El socialismo cubano (+Eng)
Nota: Este artículo fue escrito para el blog Segunda Cita que conduce Silvio Rodríguez. Recomendamos a los interesados en conocer otras opiniones sobre este tema entrar a Segunda cita.
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El blog Segunda Cita, de Silvio Rodríguez, ha acogido en los últimos días un debate sobre la conceptualización del socialismo cubano y su aplicación en Cuba. Artículos de Fidel Vascós, Antonio Medina y del propio Silvio, han traído a colación interesantes reflexiones sobre un asunto que considero vital para una adecuada comprensión del sistema cubano y sus alternativas.
Marx estudió el capitalismo de su época y estableció las regularidades que podían explicar su nacimiento y posible evolución. La estructura económica en cada etapa del desarrollo de la humanidad estuvo en el centro de su análisis y la lucha de clases, correspondiente en cada caso, fue considerada la expresión política de los cambios de estas estructuras.
Constituyó un análisis económico, pero con fines de investigación histórica, que tampoco excluyó otros aspectos de la sociedad, como la superestructura, ni pretendió establecer recetas respecto al camino hacia el comunismo, que algunos después denominaron “socialismo”, un término poco utilizado por Marx y creo que nunca para explicar el tránsito hacia el comunismo. Como dice Díaz Medina, esta visión fue denominada “materialismo histórico” y sus principales enseñanzas son la aproximación científica a los problemas sociales y la dialéctica como método. El dogmatismo contradice la propia naturaleza del marxismo.
Para Marx, el comunismo implicaba la abolición de la propiedad privada y, por ende, la explotación del hombre por el hombre. Debía ser la consecuencia lógica de un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas, capaz, incluso, de hacer desaparecer al Estado, como instrumento de la clase dominante. En términos históricos, significaba superar la prehistoria de la humanidad, la formación de un “hombre nuevo”, al decir del Che.
El problema para los revolucionarios ha sido cómo intervenir en este proceso, a partir de la bandera del comunismo. Ni siquiera Marx tuvo siempre la paciencia necesaria para leer las “condiciones objetivas” y prever su desenlace a corto plazo, mucho menos sus discípulos. De las luchas políticas surgieron los primeros estados socialistas, paradójicamente, donde la teoría marxista menos previó este surgimiento, como Rusia, China, Vietnam y también Cuba. El socialismo de inspiración marxista –hay otros que no vienen al caso- han sido el resultado de revoluciones populares, encabezadas por dirigentes excepcionales, que se vieron precisados a “inventar” sus respectivos socialismos, en las condiciones más difíciles y contra las fuerzas dominantes a escala internacional.
Como todos los de su tipo, el socialismo cubano nació y creció en estado de guerra permanente. Su naturaleza antineocolonial y antimperialista, así como su importancia geopolítica, determinaron el antagonismo con Estados Unidos y explican la naturaleza patriótica del sistema. Impedir su éxito ha sido el objetivo de la política norteamericana hacia Cuba. Muchos dicen que el bloqueo ha fracasado, pero en realidad ha sido un límite básico al potencial desarrollo del modelo socialista en Cuba, así como la fuente de dificultades a veces insoportables para muchos cubanos.
La Revolución cubana constituyó un soplo de frescura para el movimiento comunista internacional y amplió su influencia en el Tercer Mundo, pero hacia lo interno sucumbió a la influencia del “socialismo real” soviético, con una economía que terminó atada a los presupuestos del CAME. No vale la pena discutir sobre sus posibles virtudes o defectos, fue un modelo diseñado para un mundo que dejó de existir, en eso estriba el principal problema de la economía cubana en la actualidad.
Reformar el socialismo cubano constituye una necesidad, que transita por varios condicionamientos. En primer lugar, adecuarlo al escenario internacional en el que debe funcionar, que no es otro que el capitalismo globalizado y el apogeo de su influencia ideológica. En segundo lugar, alcanzar niveles de eficiencia económica que permita atenuar los efectos del bloqueo. En estos momentos, no hay nada más revolucionario ni patriótico que mejorar la economía nacional, para lo cual se impone una lucha a muerte contra el burocratismo, concebido como una deformación de las funciones necesarias de la burocracia estatal. Por último, hacer efectiva la democracia popular, único recurso para imponer el poder de los trabajadores, como dice Díaz Medina. La violación de este principio califica entre las mayores desgracias del socialismo.
Se requiere revisar el propio concepto de socialismo y sus bases de sustentación. Aunque, como vimos, Marx definió el tránsito hacia el comunismo a partir de transformar la propiedad privada en propiedad social, también es cierto que lo concibió como un proceso, relacionado con el desarrollo de las fuerzas productivas a escala mundial. En el ínterin, no hay otra alternativa que funcionar en muchos casos con instrumentos heredados del capitalismo, siempre y cuando no distorsionen la esencia del modelo ni sus objetivos estratégicos. Igual ha ocurrido con todos los tránsitos del modelo económico y social imperante, la acumulación originaria del capitalismo en buena medida se obtuvo mediante el actuar de los imperios feudales y el trabajo esclavo a gran escala.
El socialismo no puede ser definido a partir de reglas exactas e inmutables, es un tránsito, por eso resulta tan difícil explicarlo más allá de sus objetivos. El eclecticismo acompaña al socialismo desde sus orígenes y debiera ser considerado una de las virtudes del sistema. De hecho, para creer en el socialismo se requiere de una gran dosis de imaginación y solidaridad humana. Mientras el capitalismo exacerba el individualismo como vía para la emancipación, el socialismo obliga a pensar en términos colectivos.
Hace años, un amigo me comentó que no existían películas o novelas sobre la vida en el comunismo, debido a que nadie podía describir esa realidad. “Estamos dispuestos a morir por algo que ni siquiera podemos imaginar”, me dijo, y no dejó de tener razón, la construcción de la utopía ha sido uno de los déficits del discurso socialista. Vaya, que tampoco funciona el “teque”, para entendernos y superarnos, hay que promover el debate nacional, sin miedo ni mediocridades.
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English version:
Cuban socialism
Jesús Arboleya
Note: This article was written for the Segunda Cita blog led by Cuban singer-songwriter Silvio Rodríguez. We recommend those interested in knowing other opinions on this subject to enter the Segunda Cita blog spot.
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The blog Segunda Cita, by Silvio Rodríguez, has hosted in recent days a debate on the conceptualization of Cuban socialism and its application in Cuba. Articles by Fidel Vascós, Antonio Medina and Silvio himself have brought up interesting reflections on a matter that I consider vital for a proper understanding of the Cuban system and its alternatives.
Marx studied the capitalism of his time and established the regularities that could explain its birth and possible evolution. The economic structure in each stage of the development of humanity was at the center of his analysis and the class struggle, corresponding in each case, was considered the political expression of the changes in these structures.
It constituted an economic analysis, but for purposes of historical research, which did not exclude other aspects of society, such as the superstructure, nor did it attempt to establish recipes regarding the path towards communism, which some later called “socialism,” a term rarely used by Marx and I don’t think he ever used it to explain the transition to communism. As Díaz Medina says, this vision was called “historical materialism” and its main teachings are the scientific approach to social problems and dialectic as a method. Dogmatism contradicts the very nature of Marxism.
For Marx, communism implied the abolition of private property and, therefore, the exploitation of man by man. It had to be the logical consequence of an extraordinary development of the productive forces, capable even of making the State disappear, as an instrument of the ruling class. In historical terms, it meant overcoming the prehistory of humanity, the formation of a “new man,” according to Che.
The problem for the revolutionaries has been how to intervene in this process, starting from the banner of communism. Not even Marx always had the necessary patience to read the “objective conditions” and foresee his outcome in the short term, much less his disciples. Paradoxically, the first socialist states arose from political struggles, where Marxist theory least anticipated this emergence — such as Russia, China, Vietnam and also Cuba. Marxist-inspired socialism — there are others that are not relevant — have been the result of popular revolutions, led by exceptional leaders, who found themselves forced to “invent” their respective socialisms, under the most difficult conditions and against the dominant forces to international scale.
Like all of its kind, Cuban socialism was born and grew in a state of permanent war. Its anti-neocolonial and anti-imperialist nature, as well as its geopolitical importance, determined the antagonism with the United States and explains the patriotic nature of the system. Preventing its success has been the goal of US policy toward Cuba. Many say that the blockade has failed, but in reality it has been a basic limit to the potential development of the socialist model in Cuba, as well as the source of sometimes unbearable difficulties for many Cubans.
The Cuban Revolution was a breath of fresh air for the international communist movement and expanded its influence in the Third World, but internally it succumbed to the influence of Soviet “real socialism” with an economy that ended up tied to the CMEA budgets. It is not worth discussing its possible virtues or defects, it was a model designed for a world that ceased to exist, and that is the main problem of the Cuban economy today.
Reforming Cuban socialism is a necessity, which goes through various conditions. In the first place, to adapt it to the international scenario in which it must function, which is none other than globalized capitalism and the height of its ideological influence. Secondly, to reach levels of economic efficiency that allow it to attenuate the effects of the blockade. At this time, there is nothing more revolutionary or patriotic than improving the national economy, for which a fight to the death against bureaucratism is imposed, conceived as a distortion of the necessary functions of the state bureaucracy. Finally, make popular democracy effective, the only resource to impose the power of the workers, as Díaz Medina says. The violation of this principle qualifies among the greatest misfortunes of socialism.
It is necessary to review the very concept of socialism and its bases of support. Although, as we have seen, Marx defined the transition to communism from transforming private property into social property, it is also true that he conceived it as a process, related to the development of the productive forces on a world scale. In the meantime, there is no other alternative than to function in many cases with instruments inherited from capitalism, as long as they do not distort the essence of the model or its strategic objectives. The same has happened with all the transits of the prevailing economic and social model, the original accumulation of capitalism was largely obtained through the actions of feudal empires and slave labor on a large scale.
Socialism cannot be defined based on exact and immutable rules; it is a transition, that is why it is so difficult to explain it beyond its objectives. Eclecticism accompanies socialism from its origins and should be considered one of the virtues of the system. In fact, to believe in socialism requires a great deal of imagination and human solidarity. While capitalism exacerbates individualism as a path to emancipation, socialism forces us to think in collective terms.
Years ago, a friend told me that there were no movies or novels about life under communism because no one could describe that reality. “We are willing to die for something that we cannot even imagine,” he told me, and he was right, the construction of utopia has been one of the deficits of the socialist discourse. Of course, the endless discussion do not work either. To understand and improve ourselves, we must promote the national debate — without fear or mediocrity.