La emigración que sostuvo la independencia de Cuba

Para fundar la república “con todos y para el bien de todos”, algunos ofrendaron su vida en el campo de batalla, otros con una parte del jornal ganado en tierra extranjera.

A inicios de 1895, la familia Quesada-Miranda entregó a José Martí una suma de dinero equiparable a la recaudación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) durante un prolongado período de tiempo. Dicha suma serviría para resarcir la pérdida causada por la confiscación de los barcos de Fernandina, que fue ejecutada por las autoridades estadounidenses. La generosidad de esa familia permite imaginar con qué inmediatez podrían haberse colectado –tan solo entre un reducidísimo grupo de simpatizantes de la causa independentista cubana− los recursos que, pacientemente, aportaban los asalariados afiliados al PRC. Sin embargo, Martí decidió reunir los fondos necesarios para la guerra dentro de la heterogénea membresía de su partido, constituido mayormente por las capas más humildes de la emigración cubana.

Desde su fundación en 1892, el PRC, había estado recaudando las sacrificadas contribuciones de sus miembros a través de los clubes patrióticos. La organización no era excluyente ni clasista. Sus asociados eran en su mayoría obreros, campesinos y trabajadores de la pequeña burguesía. La labor del Partido no estaba orientada a convencer a aquellos que pudieran ofrecer considerables colaboraciones a la causa, ni dentro del exilio cubano, ni mucho menos de entre las grandes fortunas estadounidenses, sino que se interesaba por la participación de todos los que se sensibilizaran con la independencia de Cuba y fue en los modestos aportes de la clase trabajadora, donde encontró el mayor número de contribuyentes. 

Desde la creación del PRC, la actividad revolucionaria se había sostenido gracias a esas contribuciones. También ellas se habían costeado los suministros de tres embarcaciones claves para comenzar la guerra en Cuba. Desde el puerto de Fernandina, al norte de la Florida, partirían hacia la Isla, en fechas distintas, las tres expediciones que, paulatinamente, sincronizarían su marcha para llegar simultáneamente a Cuba, el 24 de febrero de 1895. El plan se vio frustrado poco antes de iniciar. El 10 de enero, a causa de la delación de un compatriota en el que Martí confiaba, fueron confiscados los suministros de las expediciones y con ellos se desvanecieron los esfuerzos de sus sostenedores. 

Para ese entonces el Delegado del PRC ya había pasado a la clandestinidad. La recia persecución que el espionaje español oponía a su actividad política, le obligaba a esconderse en casa de sus amigos más cercanos. Según el testimonio de Blanche Zacharie de Baralt, en su libro El Martí que yo conocí, tras el desalentador suceso, Gonzalo de Quesada llevó a Martí con cariño filial de Jacksonville a Nueva York a la casa de sus suegros, Ramón Luis Miranda y Luciana Govín. 

En la residencia familiar de los Miranda, vivía su sobrino Luis Rodolfo Miranda y también el joven matrimonio de Gonzalo de Quesada y Angelina Miranda. La familia mostró su cariño con múltiples atenciones que intentaban disipar el dolor de Martí. Y no solo eso. También decidieron entre todos los miembros colaborar, con cantidades sustanciales, al resarcimiento de la abrumante pérdida que ponía en peligro la ansiada libertad de Cuba. 

Luciana Govín, la esposa del doctor Miranda, puso a disposición de Martí su cuenta bancaria íntegra con la cuantiosa suma de cincuenta mil dólares (que equivaldría al día de hoy a 1 878 600 dólares, aproximadamente). A esa cantidad se sumó la contribución de su esposo y del resto de la familia, que habían quedado consternados con el triste acontecimiento. Cada uno intentó dar el máximo de lo que le era posible y gracias a ese sacrificio en poco tiempo se reiniciaron los planes de alzamiento.

De un grupo reducido de amigos vino el auxilio en este período de gran abatimiento para el líder cubano. Dicho auxilio, económico y espiritual, salvó del fracaso el inicio de la revolución en Cuba. Este hecho parece indicar que Martí habría podido contar con colaboraciones más expeditas de habérselo propuesto y que, por consiguiente, su voluntad de apostar, fundamentalmente, por la contribución gradual de miles de emigrados cubanos de extracción humilde, le hizo tomar el camino más largo y abnegado. Pero, ¿podría considerarse un error práctico esta visión que ralentizaba las condiciones objetivas para la guerra?  

La tesis de Roberto Fernández Retamar sobre la elección ética de José Martí al querer pertenecer a su “tercer mundo”, puede ofrecer algunas luces al respecto. La centralidad que tiene en la labor del Apóstol la libertad de Cuba −y con ella el proyecto continental nuestro americano− da fe, no solo de su vocación de servicio, sino del objeto de servicio: su patria, que viene a ser esa porción de humanidad doblemente despreciada: primeramente, por la imputada inferioridad intelectual y étnica; en segundo lugar, por el subdesarrollo económico propio de la condición colonial.  

Comprender la elección moral sobre la cual descansa la obra martiana ayuda a entender que los recursos económicos no fueron el medio trascendental de la labor revolucionaria del Delegado del PRC. Para Martí, captar el mayor número de voluntades hacia la causa independentista era una tarea prioritaria, porque no concebía únicamente la revolución como la lucha armada o como la preparación de la misma, sino que tenía sus ojos puestos en la construcción de una república en la que todos tuvieran lugar. Era lógico que si la república que se habría de fundar era “con todos y para el bien de todos”, también habría un lugar para que cualquiera que lo desease pudiera ofrendar en el difícil trayecto hacia la libertad. Algunos lo harían en el campo de batalla, otros con una parte del jornal ganado en tierra extranjera. 

La efectividad de la recaudación de los clubes no radicaba en la celeridad con que lograran acumular fondos para iniciar la lucha, sino en que la distribución del ejercicio político abarcara al mayor número posible de implicados en la causa cubana. ¿No sería acaso la valoración de esa implicación colectiva, que trasciende los intereses de un grupo o de un líder, lo que movió el desprendido aporte de familia Miranda-Quesada?

Maritza Collado Almeida es investigadora del Centro de Estudios Martianos.
Leave a comment