Mientras no haya que pagar por dar las gracias

Lo que nunca se le habría ocurrido a un residente en la capital cubana, ahora deberá tenerlo en cuenta: qué distancia hay entre un punto emisor y otro receptor. Sesenta pesos cubanos por cada kilómetro a recorrer en la mensajería privada.

Y no ha sido, que conste, decisión de esas lumbreras del Ministerio de Finanzas y Precios quienes después de múltiples reuniones y vaya usted a saber cuántas consultas para no meter el delicado pie, deciden poner un precio determinado a cualquier objeto vendible en todo el país. No, no señor, la tal tarifa emergió dentro de la mismísima población, nacida de parto natural dada las actuales reglas del juego, en el claroscuro mercado no oficial.

Es que este asunto, muy socorrido en los últimos tiempos, de evitar las dificultades en la trasportación urbana, y optar por abonar también el traslado de lo adquirido que puede ser lo mismo una pizza en bicicleta que un tanque de agua de 500 litros en camión de diez ruedas, ha sido la solución perfecta para determinados bolsillos no muy abundantes que digamos.

Sin asomos de alivio a los pesares cotidianos, acaba de aparecer la dichosa tarifa. Unos, a ojos de buen cubero, calculan la distancia para sacar cuenta; otros, gracias a la tecnología en los celulares, le encargan la cuentecita del kilometraje al pequeño y prodigioso aparato.

Y no faltará aquel que, con sentido de humor criollo, cuando algún allegado le pregunte a dónde vamos a parar con tanto desorden y relajo, le responda sacando cuentas multiplicativas, que la cifra pudiera oscilar en dependencia del tramo a recorrer.

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