Reliquias en extinción
Acaba de morir en La Habana este lunes 28 de agosto, Ireno García Fraga, ese jovencito que guitarra en mano allá por los 70s del siglo pasado, después de las faenas en aquellas memorables Escuelas al Campo, nos hacía más placenteras las noches con canciones de amor.
Tenía 68 años de edad y aún no se conocen públicamente las causas de su fallecimiento. Los que les temen a las palabras, hablan de “una penosa enfermedad”. La familia ha dispuesto incinerarlo y alertar que la ceremonia luctuosa será privada. No pocos y merecidos reconocimientos recibió en vida. “Por la Cultura Nacional” es más que suficiente.
A cada rato, en plena calle, me encontraba con él y su deteriorado físico. No pocas veces le hice recordar en vano esa canción que le pedíamos donde invocaba a par de jovencitos que se iban a casar. “Sol en junio/ Un verano más/ Dos amantes/ Se quieren y se van a casar”.
Algo, al menos inexplicable para mí, le está sucediendo a nuestra generación, que llegar a las siete décadas de vida es todo un logro, un acto de extrema supervivencia. Aquellos que, milagrosamente, hemos comenzado a subir las escaleras de los setenta, cuando nos reunimos con nuestros pesares y recuerdos no podemos menos que invocar a los ausentes que ya son muchos.
Privilegiada generación. Los niños de la revolución, que crecieron inundados de sueños para convertirse en prestigiosos profesionales, artistas, músicos, guerreros internacionalistas y prósperos empresarios fuera de la isla.
A Ireno no se le podrá decir un sentido adiós, sino un hasta pronto, amigo y compañero de controvertidos tiempos donde siempre aparecía una guitarra en el mejor o peor de los momentos.