Wayne Smith dedicó su carrera al diálogo y la diplomacia

Por Peter Kornbluh y William LeoGrande / The Nation

(Nota del editor: El 28 de junio perdimos a Wayne S. Smith, de 91 años, un ex diplomático estadounidense que valientemente renunció a la administración Reagan por Cuba. Luego pasaría más de 30 años defendiendo la causa del acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Después vio cómo el trabajo de su vida se hacía realidad cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas en 2015 como parte del acuerdo de Barack Obama y Raúl Castro del 17 de diciembre de 2014 para normalizar las relaciones bilaterales entre los dos países. Aunque esa sensación de logro duró poco después que Donald Trump asumió la presidencia. Los autores de The Nation, Peter Kornbluh y William LeoGrande, escribieron este apropiado homenaje a Wayne S. Smith que ahora reimprimimos para nuestros lectores).

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“Cuba”, como le gustaba observar al ex funcionario del Servicio Exterior Wayne S. Smith, “parece tener el mismo efecto en las administraciones estadounidenses que la luna llena sobre los hombres lobo”. Smith dedicó su carrera, dentro y fuera del gobierno, a promover la causa del diálogo, la diplomacia y las relaciones normales entre Washington y La Habana. Vivió para ver cómo sus incansables esfuerzos se hacían realidad cuando el presidente Barack Obama comenzó a normalizar las relaciones en 2014, solo para que el presidente Donald Trump cambiara de rumbo y regresara a la fallida política de hostilidad y cambio de régimen.

En el momento de la muerte de Smith a los 91 años, el 28 de junio de 2024, la causa que defendió –el acercamiento entre Washington y La Habana– sigue siendo tan crítica y tan esquiva como siempre.
Cuando era un joven diplomático, Wayne Smith fue destinado a La Habana pocos meses antes del triunfo de la revolución de Fidel Castro en 1959. Cuando la administración Eisenhower rompió relaciones en enero de 1961, fue uno de los últimos funcionarios estadounidenses en irse, llevando consigo la bandera estadounidense que había sobrevolado la Embajada. Dieciocho años después, regresó como “funcionario principal” de la reabierta “Sección de Intereses” de Estados Unidos, parte de los esfuerzos incrementales y vacilantes de la administración Carter para mejorar las relaciones.

En un memorando de opciones completo e ingenioso, “Posibles pasos para mejorar las relaciones con Cuba”, recomendó una amplia gama de pasos económicos, culturales, militares y diplomáticos para hacer avanzar la política estadounidense hacia relaciones normales. Propuso levantar el embargo de alimentos y medicinas, calificándolo de “desmedido”. Abogó por abrir la puerta a exportaciones cubanas seleccionadas, incluidos los renombrados productos de tabaco cubanos (de los cuales Smith era un conocedor). Sugirió un partido de béisbol de exhibición en La Habana. Dado el amor fanático de los cubanos por el deporte, argumentó, la diplomacia del béisbol “enfatizaría las afinidades entre nuestros dos países”. La Unión Soviética, señaló, “no juega béisbol”.

Smith también fue uno de los primeros funcionarios en identificar ventajas para los intereses de seguridad de Estados Unidos en la colaboración antinarcóticos con Cuba. “Esto me parece una iniciativa a la que sólo la mafia podría oponerse firmemente”, escribió.

Cuando los funcionarios de la administración Reagan tergiversaron la voluntad de Cuba de negociar sobre Centroamérica y amenazaron a Castro con la fuerza militar, Smith les advirtió que las amenazas no los llevarían a ninguna parte. “Los cubanos lo han visto todo antes”, telegrafió a Washington, “y no es más probable que respondan ahora que antes”. Smith estaba tan disgustado con la mentira de su propio gobierno que rechazó por principio un nombramiento como embajador y renunció al Servicio Exterior.

Dejar el gobierno liberó a Smith para defender públicamente una política estadounidense más racional, lo que hizo durante más de 30 años, escribiendo innumerables artículos de opinión, informes y propuestas políticas. (También escribió sobre Cuba para The Nation). Smith viajaba a Cuba con frecuencia para asistir a reuniones y conferencias. Para él, la libertad de viajar a Cuba era un derecho constitucional. En diciembre de 1994, organizó una delegación de académicos para visitar Cuba sin la licencia estadounidense requerida con la intención de ser multado para que pudieran impugnar las restricciones ante los tribunales. Diez años después, Smith creó y presidió la Coalición de Emergencia para Defender los Viajes Educativos (ECDET), que presentó una demanda impugnando las nuevas restricciones de George W. Bush a los programas de estudios académicos en el extranjero en Cuba. La demanda fue desestimada por motivos de seguridad nacional.

La penúltima visita de Wayne Smith a Cuba sigue siendo la más conmovedora. Como parte del acuerdo entre Barack Obama y Raúl Castro del 17 de diciembre de 2014 para normalizar las relaciones bilaterales, las relaciones diplomáticas formales se restablecieron en el verano de 2015. Acompañado por su hija, Melinda, Smith asistió a la ceremonia de reapertura oficial de la Embajada de Estados Unidos, el mismo edificio que había cerrado cuando era un joven agregado en enero de 1961. Mientras caminaba con su padre hacia la embajada, Melinda Smith recuerda que todos los cubanos en las calles se acercaban para estrecharle la mano y le gritaban: “Gracias, Smith. ¡Gracias, gracias!” El izamiento de la bandera estadounidense para reinaugurar la Embajada representó “el pináculo del trabajo de su vida y lloró cuando subió al asta”, recordó Melinda. “Pero el reconocimiento y agradecimiento del pueblo por ese trabajo y sacrificio personal fue lo que más preció y conservó hasta el día de su muerte”.

Wayne Smith fue profético sobre qué medidas podrían comenzar a mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y muchas de sus recomendaciones finalmente fueron adoptadas. Durante las administraciones de Clinton y Obama se jugaron partidos de béisbol de exhibición. La cooperación antinarcóticos de la Guardia Costera de Estados Unidos con Cuba comenzó durante la administración Clinton y ha sido tan exitosa que desde entonces todos los presidentes la han mantenido. Las exportaciones de alimentos y medicinas a Cuba fueron legalizadas (aunque con límites) en la Ley de Democracia Cubana de 1992 y la Ley de Reforma de las Sanciones Comerciales de 2000. Incluso los cigarros cubanos podrían aparecer en Estados Unidos si son producidos por agricultores privados. Sin embargo, lo que Henry Kissinger llamó la “hostilidad perpetua” entre Washington y La Habana sigue vigente.

Aunque el presidente Joe Biden ha revocado algunas de las draconianas sanciones económicas impuestas por el presidente Trump, ha dejado otras en vigor, contribuyendo a la actual crisis económica y humanitaria de Cuba, una crisis que ha llevado a casi un millón de cubanos a abandonar su patria en la mayor éxodo desde 1959.

El fracaso fundamental de la política de Biden hacia Cuba es no cumplir su promesa de campaña de 2020 de volver a la política de normalización del presidente Obama. En cambio, su política se ha mantenido anclada en el marco tradicional de hostilidad y cambio de régimen que heredó de Trump. El resultado es una política híbrida disfuncional que pretende ser “dura con el régimen pero suave con el pueblo”, como lo expresó Brian Nichols, subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, como si fuera posible paralizar la economía cubana con sanciones sin empobrecer al pueblo cubano.

Las razones que Wayne Smith tantas veces expresó a favor de las relaciones normales siguen vigentes. La política de hostilidad y sanciones ha fracasado y no ha producido ninguna mejora en materia de derechos humanos ni de democracia a pesar de llevar más de 60 años en vigor. En todo caso, la búsqueda de un cambio de régimen por parte de Washington fomenta una mentalidad de asedio entre los líderes cubanos, haciéndolos aún menos tolerantes con sus oponentes internos.

Al estrangular la economía cubana, las sanciones reducen el nivel de vida en la isla, provocando que la gente se vaya, agravando así los problemas migratorios estadounidenses. Una política de hostilidad limita la capacidad de Washington para cooperar con Cuba en temas de interés mutuo como el crimen transnacional, la protección ambiental, el cambio climático y la salud pública. Podría decirse que los límites a los viajes impuestos por el embargo violan el derecho constitucional de los ciudadanos estadounidenses a viajar y restringen los intercambios culturales. Los límites del embargo al comercio privan a las empresas estadounidenses de oportunidades de comercio e inversión. Finalmente, la hostilidad estadounidense alienta a Cuba a recurrir a los rivales globales de Washington, Rusia y China, en busca de ayuda y seguridad, aunque no jueguen béisbol.

Es una política, como le gustaba decir a Wayne, que ha “alcanzado nuevas alturas de absurdo”.

Tituló sus memorias, The Closest of Enemies, capturando claramente la irracionalidad inherente de la hostilidad perpetua entre dos vecinos tan estrechamente vinculados por la historia y la cultura. El próximo enero, un nuevo presidente de Estados Unidos tendrá la oportunidad de reimaginar y remodelar las relaciones de Estados Unidos con Cuba de manera que sirvan mejor a los intereses tanto de Estados Unidos como del pueblo cubano. Ese nuevo presidente, sea quien sea, debería prestar atención al legado de Wayne Smith y a sus sabios consejos sobre cómo reconstruir los puentes entre Estados Unidos y Cuba, puentes que fueron quemados apresuradamente hace tantos años.