
Las verdaderas intenciones de la inescrupulosa forma de gobierno de Trump (+English)
El disgusto personal no debe ser el motor que ponga en movimiento el mecanismo de la crítica —en esto, como en muchas otras cosas, debemos permanecer lo más espinosistas posible: ni reír, ni llorar ni indignarse, sino comprender, aunque debemos dejar espacio, sentimental y apasionado, al rechazo a lo injusto e indecoroso. Comprender significa, ante todo, hacer un esfuerzo por abarcar completamente el objeto a conocer; a la par que es un movimiento de la inteligencia, no margina los afectos.
Hay que abrazar con inteligencia a esta Administración fascista para comprender sus resortes y posibles movidas y, así, cortarle el (buen) paso o, al menos, acortárselo. El fascismo necesita baños de multitudes para sobrevivir a su propia medianía —no lo dejemos sólo, ofrezcámosle lo que no puede entender y lo desampara, la crítica sistemática.
Algunos prefieren referirse a este fascismo como la ultraderecha, otros como la nueva derecha —quizás podamos convenir en llamarla la nueva ultraderecha fascista para aunar todas las acepciones, pero esto no es más que fascismo con una estética tan kitsch como la del alemán o el italiano (del bigotito del Führer al peluquín del Demagogo), que usa una retórica intimidatoria que reivindica el pasado como el paraíso perdido y culpa al sector de la población más vulnerable de las desdichas y contrariedades del presente similar a como lo hicieran sus correligionarios del siglo veinte y que observa una conducta, privada y pública, tan banal como venal como lo hicieran sus predecesores. Esto no quiere decir que este fascismo no sea capaz de perpetrar actos violentos, de llevar a cabo guerras y genocidios con tal de que sus empobrecedores argumentos prevalezcan —ya sabemos de lo que son capaces los fascistas. Un fascista será siempre los mismo, un criminal, y el nuestro lo es, de jure (convicto en la corte de justicia de la ciudad de New York) y de facto (otorgó el perdón presidencial a todos los convictos en casos probados, in a court of law, de insurrección y otros delitos durante los eventos del 6 de enero de 2021).
¿Qué relación guarda este fascismo con el fascismo clásico o histórico? Digamos que ambos tienen en común el autoritarismo, la demagogia, las tácticas intimidatorias, prácticas estéticas ridículas, características que el Demagogo y su coro recrean con un depurado arte del pastiche, mientras que se diferencian en lo que Alberto Toscano, el crítico cultural, teórico social, filósofo y traductor italiano, en entrevista publicada en Communis, describe como “dos disnalogías”, la primera es que este de ahora no es un movimiento de masas y su base social se alimenta de “públicos fragmentados [que se mueven] por la desafección y desafiliación” y la segunda, que el voto emitido no lo es tanto por los candidatos de la nueva ultraderecha fascista “son un voto de protesta por el status quo”.
No cabe la menor duda que los fascismos italianos y alemán del pasado siglo fueron movimientos de masa que comenzaron de forma muy horizontal concitando a la población total a la guerra total, pero terminaron en formaciones partidistas muy verticales que operaban desde las altas instancias del Estado hasta las casas de vecinos comunes. Esos fascismos involucraron altas cuotas de emoción y estremecimiento que recibieron respuestas de igual magnitud. Fueron las grandes masas populares de Italia y Alemania quienes consiguieron, con su entrega y fidelidad, no sólo llevar al gobierno a figuras tan cuestionables como Benito Mussolini y Adolf Hitler, sino permitir que se hicieran con el control absoluto del Estado, sus instituciones, el aparato militar e, incluso, la socialidad que acompaña toda forma estatal. La base electoral de la nueva ultraderecha fascista es tal y como la describe Toscano, una gran masa de personas que han perdido toda conexión con el sistema político, han dejado de ser sujetos políticos transformándose en consumidores de cualquier subproducto ideológico que les ofrezca satisfacer el deseo de cobrarse los olvidos y las lesiones infligidas por el sistema democrático liberal que les prometió la felicidad y la libertad plenas.
Grandes sectores poblacionales estadounidenses han sido enajenados de su condición no solo de sujetos políticos, sino de su condición de ciudadanos y reciclados en consumidores víctimas de dos enajenaciones, la primera la descrita por Marx como el trabajo enajenado que convierte al hombre en “extraño a él [mismo]” y la segunda la enajenación del sujeto político, que al desubjetivarse se transforma en objeto de su propio consumo, una suerte de antropofagia social. Estos sectores son los “públicos fragmentados” que ahora le sirven de base electoral al proyecto fascista de reordenamiento de la pirámide social —cuya cima esta vez la ocupa una oligarquía, sin cuna ni estirpe, pero con fortunas estimadas en miles de millones de dólares obtenidos en el mercado de las nuevas tecnologías de la información, la comunicación y los medios sociales— que se ha dado en llamar el tecnofeudalismo de los barones de Silicon Valley.
Para acomodar los intereses de este nuevo poder tecnocrático se necesita una vasta operación de cambio de las formas de gobierno y estatales; este el objetivo de la Administración de Trump, servir de puente levadizo entre le viejo modelo democrático liberal al nuevo conformado por las élites feudales del capital tecnológico. Con ese propósito Trump preside esta caquistocracia para que la transición sea la más leve posible en las alturas, aunque se cobre, violentamente, cualquier número de víctimas entre los comunes.