1895 decide unirse a las tropas invasoras del Ejército Libertador. Antes de incorporarse a las fuerzas de Máximo Gómez, formó parte de otras fuerzas mambisa, donde la disciplina militar no era muy estricta. El primer jefe que tuvo fue Tajó, y fueron varias las veces en que logró escaparse del campamento para ir en busca de alimentos., a veces con su consentimiento. “Nos íbamos a las fincas más cercanas donde robábamos cochinos grandes de tres o cuatro arrobas”.
Luego de huir del destacamento de Tajó, se unió a las fuerzas de Cándido “Cayito” Álvarez. Para el antiguo cimarrón, no hubo mucha diferencia entre su antiguo jefe y Álvarez, quien más tarde fue ajusticiado por traidor. Bo obstante, mientras este jefe fue leal a la causa libertadora, mantuvo una disciplina férrea en su regimiento y los combates fueron más frecuentes. “Con esos hombres se hizo la guerra, para mal o para bien”.
Recuerda la captura de un convoy español repleto de parque y alimentos. “Venía un convoy de no sé qué ligar para Manicaragua. El convoy venía cargado y el único paso que tenía era el nuestro. Cayito llamó a la tropa y le dijo: ‘Ahora hay que pelear como leones’. Puso una línea de fuego y el convoy quedó atrapado, arrestamos a los soldados y nos cogimos las armas, la comida; el arroz, la manteca, el tocino, el jamón, todo. Días y días estuvimos comiendo a cuerpo de rey.”
Harina picante de mango
“La harina de mango se hacía cocinando la masa de mango sin semilla. Se le agregaba limón y ají guagauo. Esa era la comida de la guerra”.
“¡Ah! mucha agua de curujey. La sed era constante. En la guerra el hambre se quita, la sed no”.
