
La guerra de Trump contra los números
Esto no es gobernar. Es comedia de improvisación representada por un hombre con inmunidad ante citaciones judiciales y una fijación por los marcadores.
Hubo una época—lejana ya, cuando la Tierra aún se enfriaba y los economistas ostentaban corbatines sin sentirse ridículos—en que la Oficina de Estadísticas Laborales trabajaba calladamente en las sombras claroscuras del gobierno federal. Su labor era noble, si no exactamente electrizante: compilar datos de nómina, calcular el desempleo, y en general evitar la atención de funcionarios con escolta. Luego llegó Donald Trump. Y con él, la revelación de que ninguna institución—por más inocua o circunscripta a las cifras que fuera—saldría ilesa de la luminosa hoguera de sus agravios. Entonces, ha surgido una nueva guerra contra una abstracción, los números, similar a otras guerras interminables e imposibles de ganar: las drogas y el terrorismo.
El primero de agosto, Erika McEntarfer, una economista de temperamento suave cuya acción más polémica antes de esta semana probablemente fue etiquetar mal un eje Y en una gráfica, fue despedida de su cargo como Comisionada de la OEL. Su delito: reportar unos decepcionantes 73,000 empleos nuevos en julio, menos 258,000 puestos discretamente borrados de los registros de mayo y junio, cortesía de las siempre sospechosas “revisiones”. En la gran tradición del micromanejo autoritario y los giros de guion estilo reality show, Trump la acusó de haber “amañado” las cifras—sin pruebas, sin pestañear y, desde luego, sin leer las notas al pie.
“¡Está cocinando los libros para Biden!”, tronó Trump desde el carrito de golf del autoritarismo. No importaba que McEntarfer fuera del tipo de tecnócrata que probablemente alfabetiza sus cajas de cereal y las compara con los datos del censo. O que las revisiones laborales ocurren todos los meses. O que la OEL no podría amañar una partida de Monopoly ni aunque quisiera. Lo importante es que los números habían trastornado la intuición sagrada del Líder Supremo, que en esta era MAGA se ha vuelto el barómetro más socorrido del Partido Republicano.
No es la primera vez que Trump convierte cifras en enemigas del Estado. Recordemos cuando insistió en que el huracán Dorian golpearía Alabama, y al no ocurrir, simplemente sacó una pluma Sharpie y redibujó la trayectoria de la tormenta. Fue el equivalente presidencial de reprobar un examen de ortografía y luego apuñalar el diccionario. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, cuyo trabajo consiste en rastrear el clima y no las oscilaciones del humor presidencial, fue presionada para respaldar su pronóstico alternativo. Los meteorólogos aún no se han repuesto de la humillación.
O pensemos en el tragicómico episodio del huracán María, cuando estudios independientes estimaron unas 3,000 muertes en Puerto Rico. Trump tachó esas cifras de falsas, una “invención” demócrata. Se asume que los fallecidos no estaban disponibles para dar su versión. Y por supuesto, está el COVID, ese virus que desaparecía mágicamente cada Semana Santa o justo después de las elecciones—según el mitin que uno frecuentara. Trump declaró que era menos letal que la gripe, mientras camiones refrigerados hacían fila detrás de los hospitales, y pronunciaba con solemnidad: “Probamos con cloro. Puedo decirles que [beber] cloro mata el virus en cinco minutos.” La doctora Deborah Birx, coordinadora de la respuesta al coronavirus, quedó visiblemente atónita sentada a un costado mientras el presidente ofrecía esta recomendación en voz alta ante ella y otros científicos. Años después confesaría a ABC: “No sabía cómo manejar ese momento,” y añadió: “Todavía lo pienso todos los días.”
Ya en los días prelapsarios de 2016, el candidato Trump aseguraba que la tasa de desempleo era un fraude, posiblemente urdido por estadísticos chinos operando desde una pizzería en Brooklyn, donde Hillary Clinton y sus colaboradores dirigían una red de tráfico de menores. Pero tras su toma de posesión, vivió una conversión damascena: de repente, esas mismas estadísticas se transformaron en gloriosa prueba de la grandeza estadounidense. Los números habían sido sanados, redimidos por su toque, como hojas de Excel en un culto bajo carpa.
Ahora, en su segundo mandato—un febril sueño colectivo del cual la república MAGA quizá no despierte jamás—el presidente regresa a su terreno favorito. Solo que esta vez, no basta con las mentiritas de números. Ahora hay que desterrarlos. O, más precisamente, despedir a los humanos desafortunados que los elaboran. Las McEntarfers del mundo, que trabajan bajo luces fluorescentes en el anonimato, han aprendido que no hay dato tan limpio que no pueda ser acusado de deslealtad.
Las consecuencias, como dirían los economistas, no son triviales. Los inversionistas dependen de estos datos. Las empresas toman decisiones de contratación. La Reserva Federal tiembla ante cada punto decimal. Pero todo eso es secundario ante el verdadero objetivo de Trump: establecer una nueva métrica de la verdad. No una basada en evidencia y verificaciones, sino en sensaciones. Sensaciones presidenciales. La verdad es lo que el presidente tuiteó por última vez; la mentira, lo que lo hizo quedar mal.
Esto no es gobernar. Es comedia de improvisación representada por un hombre con inmunidad ante citaciones judiciales y una fijación por los marcadores. La audiencia es cautiva. Las víctimas son los informes de empleo, los burócratas profesionales, y los indicadores normales, incluso la realidad consensual.
Y así, McEntarfer sale del escenario, despachada por la mano inefable del capricho autocrático. Sus hojas de cálculo, sin duda codificadas por color y revisadas por expertos, ahora acumularán polvo en los Archivos Nacionales, junto a la Constitución y otros documentos que ya no se usan con regularidad. La OEL, mientras tanto, seguirá procesando cifras—hasta que alguien decida que los números favorecen la cultura de borrón y cuenta nueva, o que los puntos decimales tienen sesgo liberal.
En la América de Trump, el mapa no es el territorio. El mapa es lo que el Sharpie diga que es. ¿Qué va a pasar si algún día dice que la Tierra es plana?
