¿Por qué hubo otro apagón nacional y qué puede hacerse para evitarlos?

La noticia es que en la noche del viernes 14 de marzo volvió a apagarse el país luego de que un problema técnico en la subestación ubicada en el barrio capitalino El Diezmero desestabilizara toda la red nacional. Es el cuarto apagón de estas proporciones en seis meses; el primero ocurrió en octubre del pasado año. La corriente empezó a reestablecerse el sábado 15, aunque la conexión de todo el sistema no se logró hasta las últimas horas del domingo siguiente.

Según explicó al programa Mesa Redonda el ingeniero Eleazar Moreno Ricardo, director de redes de la Unión Eléctrica, esta subestación es parte fundamental del «lazo de La Habana», una red de subestaciones que incluye San Agustín, Naranjito, Melones y Reglas, y que gestiona la distribución de energía en la capital.​

La avería se produjo en una línea que conecta la subestación del Diezmero con la del Naranjito, específicamente en un dispositivo conocido como «trampa de onda». Este componente, una bobina de cobre con aislamiento, sufrió un fallo que provocó un cortocircuito a tierra en la línea. Cuando las protecciones automáticas del sistema actuaron para aislar la falla, la inestabilidad resultante llevó a la desconexión de aproximadamente 300 MW de generación, superando las reservas operativas y causando el colapso del Sistema Eléctrico Nacional (SEN).

El día del apagón generalizado se había pronosticado un déficit 1,380 MW en el horario nocturno y una demanda de 3,250 MW. Según Moreno Ricardo, para mantener la robustez del Sistema Eléctrico Nacional son necesarias dos condiciones fundamentales:

Disponibilidad de potencia: Es esencial que exista una reserva adecuada de generación eléctrica para cubrir la demanda en caso de imprevistos. En el momento del incidente, el sistema operaba con una disponibilidad de 1,756 MW, lo que dejaba una reserva insuficiente para absorber perturbaciones inesperadas.​

Capacidad de regulación: Las unidades generadoras deben tener la capacidad de ajustar su producción rápidamente para responder a variaciones en la demanda o a contingencias en la red. Esta capacidad permite estabilizar el sistema ante contratiempos y evitar caídas generalizadas. En el momento del evento, la unidad de Cienfuegos, encargada de equilibrar el sistema en caso de emergencia, también se encontraba fuera de servicio.

Sobre el componente que provocó la falla, el ingeniero afirmó que se trataba de un equipo «de comunicación y protecciones» que fue retirado de la línea, y que esta puede seguir funcionando sin perturbaciones a pesar de no tenerlo conectado.

Esta afirmación respalda lo dicho por Ariel Mas Castellanos, director de Subestaciones de la Empresa Eléctrica de la capital, al Canal Habana cuando el país seguía apagado. El funcionario agregó que se trataba de un componente obsoleto que no había podido sustituirse porque no existen similares en Cuba y ha sido imposible comprarlo en el mercado internacional. «La solución inmediata va a ser retirar el elemento, darle continuidad a la línea, y volverla a poner en servicio», concluyó.

Esto significa que el Sistema Eléctrico Nacional sigue sumamente vulnerable, y podría haber otras desconexiones en el futuro. Luego de reestablecida la corriente, el déficit ha seguido rondando alrededor de los 1,300 MW, lo cual representa más de un tercio de la demanda habitual, y que pudiera aumentar en meses de verano por el frecuente uso y mayor consumo de los aparatos de climatización y refrigeración.

La crisis energética que enfrenta Cuba hoy tiene raíces en un proceso prolongado de deterioro e insuficiencia de inversiones en el sector. A mediados de los años 2000, el gobierno de Fidel Castro lanzó la llamada «Revolución Energética», que consistió en sustituir electrodomésticos de alto consumo y en la instalación de grupos electrógenos a diésel, pequeñas centrales móviles que, si bien permitieron estabilizar el sistema en ese momento, dependían en gran medida del suministro de combustible fósil.

En aquellos años, la estrecha alianza con la Venezuela de Hugo Chávez y la bonanza petrolera que vivía ese país facilitaron la llegada de diésel y otros derivados que hacían posible el funcionamiento de estas máquinas. Sin embargo, la situación cambió con la crisis económica en Venezuela, puesto que a partir de la disminución de la producción de crudo en el país bolivariano, han mermado los envíos de petróleo a Cuba, dejando a la Isla sin su principal fuente de abastecimiento energético.

Cabe destacar que las medidas unilaterales coercitivas norteamericanas también tienen un efecto directo en la crisis eléctrica cubana. Como afirmó La Joven Cuba en la carta enviada al congreso norteamericano durante el primer apagón nacional: «limitan el acceso a la tecnología, las piezas de repuesto y los mercados internacionales de petróleo. Además, estas sanciones impiden a los buques que atracan en puertos cubanos acceder a puertos estadounidenses durante los seis meses siguientes, lo que provoca que las compañías navieras se nieguen a transportar combustible a Cuba».

Sin embargo, la guerra económica externa no es la única responsable. En la última década ha sido evidente el escaso nivel de inversión para la modernización y mantenimiento de las termoeléctricas existentes. Muchas de estas instalaciones datan de los años 70 y 80, con tecnologías soviéticas obsoletas, y han superado ampliamente su vida útil sin recibir las reparaciones capitales necesarias. Mientras tanto, otros sectores de la economía, como el turismo, han sido prioridad en la asignación de recursos.

La construcción de nuevos hoteles de lujo contrasta con la parálisis de los proyectos energéticos estratégicos. Para que se tenga una idea, en 2024 (en los meses de enero septiembre) la partida de inversiones destinadas al turismo (la suma de «servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler» más los «hoteles y restaurantes») fue del 37% de la inversión, mientras que el suministro de electricidad agua y gas alcanzó solo el 11.4%; en 2023 la relación fue de 34.2% y 10.8% respectivamente.

Aunque se aprobó un ambicioso programa de desarrollo de energías renovables en 2014 que debía representar el 24% de la generación eléctrica nacional para 2030, el avance ha sido muy limitado. Las cifras actuales muestran que la contribución de fuentes renovables sigue siendo inferior al 4% del total generado.

Parque fotovoltaico La Sábana de Bayamo inaugurado el 21 de marzo.

Justamente en esta semana, las autoridades cubanas anunciaron la aspiración de instalar más de 1.000 megavatios (MW) de capacidad solar fotovoltaica en 2025, con la construcción de más de 50 parques en todo el país. Ovel Concepción Díaz, director de generación con fuentes renovables del Ministerio de Energía y Minas (MINEM), precisó que este esfuerzo forma parte de un macroprograma que prevé la ejecución de 92 parques solares, que en conjunto aportarían más de 2.000 MW al Sistema Eléctrico Nacional.

Durante los primeros meses del año ya se han puesto en funcionamiento dos parques, uno en La Habana y otro en Cienfuegos, sumando 43 MW de capacidad instalada. Se estima que, para finales de marzo, estarán listos otros seis parques, alcanzando un total de 170 MW.

Según Concepción Díaz, con la incorporación paulatina de estos parques, se espera que el país alcance el 8% del 24% previsto de participación de energías renovables en la matriz energética nacional antes de 2030, lo que permitiría ahorrar más de 400,000 toneladas de combustible fósil.

Es cierto que la energía solar en Cuba ofrece importantes ventajas. Al aprovechar el abundante sol del país, los parques fotovoltaicos ayudan a reducir la dependencia de combustibles fósiles importados. Esto refuerza la independencia energética de la Isla y disminuye su vulnerabilidad ante la volatilidad del mercado petrolero. Además, la expansión de parques solares atrae inversión extranjera y cooperación internacional en un renglón de energía más limpia que es prioridad en las agendas de organismos internacionales. Igualmente, tanto en el sector residencial como en el productivo, los paneles solares permiten a hogares y empresas generar su propia electricidad, reduciendo facturas y, si tienen una batería acoplada, incluso mantener el servicio durante apagones​.

Sin embargo, a pesar de sus beneficios, la energía solar también enfrenta desafíos significativos. La ubicación tropical del país expone las instalaciones fotovoltaicas a huracanes capaces de dañarlas severamente. Un estudio publicado en la revista científica Ecovida concluye que «los peligros de desastre más significativos para el sistema de parques solares fotovoltaicos que se construye en la región occidental de Cuba son los ciclones tropicales, lluvias intensas, tormentas locales severas y sismos». Ejemplo de ello fue el huracán Ian en 2022, que devastó el parque solar Santa María en Pinar del Río y destruyó cerca de la mitad de sus paneles​.

El mismo artículo señala como otros riesgos que los costos iniciales de instalación y los gastos de mantenimiento siguen siendo muy elevados​, e igualmente es un problema el «carácter intermitente (solo diurna) de la generación», lo cual no permitiría aliviar el pico nocturno de déficit.

Por otra parte, en el ámbito residencial y empresarial un sistema fotovoltaico típico resulta prohibitivo o poco estimulante. El propio primer ministro ha reconocido que la mayoría de los modelos que se estaban comercializando a altos precios en el país requerían estar conectados al sistema eléctrico, por lo tanto, no funcionan de manera autónoma durante los apagones, y no estimula a comprarlos.

Fortalecer la infraestructura energética, diversificando las fuentes de energía, modernizando las actuales termoeléctricas, y estimulando la compra de equipos eficientes por parte de la población y las empresas debería ser una prioridad inaplazable. Y no puede hacerse solo con esfuerzos y voluntades abstractas. Necesita fondos e incentivos. Es un problema de seguridad nacional.

Cada apagón paraliza la producción de bienes y servicios y trastoca la rutina de quienes ya lidian con la incertidumbre y la escasez de alimentos, medicinas, transporte. Podrá explicarse mil veces el impacto de la guerra económica externa en la crisis, y buena parte de la población hasta puede entenderlo, pero cada hora sin corriente aumenta la indignación popular que ya se canalizó una vez en protestas masivas. La gente necesita soluciones y la «comprensión» tiene límites.

Tomado de La Joven Cuba

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