Una farmacia andante

Tomado de elboletín.com / Foto del autor

A pura hierba estamos sin ser herbívoros, sino seres humanos que a falta de medicamentos hemos tenido que recurrir a la medicina verde con sus especialistas profesionales y aficionados recetando lo que es menester lo mismo para riñones a media máquina que males de amor.

Porque eso tienen las plantas, que curan de casi todo. Mi padre campesino, que logró doctorarse en Farmacia en la Universidad de La Habana antes del triunfo de la revolución en 1959, era un fiel defensor de ello. Solía decir que buena parte de la producción farmacéutica tenía un origen en la botánica.

Por bibliotecas debe andar el enjundioso estudio de José Seoane Gallo titulado El folklor médico de Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1984, con remedios y curaciones para casi 200 enfermedades o padecimientos.

Entonces, como vivimos en una escasez permanente de medicamentos no hay otra alternativa que recurrir a la sábila, al romerillo, a la menta, al mastuerzo, al tilo, al azafrán…a lo que sea, en cocimiento, pomada, emplastos o a como dé lugar.

Y por ahí va esa ilustre señora, nueva en la vecindad, pero ya conocida por todos. Una farmacia sobre dos pies que intenta, gratuitamente, sanar a los enfermos.

Converso con dos borrachines de esquina que beben el peor de los rones caseros cuando ella pasa como si llevase comida a un establo de vacas. Uno de ellos le interrumpe el paso para indagar por algo para la inflamación de sus piernas.

-Jarabe de güira -dice sin chistar.

Entonces salta el otro ya con el alcohol haciendo de las suyas para lanzarse de gracioso.

-Mi tía, y para “el niño”, el “instrumento”, que no se me está portando bien en estos días…

La señora, que además de conocimientos tiene mucha calle y horas de vuelo, se la lleva al instante. Lo mira sonriente con perfecta dentadura y le aclara:

-Para eso tienes que viajar a Oriente (provincias orientales de la isla) y conseguir azafrán o garallón, pero para que te entiendan bien allá por los montes de la sierra, y perdón por la expresión, debes pedir parapinga.

Dicho eso, la improvisada consulta ambulante se disuelve. Ella sigue su camino con la carga al hombro, el de la inflación en las piernas le da palmaditas en el hombro al supuesto impotente y quien suscribe toma la acera de vuelta a casa cuando todavía la botella va por la mitad.

Así estamos, en penosas dificultades y a pleno relajo sin muchas restricciones que digamos.

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