
¿Pasividad o estrategia? Máximo Gómez Báez frente a la ocupación militar de Estados Unidos
El accionar del Generalísimo en el período de ocupación norteamericana pudiera definirse a partir de la comprensión de una estrategia política dirigida a establecer en un plazo breve la República de Cuba.
“Dominicano de nacimiento, cubano de corazón” era la expresión de José Martí cuando, al referirse al general Máximo Gómez, reconocía la historia de un hombre comprometido con los destinos políticos de la Cuba colonial. Aquel joven amante del baile, la buena música, la poesía y de todo su entorno natal de Bani, decidió enrolarse en un proceso de liberación que lo llevó a convertirse, según sus propias palabras, en “revolucionario radical”. Desde entonces luchaba no por sostener los intereses de un caudillo en busca del poder político, sino por un ideal consistente en “cambiar cosas y hombres viejos, por cosas y hombres nuevos”.
Los contemporáneos del Generalísimo, más allá del lugar de nacimiento, ponderaron su entrega incondicional a la independencia de la colonia hispana, su amor por Cuba y por los cubanos. En ese esfuerzo, el propio estratega declaró con certeza y sensibilidad meridiana: “Nadie puede citar un día en que se me haya encontrado fuera de mi puesto; he sido siempre el soldado más obediente y sumiso sin que haya proporcionado a la patria un momento de disgusto y trastorno”.
Los conflictos personales fueron subordinados en todo momento al ideal independentista. Cuando en 1892 José Martí viajó a República Dominicana a ofrecerle el grado de General en Jefe del Ejército Libertador, algunos emigrados consideraron fracasada de antemano la misión. Alegaban que Gómez, de seguro, le guardaría recelos al joven revolucionario, a causa de su separación del Programa de San Pedro Sula en 1884. Pronto, el veterano de la Guerra Grande descartó los rumores en carta al general Serafín Sánchez “porque Martí y yo somos dos átomos ante la grande idea de la redención de un pueblo y por la cual ambos nos encontramos fuertemente interesados”.
Una vez más se despide de la familia. Atrás deja un hogar al que rondan la miseria, las enfermedades y hasta la muerte, para enrolarse en el movimiento independentista cubano que estalla en 1895. En la nueva contienda lo animan tanto la anhelada unidad alcanzada por el delegado Martí, como la oposición de importantes sectores y grupos de las “clases privilegiadas” o los “favorecidos de la fortuna” al ideal independentista: “Nos dejan solos. Ahí está mi fe, porque todas las revoluciones que hacen los pueblos son las que principian por hacer temblar y concluyen con el triunfo. Sólo el proletario tiene corazón bastante para llegar, donde quiera y por cualquier camino”.
Nadie dudaba de la genialidad de Gómez como estratega y del valor con el que recorrió los intrincados montes en busca del “Ayacucho cubano”: la audacia e intrepidez sin límites, la Campaña Circular, en Camagüey; la Lanzadera, en La Habana, hasta llegar a La Reforma en los potreros villareños con un ejército colonial muy superior en hombres y armamentos tras sus pasos y la muerte siempre al acecho.
El 10 de diciembre de 1898 quedó firmado el tratado de paz acordado en París entre España y Estados Unidos. Al igual que lo sucedido en el protocolo de paz suscrito en Washington al concluir las hostilidades, no se mencionaba la independencia de Cuba. La crítica situación suscitó que el general Máximo Gómez, hasta ese momento atento al desenlace de los acontecimientos, rompiera el silencio y, en carta enviada al periodista Edmond S. Meamy desde Yaguajay, manifestara sus criterios sobre la conducta “dudosa” de “los hombres del Norte”:
[…] Primero, contemplando indiferente por largo tiempo el asesinato de todo un pueblo, y segundo, y a la postre cuando se determinaron a intervenir en la cuestión y suprimir el verdugo, ya exánime el Pueblo, se le cobra el tardío favor con la humillante ocupación militar de la tierra sin un motivo racionalmente justificado.
¿Cómo entender los proyectos de Gómez para la creación de las Milicias Cubanas y la reconstrucción económica del país, sus gestiones con las autoridades interventoras y posteriormente con los alcaldes electos en las diferentes municipalidades, para colocar a figuras procedentes del campo independentista en los cargos públicos del país, si aceptamos que una vez concluida la guerra el Generalísimo se consideró removido de cualquier deber con los destinos de la nación? ¿Cómo explicarnos, además, desde la tan llevada y traída tesis del “complejo de extranjero”, su oposición pública a que los miembros del Partido Unión Democrática (PUD), integrado, en gran parte, por antiguos autonomistas contrarios a la revolución, asistieran a los comicios municipales, así como su activa participación en asuntos tan sensibles en el porvenir del país como las campañas durante los comicios generales; primero en apoyo a la elección de Tomás Estrada Palma frente al candidato del PUD y, años más tardes, en rechazo al reeleccionismo estradista?
La consulta de cientos de documentos de su archivo personal, en su mayoría inéditos, permite ahondar en ese quehacer posbélico. Baste mencionar la misiva que le dirigiera al general villareño Francisco Carrillo el 30 de agosto de 1900, a modo de síntesis de su accionar político: “[…] me he puesto de pie firme, con Espada en mano, a las puertas del templo sagrado de las libertades cubanas, para impedir que se introduzcan en él los mercaderes de oficio”.
En todos los casos, estas y otras líneas de acción desplegadas entre 1899 y 1902, e incluso en los primeros años republicanos, implicaban una participación activa del estratega en asuntos delicados en la convulsa vida política de la excolonia hispana. Es decir, el Generalísimo ni se marchó del país como simple “extranjero”, ni renunció de manera cándida a inmiscuirse en la política. De hecho, la muerte lo sorprendió enfrascado en deshacer la campaña reeleccionista del presidente Tomás Estrada Palma adscrito a las filas moderadas en 1904. Así lo reafirmaba el testimonio de la primogénita de la familia Gómez-Toro acerca de los últimos días de su padre, al regresar de las múltiples reuniones que sostuviera con los políticos de Santiago de Cuba. Era el 1º de mayo, día del cumpleaños de su hija Clemencia. Llegó contento, “nos contó todos sus triunfos por el Partido Liberal”, pero no quiso cenar, “se sentía estropeado y mal”.
Más bien lo que cambiaron fueron los métodos. Estos estuvieron acordes con la realidad convulsa del contexto poscolonial y las posibilidades de acción política de la época en que debió emerger y consolidarse el estado nacional cubano.
La fórmula empleada en las nuevas circunstancias, según Máximo Gómez, no podía estar sustentada en la violencia. En misiva cursada al general José María Mayía Rodríguez develaba los planes hegemónicos de Estados Unidos. Las autoridades interventoras buscaban propiciar un clima de inestabilidad interna “[…] para que nuestra actitud le sirva de pretexto para apoderarse de una vez de Cuba”. En tal sentido, aconsejaba al pueblo cubano la necesidad de tener “cuidado, tacto exquisito y mucha previsión” en esos “momentos históricos”.
El accionar del general Gómez en el período de ocupación militar pudiera definirse a partir de la comprensión de una estrategia política dirigida a establecer en un plazo breve la República de Cuba. La idea respondía a las disposiciones de las autoridades estadounidenses, que condicionaban su retirada al establecimiento de un gobierno propio por el pueblo cubano, con capacidad de regir su destino. En tal sentido, materializar el ideal republicano del viejo guerrero era una forma de poner coto a la presencia indefinida de Estados Unidos en la Isla.
El hecho de que el Generalísimo aspirara a que la república fuera independiente y soberana explica su desacuerdo con las bases sobre las que esta emergió. En el mes de febrero de 1901, condenaba, en carta a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tio, la orden militar que disponía la elección de los delegados a la Convención Constituyente, encargados de redactar la Constitución, y como parte de ella acordar las relaciones que habrían de existir con Estados Unidos. Según Gómez: “Eso de ‘ordeno’ y eso que la convención deje como Principio Constitucional (eterno) la base de las relaciones políticas entre Cuba y los EE.UU., me parecen un par de esposas”.
De ahí el fundamento de sus confesiones al puertorriqueño Sotero Figueroa acerca de la necesidad de salvar lo mucho que quedaba de la revolución redentora: “su Historia y su Bandera”. De no ser así, advertía:
[…] llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee.
Los consejos al pueblo cubano, publicados en la prensa de la época después de establecida la República el 20 de mayo de 1902, continuaron hasta su muerte en La Habana, el 17 de junio de 1905. Nunca abandonó a los cubanos a su suerte, ni aun en las circunstancias más difíciles, tal como le ratificara a Figueroa: “En el pueblo está la razón de nuestra existencia, y con el Pueblo y por el Pueblo estaremos, aun cuando agotemos toda la amargura del cáliz”.
Dr. Yoel Cordoví Núñez, Presidente del Instituto de Historia de Cuba.