Hace falta un mundo “chato” (+English)
Con la debacle del campo socialista europeo y la desaparición de la URSS, tal parecía que la globalización capitalista impondría las reglas definitivas del orden internacional. Era anunciado el fin del viejo sistema hegemónico basado en esferas de influencia, del cual la guerra fría había sido su última expresión, y Estados Unidos emergía como el patrón indisputado de un mundo unipolar. Sin embargo, una mirada a la realidad actual nos indica una revitalización de otros centros de poder y Cuba vuelve a colocarse en el epicentro del conflicto entre las fuerzas en pugna.
Desde los orígenes de la conquista de América, la Isla ha tenido una importancia geopolítica que trasciende con mucho la dimensión de su territorio o el potencial de sus recursos naturales, así lo percibieron los españoles sus enemigos ingleses y los primeros gobernantes norteamericanos, que en los albores del siglo XX lograron establecer en el país a la primera neocolonia del mundo.
El triunfo de la Revolución Cubana movió a Cuba de lugar en el balance internacional y ello representó un avance hasta entonces impensado para el bloque socialista, que vio potenciar su influencia no solo en el mundo occidental, al colocarse en las propias puertas de Estados Unidos, sino en el llamado Tercer Mundo, gracias al impacto cubano en estos países. Otra vez la geopolítica venía a sobredimensionar la importancia de Cuba en el mundo.
La colaboración soviética estuvo basada en este presupuesto, aunque tampoco fue ajena al emprendimiento de algunos negocios que beneficiaban a ambas partes. La irrupción de la Rusia capitalista desechó todo lo que había convertido a la Unión Soviética en una potencia mundial, incluyendo su relación privilegiada con Cuba, abandonada a su suerte, como un gesto de cariño hacia sus nuevos “aliados” imperialistas.
Paradójicamente, como la soberbia norteamericana les impidió aprovechar la oportunidad, no sin tambaleos debido a las presiones estadounidenses, Europa vino a ocupar el vacío dejado por los soviéticos en el mercado cubano y hoy constituye el principal socio comercial y financiero del país. De esta manera, Cuba aprovechaba un pedacito de la globalización, condicionada por el bloqueo de Estados Unidos.
Entonces llegó la hecatombe del sistema. China se convirtió en la gran beneficiaria de la globalización y puso en crisis el predominio norteamericano en muchos sectores de la economía, incluso dentro de su propio territorio. Donald Trump disparó las alarmas y construyó su base política a partir de los perjudicados por el sistema, pero sus enemigos liberales también han acabado por repudiarlo y estamos de vuelta a la guerra por las esferas de influencia, como se refleja en el caso de Ucrania.
Un gran temor de los norteamericanos es lo que ellos llaman la “dependencia” europea de los recursos energéticos y alimenticios rusos. Una alianza económica de Europa con Rusia acabaría con la supremacía norteamericana en ese continente y probablemente en el mundo, por eso movió los hilos de su control sobre los grupos de poder europeos para propiciar una guerra donde el gran perjudicado, aparte de Ucrania, es la propia Europa, y el gran beneficiado, al menos a corto plazo, son los propios estadounidenses.
Guerras “floridas” llamaban los aztecas a las que se organizaban de manera controlada para resolver problemas religiosos, económicos o demográficos. Sin arriesgar a un solo soldado, la guerra en Ucrania disparó las ventas de armamentos estadounidenses donde el verdadero comprador es el contribuyente norteamericano; colocó su gas en el mercado europeo, que ahora paga tres veces su valor; atrajo para su territorio importantes plantas productoras del Viejo Continente y ha impuesto a la Unión Europea los dictados de la OTAN. Sin embargo no ha sido suficiente para doblegar a China, que continúa siendo la economía de más crecimiento a escala mundial, ni asfixiar a Rusia, que ha sabido buscar salidas para sus relaciones con el resto del mundo.
Quizás esto explica el renovado interés de Rusia por Cuba. Lo que se ha materializado en la visita a la Isla de algunos de los principales dirigentes rusos y del presidente cubano Miguel Díaz-Canel a ese país para reunirse, con amplio destaque mediático, con su par Vladimir Putin. La firma de más de 30 acuerdos es el resultado de estas gestiones que potencian el papel de Rusia en el desarrollo económico de Cuba y confieren a las relaciones un sentido estratégico, como han dicho sus dirigentes.
A diferencia de China, afincada en suelo latinoamericano hasta el punto de constituir su principal fuente de exportaciones –el doble que Estados Unidos- y uno de los mayores inversionistas, las relaciones económicas de Rusia con América Latina son limitadas y, aunque la vacuna rusa contra la Covid amplió su impacto a varios países, el grueso de estos vínculos se concentra en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Hasta el momento, en el caso de Cuba, el interés económico ruso no había sido particularmente destacado, por lo que no deja de llamar la atención el impulso recibido en los últimos meses. La razón no puede ser el atractivo de la economía cubana, que atraviesa uno de sus peores momentos, sino la importancia geopolítica de Cuba en un escenario cada vez más regulado por la articulación de esferas de influencia.
Según el presidente Miguel Díaz Canel, Cuba puede ser un puente entre el bloque euroasiático, integrado por Rusia y la mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas, y América Latina. Un despegue económico cubano puede contribuir a este empeño y, al parecer, en este sentido está dirigida la inversión rusa en el país.
Para algunos estamos viendo el renacer de la guerra fría en versión desideologizada, pero los cubanos somos lo que somos y Rusia no es la Unión Soviética. Tendremos que aprovechar la coyuntura para escapar del cerco norteamericano cuya política no deja muchas alternativas, pero el futuro de Cuba radica en nuestro propio esfuerzo y la capacidad para relacionarnos con todo el mundo y no con una parte de él, como decía José Martí. A decir verdad, el multipolarismo tampoco resuelve los problemas de la humanidad, hace falta un mundo chato, sin polos. Desde esa perspectiva sería buena la globalización.
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English version:
A ‘flat’ earth is what is needed
By Jesús Arboleya
With the debacle of the European socialist camp and the disappearance of the USSR, it seemed that capitalist globalization would impose the definitive rules of international order. The end of the old hegemonic system based on spheres of influence, of which the cold war had been its last expression, was heralded, and the United States emerged as the undisputed patron of a unipolar world. However, a look at the current reality indicates a revitalization of other centers of power and Cuba is once again positioned at the epicenter of the conflict between the competing forces.
Since the origins of the conquest of America, the Island has had a geopolitical importance that far transcends the size of its territory or the potential of its natural resources. At the dawn of the 20th century, they managed to establish the first neocolony in the world in the country.
The triumph of the Cuban Revolution moved Cuba from its place on the international scale and this represented an advance hitherto unthinkable for the socialist bloc, which saw its influence strengthen not only in the Western world, by placing itself at the very gates of the United States, but in the so-called Third World, thanks to the Cuban impact in these countries. Once again geopolitics came to overestimate the importance of Cuba in the world.
Soviet collaboration was based on this budget, although it was also not unrelated to the undertaking of some businesses that benefited both parties. The irruption of capitalist Russia discarded everything that had made the Soviet Union a world power, including its privileged relationship with Cuba — which was left to its own devices — as a gesture of affection towards its new imperialist “allies”.
Paradoxically, as American arrogance prevented them from taking advantage of the opportunity, not without reeling due to US pressure, Europe came to fill the void left by the Soviets in the Cuban market and today it is the country’s main commercial and financial partner. In this way, Cuba took advantage of a bit of globalization, conditioned by the US blockade.
Then came the catastrophe of the system. China became the great beneficiary of globalization and put the US dominance in many sectors of the economy into crisis, even within its own territory. Donald Trump set off the alarms and built his political base from those harmed by the system, but his liberal enemies have also ended up repudiating him and we are back at war for spheres of influence, as reflected in the case of Ukraine.
A great fear of Americans is what they call Europe’s “dependency” on Russian energy and food resources. An economic alliance between Europe and Russia would put an end to US supremacy on that continent and probably in the world, which is why it pulled the strings of its control over the European power groups to promote a war where the big loser, apart from Ukraine, is Europe itself, and the great beneficiary, at least in the short term, are the Americans themselves.
The Aztecs called “flowery” wars those that were organized in a controlled way to solve religious, economic, or demographic problems. Without risking a single soldier, the war in the Ukraine triggered sales of US arms where the true buyer is the US taxpayer; it placed its gas on the European market, which now pays three times its value; it attracted important production plants from the Old Continent to its territory and has imposed the dictates of NATO on the European Union. However, it has not been enough to subdue China, which continues to be the world’s fastest growing economy, nor to suffocate Russia, which has known how to find outlets for its relations with the rest of the world.
Perhaps this explains Russia’s renewed interest in Cuba. What has materialized are visits to the Island by some of the top Russian leaders, and with Cuban President Miguel Díaz-Canel, with wide media attention, visiting with his peer Vladimir Putin. The signing of more than 30 agreements is the result of these efforts that enhance Russia’s role in the economic development of Cuba and give relations a strategic sense, as its leaders have said.
Unlike China, settled on Latin American soil to the point of constituting its main source of exports –double that of the United States– and one of the largest investors in that area, Russia’s economic relations with Latin America are limited and, although the Russian vaccine against Covid expanded its impact to several countries, the bulk of these links are concentrated in Venezuela, Nicaragua and Cuba.
Until now, and in the case of Cuba, Russian economic interests had not been particularly prominent, so the boost received in recent months is significant. The reason cannot be the attractiveness of the Cuban economy, which is going through one of its worst moments, but the geopolitical importance of Cuba in a scenario that is increasingly regulated by the articulation of spheres of influence.
According to President Díaz-Canel, Cuba can be a bridge between the Eurasian bloc, made up of Russia and most of the former Soviet republics, and Latin America. A Cuban economic takeoff can contribute to this effort and, apparently, Russian investment in the country is directed in this area.
For some we are seeing the rebirth of the cold war in a non-ideologized version, but we Cubans are what we are and Russia is not the Soviet Union. We will have to take advantage of the situation to escape the US siege, whose policy does not leave many alternatives, but the future of Cuba lies in our own efforts and the ability to relate to the whole world and not with a part of it, as José Martí said. Honestly, multipolarism does not solve the problems of humanity either, a flat world is what is needed, and without poles. From this perspective, globalization would be good.