Un encuentro en Harlem: Malcolm X, Fidel Castro y la lucha por Palestina

La lucha por Palestina hoy, al igual que la lucha por Cuba contra el bloqueo, es una batalla por la autodeterminación.

En septiembre de 1960, en el corazón de la América negra, el Hotel Theresa de Harlem se convirtió en el escenario de uno de los encuentros más monumentales del mundo.

Cuando Malcolm X y Fidel Castro se conocieron allí hace 65 años, Harlem se convirtió en una encrucijada del fervor revolucionario. El encuentro dejaría una huella imborrable no solo en la ciudad de Nueva York, sino en el mundo entero, convirtiéndose en un momento decisivo que ayudó a moldear la conciencia de generaciones de luchadores por la libertad y aceleró el ritmo de la lucha por la liberación en Estados Unidos y en todo el mundo.

El encuentro entre Fidel y Malcolm X en el Hotel Theresa no fue una simple oportunidad para una foto; fue un potente símbolo de una era de revolución y luchas de liberación nacional, cristalizado en un abrazo entre dos jóvenes revolucionarios que enfrentaban la ira del imperio estadounidense y enviaban una contundente declaración contra la hegemonía estadounidense y la opresión racial.

Este evento, fruto de las circunstancias y la rebeldía, sigue siendo profundamente relevante hoy en día, especialmente en el contexto de los debates globales sobre la autodeterminación y la lucha continua por la liberación palestina. Al igual que la Revolución Cubana de 1960, que encarnó los sueños y aspiraciones de los pueblos oprimidos de todo el mundo, la causa palestina y el pueblo de Gaza sirven hoy como guía para quienes buscan cambiar el mundo. El inquebrantable espíritu de resistencia en Gaza se ha convertido en un poderoso símbolo para una nueva generación de activistas que luchan por la liberación en todas partes.

Hostilidad de EE. UU. y la bienvenida de Harlem

La visita de Fidel a Nueva York para el 15.º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU fue recibida con hostilidad por parte del establishment estadounidense. Cuando él y la delegación cubana se alojaron inicialmente en el céntrico Hotel Shelburne, la gerencia exigió un cuantioso depósito en efectivo de 20.000 dólares estadounidenses por daños y perjuicios, y el Departamento de Estado de EE. UU. restringió sus movimientos. Este fue un aparente ataque político, parte de una campaña estadounidense más amplia para aislar a la joven Revolución Cubana, a medida que los sabotajes y ataques terroristas de la CIA en la isla cobraban fuerza.

Fue en este momento de tensión diplomática cuando un grupo de líderes negros, entre ellos Malcolm X, intervino. Invitaron a Fidel y a la delegación cubana a mudarse al Hotel Theresa, un referente de la vida cultural y política afroamericana en Harlem. Fidel aceptó, convirtiendo un insulto diplomático en una poderosa declaración política contra el intento de la administración de Eisenhower de silenciarlo. Al mudarse a Harlem, Fidel crearía un dolor de cabeza para Washington al destacar intencionalmente la hipocresía de una nación que se proclamaba defensora de la democracia y la libertad en el extranjero. Al mismo tiempo, sus ciudadanos negros se enfrentaban a una segregación y opresión sistémicas en su país.

El ambiente en Harlem era electrizante. Miles de personas, desafiando la lluvia, se congregaron frente al Hotel Theresa para vitorear al líder revolucionario, testimonio del apoyo popular a la lucha de Cuba contra el imperialismo estadounidense entre los afroamericanos. Como el propio Malcolm X escribió posteriormente en su autobiografía, Fidel «logró un golpe psicológico sobre el Departamento de Estado de Estados Unidos cuando lo confinó en Manhattan, sin imaginar jamás que se quedaría en la zona alta de Harlem y causaría semejante impresión entre los negros».

Rosemari Mealy, en su obra «Fidel y Malcolm X: Memorias de un encuentro», enfatiza la profunda trascendencia de este gesto. Señala que el encuentro simbolizó «el respeto que ambos hombres se expresaron» y su lucha compartida por la autodeterminación y la liberación nacional. Entre los miles que se congregaron frente al hotel, «comenzó a gestarse la idea de que Castro vendría para quedarse porque había descubierto, como la mayoría de los negros, el trato cruel que recibían los desvalidos en el centro». Fidel era visto como un revolucionario que, como lo expresó un periódico negro contemporáneo, había “mandado a la América blanca al infierno”. Este poderoso sentimiento resonó profundamente en la comunidad.

Reunión antiimperialista en el corazón de Harlem

La reunión del Hotel Theresa fue un momento crucial en la historia del internacionalismo y la solidaridad antiimperialista. Demostró una clara comprensión de que la lucha contra la opresión racial y por los derechos humanos en Estados Unidos estaba inextricablemente ligada a la lucha contra el colonialismo y el imperialismo en el extranjero. Este es un tema central explorado por académicos como Rosemari Mealy en su obra, que recopila relatos y reflexiones de primera mano, destacando cómo la reunión simbolizó una era de descolonización y luchas por los derechos humanos entre los pueblos negros y del Tercer Mundo a nivel mundial. Fue un poderoso rechazo a la narrativa de la Guerra Fría que buscaba presentar a estos movimientos como aislados e ilegítimos.

La reunión expuso la hipocresía de las afirmaciones estadounidenses de ser un faro de libertad, mientras sus propios ciudadanos negros enfrentaban segregación y violencia sistémicas, no solo en el sur de Estados Unidos bajo las leyes de Jim Crow, sino incluso en los centros urbanos del norte. La decisión de Fidel de mudarse a Harlem y sus posteriores reuniones con líderes mundiales, como Jawaharlal Nehru de la India y Gamal Abdel Nasser de Egipto, desde su “nueva sede”, lo transformaron de una figura hemisférica a una figura global. Como escribe Simon Hall en “Diez días en Harlem”, las acciones de Fidel pusieron de relieve que “la mancha de la segregación seguía viva en el norte urbano” y situaron las políticas de antiimperialismo e igualdad racial en el centro de la Guerra Fría. La imagen del Hotel Theresa, un establecimiento de propiedad negra que servía de centro para líderes globales que desafiaban el poder estadounidense, fue una manifestación tangible del auge del proyecto de soberanía e independencia del Tercer Mundo en ciernes. El 24 de septiembre, la atmósfera en la habitación de Fidel en el Hotel Theresa era electrizante; una pequeña habitación rebosaba la energía de una joven revolución. Estaba abarrotada de guerrilleros cubanos, jóvenes que habían descendido de la Sierra Maestra menos de dos años antes. A sus 34 años, Fidel era un torbellino de movimiento; su famosa barba y su uniforme verde oliva irradiaban energía incansable. La habitación, abarrotada de borradores de su próximo discurso ante la ONU y cables de noticias dispersos, servía de cuartel general improvisado. Frente a él se sentaba Malcolm X, de 35 años, quien, con un traje elegante y una presencia igualmente imponente, encarnaba el cada vez más militante movimiento de liberación negra en Estados Unidos. El encuentro fue un intercambio profundo, aunque breve, entre dos hombres que reconocieron el reflejo de sus luchas el uno en el otro, una lucha compartida por lo que Fidel llamaría, dos días después, en su histórico discurso de cuatro horas ante la ONU, “la plena dignidad humana” de todos los oprimidos. Solo se permitió la entrada a unos pocos periodistas negros, donde Fidel, hablando en inglés, expresó su admiración por la resiliencia de los afroamericanos. “Admiro esto”, dijo. “Su gente vive aquí y se enfrenta a esta propaganda constantemente, y aun así, lo entienden. Esto es muy interesante”. La respuesta de Malcolm X fue concisa y contundente: “Somos veinte millones y siempre lo entendemos”. Al salir del hotel, frente a una multitud de periodistas hostiles que le preguntaban sobre su simpatía por los cubanos, Malcolm X respondió desafiante: “Por favor, no nos digan quiénes deberían ser nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos”.

Aunque Fidel y Malcolm X nunca volverían a verse en persona, sus vidas se entrelazaron gracias a su compromiso compartido con el internacionalismo. Apenas unos años después de su histórico encuentro, Malcolm X viajó a Gaza, donde se reunió con la recién formada Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y escribió su conmovedor ensayo “Lógica Sionista”, en el que describía el sionismo como “una nueva forma de colonialismo”. Esta solidaridad reflejaba la de la Revolución Cubana; delegaciones cubanas anteriores, como las de Raúl Castro y el Che Guevara, también habían visitado Gaza, y Cuba se convertiría en uno de los primeros países en reconocer tanto a la OLP como al Estado palestino.

De Harlem a Palestina

Los ecos de la reunión de 1960 resuenan con fuerza en el próximo 80.º segmento de alto nivel de la Asamblea General de la ONU. Los principios fundamentales que definieron el encuentro entre Fidel y Malcolm X —autodeterminación, antiimperialismo y la plena dignidad de los pueblos oprimidos— son objeto de intensa controversia en la actualidad. Esto se hace más evidente en el genocidio en curso en Palestina, donde durante casi dos años, Israel, con el apoyo inquebrantable de Estados Unidos, ha buscado erradicar al pueblo palestino de Gaza mediante una brutal campaña de guerra interminable, asedio y hambruna provocada por el hombre.

Hoy, la lucha de los palestinos refleja el bloqueo opresivo y el asedio genocida que Cuba ha sufrido durante décadas. Si bien la lucha de Cuba contra el bloqueo y las sanciones estadounidenses ha sido una prolongada guerra de desgaste, marcada por una supresión calculada del ciclo informativo, la experiencia palestina ha sido una carnicería constante y visceral. Los medios estadounidenses y occidentales deslegitiman constantemente las realidades de ambos pueblos, pero difieren en su visibilidad inmediata y brutal. La solidaridad que Malcolm X mostró hacia Cuba, viendo en Fidel un espíritu afín en la lucha contra el poderoso imperio estadounidense, es el mismo espíritu que anima a los movimientos pro-palestinos hoy en día. Así como Fidel y Malcolm X reconocieron su causa compartida, una nueva generación de activistas en todo el mundo vincula cada vez más la lucha palestina con sus propios movimientos anticoloniales, antirracistas y de liberación. En todos los continentes, la bandera palestina y la keffiyeh se han vinculado inextricablemente a la lucha por la autodeterminación. Millones de jóvenes en todo el mundo desafían hoy la hegemonía estadounidense y centran el debate en el derecho humano fundamental de todos los pueblos oprimidos a vivir libres del imperialismo desde la perspectiva de la lucha palestina.

La dinámica de la reunión de 1960 se refleja en los debates actuales en la ONU. El gobierno estadounidense continúa utilizando su poder para reprimir a la oposición y castigar a quienes desafían su agenda de política exterior, en particular en lo que respecta a Palestina. La decisión sin precedentes del 29 de agosto de 2025, tomada por el secretario de Estado Marco Rubio, de denegar visas a toda la delegación palestina, es un claro ejemplo de ello. En una declaración, Rubio dejó en claro que Estados Unidos usará su autoridad en materia de visas para avanzar en su agenda política, afirmando: “Está en el interés de nuestra seguridad nacional responsabilizar a la OLP y a la AP por no cumplir con sus compromisos y por socavar las perspectivas de paz”.

Este acto de aislamiento diplomático, similar al trato que recibió Fidel en 1960, busca deslegitimar la causa palestina e impedir que siga ganando terreno en el escenario mundial. A pesar de las contradicciones que plantea el papel de la Autoridad Palestina como única representante del pueblo palestino ante la ONU, es importante reconocer que se trata de un intento de silenciar a un pueblo cuya existencia misma está bajo asedio. Sin embargo, la cuestión más candente es que la respuesta de la comunidad internacional al genocidio que está ocurriendo en Gaza debe ir más allá de simples expresiones de compasión. Si bien varios países europeos y aliados de Estados Unidos están dispuestos a reconocer formalmente el Estado palestino, este gesto por sí solo no será suficiente para poner fin al genocidio y a la hambruna continua causada por el hombre. La ONU debe ir más allá del reconocimiento simbólico y tomar medidas concretas. Como mínimo, estas deben incluir sanciones contra Israel y un esfuerzo concertado para poner fin al bloqueo de Gaza. Además, con base en el derecho internacional y las acusaciones de crímenes de guerra y de lesa humanidad, la presencia de Netanyahu o de cualquier representante israelí en la Asamblea General de la ONU debe ser rechazada. ¿Cómo puede la ONU acoger con credibilidad a individuos que han sido hallados responsables de diseñar y ejecutar atrocidades masivas?

La lucha por Palestina hoy, al igual que la lucha por Cuba contra el bloqueo, es una batalla por la autodeterminación. Las lecciones del encuentro entre Fidel y Malcolm X son claras: la solidaridad entre movimientos es un arma poderosa contra el imperialismo. Sesenta y cinco años después, seguimos inspirándonos en ese breve pero monumental encuentro en Harlem y aprendemos que la solidaridad no es un simple gesto, sino una herramienta vital en la lucha por la liberación.

Manolo de los Santos es Director Ejecutivo del Foro de los Pueblos e investigador del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Sus artículos aparecen regularmente en Monthly Review, Peoples Dispatch, CounterPunch, La Jornada y otros medios progresistas. Este artículo es cortesía de Globetrotter.