Las quincallas resucitan en Cuba

Quien para bien o para mal haya vivido el capitalismo en la isla recordará, si no residía campo adentro, donde un par de mulos portaba la mercadería con un moro a la cabeza, que muy cerca de la casa existían varios pequeños establecimientos de alta demanda popular llamados quincallas a las que acudía la gente que le era imposible acceder a las grandes tiendas o la solución del problema estaba al doblar de la esquina.

En la ciudad de Camagüey, en la que transcurrió mi infancia, en el barrio Florat, de La Vigía, estaban la de Oscar y Cacha casi con menos de cien metros de diferencia la una de la otra, con amplio y barato surtido, pero nunca con alimentos que para eso estaban las bodegas o “groceries”.

Como que todo en la vida es cambiante y en ocasiones la historia suele repetirse, aquellas quincallas han mutado en una suerte de Mipymes dada las circunstancias, en sitios como garajes, soportales y hasta en la propia acera. Unas con mayor elegancia y climatizadas; otras con espíritu de campaña, a pleno sol sin Alain Delon, en la que un Nescafé de 475 gramos es acompañado con un par de Adidas de segunda mano.

Los precios en moneda nacional que casi compiten con los del mercado negro, inaccesibles para una buena parte de la población. Un problema aún sin solución: inflación y salarios-pensiones-jubilaciones insuficientes, pero en necesaria e imprescindible apuesta a futuro. De manera muy tibia, algunos precios descienden no porque lo imponga el gobierno, sino la competencia.

Han proliferado como la verdolaga en toda la capital cubana y me atrevería a asegurar que en número mayor a las extintas quincallas de barrio. De fácil y cómodo acceso siempre y cuando la billetera pueda responder a la factura, están resucitando.

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