
La libertad de una fugitiva: el exilio de Assata Shakur en Cuba
Fidel Castro la calificó de “verdadera presa política” que era “víctima de la feroz represión contra el movimiento negro”.
La noticia de la muerte de Assata Shakur en La Habana, Cuba, el 26 de septiembre, fue recibida con un profundo sentimiento de pérdida compartida entre revolucionarios y activistas de todo el mundo. Poco después, en una reunión en Nueva York, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, dijo simplemente: “Cumplimos con nuestro deber”. Esta humilde declaración resumía cuatro décadas de compromiso inquebrantable del Estado cubano para proteger a una de las revolucionarias más buscadas de los Estados Unidos y permitirle vivir su vida como una mujer libre. La postura firme de Cuba, a pesar de la inmensa presión y las amenazas, pone de relieve una verdad fundamental: los principios de una nación no solo se revelan en sus palabras, sino en las personas que decide proteger.
Una vida de lucha y despertar político![]()
Nacida como Joanne Chesimard el 16 de julio de 1947 en la ciudad de Nueva York, la vida de Assata reflejó la turbulenta realidad de ser una mujer negra en los Estados Unidos. Alcanzó la mayoría de edad durante el apogeo de los movimientos por los derechos civiles, el poder negro y contra la guerra, un período que moldeó profundamente su conciencia política y la de innumerables jóvenes de todo el país. Inicialmente asistió al Borough of Manhattan Community College y luego se trasladó al City College de Nueva York, donde se convirtió en una poderosa voz del activismo estudiantil y en una organizadora clave. Su trayectoria la llevó a unirse al Partido Pantera Negra (BPP, por sus siglas en inglés) en Harlem, una organización que, en poco tiempo, dejaría una huella indeleble en la lucha por la liberación negra. Aunque los medios de comunicación convencionales solían presentar al BPP como una banda violenta, Assata y otros lo conocían como una organización vital arraigada en la comunidad que ofrecía programas de desayunos gratuitos para niños, clínicas de salud, abogaba por autodefensa contra la brutalidad policial y movilizaba a la comunidad negra en la lucha política.
Assata y muchos otros miembros de la rama neoyorquina del BPP se unirían más tarde al Ejército de Liberación Negra (BLA, por sus siglas en inglés). Esta organización clandestina surgió de un ala militante del movimiento. Abogaba por la lucha armada contra el opresivo gobierno estadounidense, considerándola una forma legítima de enfrentarse a las infraestructuras de la supremacía blanca y el racismo en el núcleo de la sociedad estadounidense y lograr la libertad para los negros. Este cambio fue también una respuesta directa a la brutal represión que sufrió el Partido Pantera Negra por parte del Gobierno de los Estados Unidos, que trató de desmantelar y destruir las organizaciones negras y de izquierda. Innumerables líderes del Partido Pantera Negra, como Fred Hampton, fueron asesinados, mientras que muchos otros fueron incriminados, arrestados por cargos falsos y mantenidos como presos políticos durante décadas.
La represión del Gobierno de los Estados Unidos contra el Movimiento de Liberación Negra no se limitó a arrestos y juicios públicos. Una campaña mucho más insidiosa, el Programa de Contrainteligencia del FBI (COINTELPRO), operaba en la sombra, desconocida para el público y los activistas a los que se dirigía. Desde mediados de la década de 1950 hasta principios de la de 1970, el COINTELPRO fue un esfuerzo sistemático por “exponer, desorganizar, desviar, desacreditar o neutralizar” a las organizaciones políticas consideradas una amenaza para la seguridad nacional, con el Partido Pantera Negra (BPP) y otros grupos revolucionarios negros como objetivos principales.
El FBI, bajo la dirección de J. Edgar Hoover, consideraba estos movimientos como una grave amenaza interna. El programa utilizó una amplia gama de tácticas, desde la guerra psicológica hasta la violencia descarada. Los agentes enviaban cartas anónimas para fomentar la desconfianza y la rivalidad entre los líderes y las organizaciones negras, lo que a menudo provocaba divisiones internas y, en ocasiones, violencia. El FBI también utilizaba informantes para infiltrarse en los grupos, difundir desinformación y provocar enfrentamientos con las fuerzas del orden. El objetivo era desmantelar estos movimientos desde dentro, sin tener que reconocer nunca el papel del Gobierno.
La existencia del COINTELPRO siguió siendo un secreto muy bien guardado hasta el 8 de marzo de 1971, cuando un grupo de activistas que se autodenominaban Comisión Ciudadana para Investigar al FBI irrumpieron en una pequeña oficina local del FBI en Media, Pensilvania. Robaron cientos de documentos y, tras revisarlos cuidadosamente, los entregaron a las agencias de noticias. Estos documentos proporcionaban pruebas irrefutables de las actividades ilegales del FBI contra grupos políticos nacionales. La revelación provocó la indignación pública, audiencias en el Senado dirigidas por Frank Church y una mayor comprensión de hasta dónde estaba dispuesto a llegar el Gobierno para reprimir la disidencia.
El juicio injusto y la audaz fuga
El 2 de mayo de 1973, Assata fue detenida en la autopista de Nueva Jersey junto con dos compañeros miembros del BLA. Se produjo un tiroteo que causó la muerte de un policía estatal de Nueva Jersey y de uno de sus compañeros, Zayd Malik Shakur. La propia Assata recibió un disparo y resultó gravemente herida. Lo que siguió fue un juicio muy publicitado que fue ampliamente condenado como una caza de brujas política. Assata fue acusada de asesinato, a pesar de haber recibido un disparo por la espalda y de tener las manos en alto. Las pruebas contra ella eran endebles y circunstanciales, y los expertos forenses testificaron que sus heridas hacían físicamente imposible que hubiera disparado un arma.
A pesar de la falta de pruebas creíbles, fue condenada en 1977. En un sistema diseñado para aplastar la disidencia y criminalizar a los negros, su condena era un resultado previsible. “Soy una esclava fugitiva del siglo XX”, dijo en una famosa frase. “Porque el sistema legal de los Estados Unidos es cruel, racista e injusto. Y no tenía ninguna esperanza de obtener un juicio justo”.
Tras dos años en prisión, el 2 de noviembre de 1979, protagonizó su legendaria fuga con la ayuda de otros miembros del BLA. Este acto de liberación no fue solo para ella, sino que se convirtió en un poderoso símbolo para el movimiento.
El refugio cubano y la hipocresía estadounidense
Tras su audaz fuga, Assata Shakur llegó a Cuba, donde se le concedió asilo político en 1984. Para el Gobierno estadounidense, esto fue una afrenta directa. La presión sobre Cuba para que la devolviera comenzó casi de inmediato y nunca cesó. La campaña en su contra no era sólo la persecución de una fugitiva, sino un intento de dar ejemplo con una revolucionaria prominente y castigar a Cuba por su solidaridad con ella.
El Gobierno estadounidense intentó repetidamente criminalizar la decisión de Cuba de concederle asilo calificando al país de “Estado patrocinador del terrorismo”. La recompensa por la cabeza de Assata era un recordatorio constante de esta campaña. En 2005, la recompensa se fijó en un millón de dólares, una medida que coincidió con un periodo de mayor hostilidad y nuevas amenazas de la administración Bush contra Cuba. En 2013, el FBI, bajo la administración Obama, la incluyó en su lista de terroristas más buscados, una clasificación que normalmente se reserva a los líderes de Al Qaeda y del ISIS, y aumentó la recompensa a dos millones de dólares. Esta medida sin precedentes tenía por objeto demonizarla y justificar cualquier acción emprendida contra ella, incluidos los intentos de capturarla “viva o muerta”. El uso de vallas publicitarias, especialmente en Nueva Jersey, fue una campaña de relaciones públicas diseñada para movilizar a la opinión pública en su contra y en contra de Cuba.
Los funcionarios cubanos defendieron de manera constante y enérgica su decisión. Fidel Castro la calificó de “verdadera presa política” que era “víctima de la feroz represión contra el movimiento negro”. En su opinión, el intento de los Estados Unidos de presentarla como una terrorista era “una injusticia, una brutalidad, una infame mentira”. En una muestra de desafío continuo, otros funcionarios y ciudadanos de a pie en Cuba se han hecho eco de este sentimiento, considerándola una invitada de honor y una hermana en la lucha. Para Cuba, conceder asilo a Assata no era solo una cuestión política, sino una cuestión de principios, un testimonio de sus convicciones antiimperialistas y antirracistas.
Los terroristas de al lado: Luis Posada Carriles y Orlando Bosch
La obsesión del Gobierno estadounidense con Assata Shakur se pone de manifiesto cuando se compara con su trato a Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila, dos de los terroristas anticubanos más notorios. Ambos eran exiliados cubanos que fueron financiados y entrenados abiertamente por la CIA para llevar a cabo una campaña de violencia contra la Revolución Cubana.
Su acto más infame fue el atentado contra el vuelo 455 de Cubana en octubre de 1976. El avión civil explotó en pleno vuelo poco después de despegar de Barbados con destino a Jamaica, matando a las 73 personas a bordo, incluido todo el equipo nacional cubano de esgrima. Tanto Posada Carriles como Bosch fueron arrestados en Venezuela por el crimen. Sin embargo, finalmente fueron liberados y ambos regresaron a los Estados Unidos.
Posada Carriles, un antiguo agente de la CIA entrenado en sabotaje, explosivos y guerra de guerrillas, estuvo directamente implicado en el atentado y en otros ataques terroristas en toda América Latina. A pesar de las abrumadoras pruebas y de sus propias confesiones en una entrevista concedida en 1998 al New York Times, el Gobierno de los Estados Unidos se negó a extraditarlo a Cuba o Venezuela. En 2005, fue detenido en los Estados Unidos por entrada ilegal, pero posteriormente fue puesto en libertad por un tecnicismo.
De manera similar, Orlando Bosch, que fue arrestado y encarcelado brevemente en los Estados Unidos por un ataque con bazuca contra un carguero polaco en Miami, pudo regresar posteriormente a los Estados Unidos tras una concertada campaña de presión por parte de destacados políticos cubano-estadounidenses. El Departamento de Justicia de los Estados Unidos lo describió oficialmente como terrorista, pero fue indultado por el presidente George H. W. Bush.
El trato contrastante que recibieron Assata Shakur y estos dos terroristas dice mucho sobre las verdaderas prioridades del Gobierno estadounidense. Mientras que persiguió a una revolucionaria negra durante décadas, proporcionó un refugio seguro a hombres que cometieron actos de asesinato en masa contra civiles cubanos. Esta profunda hipocresía pone de manifiesto un claro doble rasero: la disidencia en el país se tilda de terrorismo, mientras que la violencia contra un supuesto enemigo en el extranjero se considera un acto político justificable. Esto subraya la naturaleza política de la persecución de Assata y el doble rasero del sistema judicial estadounidense. Consolida su lugar como símbolo de la resistencia contra un sistema profundamente defectuoso e injusto. Mientras tanto, hasta el día de hoy, Cuba sigue figurando en la lista de países patrocinadores del terrorismo.
Un faro para las generaciones futuras
La huida y el exilio de Assata Shakur no fueron solo un escape físico de un sistema injusto y violento, sino un acto político e ideológico. Su inquebrantable creencia en un futuro socialista, un mundo libre de las fuerzas explotadoras del capitalismo, el imperialismo y el racismo, fue lo que la convirtió en una profunda amenaza para el establishment estadounidense. Su visión buscaba una reestructuración fundamental de la sociedad, una visión que desafiaba directamente los cimientos mismos del poder estadounidense. Por eso su presencia en la Cuba socialista no fue casual, sino un acto de solidaridad profundamente simbólico. Para millones de jóvenes que han descubierto su historia, ya sea a través de su impactante autobiografía o de un simple cartel que dice “Assata es bienvenida aquí”, ella es más que una figura histórica. Es un testimonio vivo de la posibilidad de la resistencia. Ella encarnó el valor no solo de pensar en el cambio, sino de luchar por un mundo completamente nuevo. Sus palabras, “No creo que se pueda ser revolucionario sin tener una visión socialista”, sirven de guía y afirman que la lucha por la liberación de los negros está indisolublemente ligada a la lucha internacionalista por un mundo sin bloqueos, sanciones, genocidios y sin el imperialismo estadounidense. Su legado es un poderoso recordatorio de que la verdadera libertad requiere que desmantelemos lo viejo y construyamos algo nuevo, juntos.

El refugio cubano y la hipocresía estadounidense