La doctrina del desatino de Trump

Comenzó, como muchas grandes farsas geopolíticas, con un malentendido tan profundo que resulta prácticamente filosófico. Steven Witkoff, magnate inmobiliario convertido en sherpa de política exterior, escuchó a Vladimir Putin murmurar algo sobre una retirada. “Retirada pacífica de Rusia de Ucrania”, anunció Witkoff con aplomo, como si citara a Tolstói.

Desafortunadamente, el oligarca en jefe no dijo que Rusia se retiraría de Ucrania. Lo que exigió fue lo contrario: que Ucrania se replegara de su propia tierra, como un espejo obligado a desalojar su reflejo. Pero Witkoff, ansioso por audicionar para un papel que no entiende, lo presentó como un triunfo diplomático. En el teatro del Trumpismo, hasta la mala traducción cuenta como una bella negociación. Pero la diplomacia es más difícil que revender condominios en Las Vegas.

En esta farsa, Putin se convierte gozoso en el jefe de campaña no remunerado de Trump; la incompetencia sería slapstick si no estuviera fundida con estrategia. Trump, perenne alumno del curso por correspondencia del Kremlin, aprendió un truco electoral práctico directamente de Putin: olvida la persuasión, basta con eliminar el voto por correo y redibujar los mapas. 

No es necesario cancelar elecciones de plano—demasiado desordenado, demasiado evidente. Recuerda que yo siempre gano en grande, pudo haberle recordado Putin. Basta con dificultarle el voto a los demócratas (solo en persona) y dónde tienen derecho a votar (mediante manipulación de distritos). Si los resultados no favorecen a Trump, entonces los resultados son fraudulentos por definición. 

El Partido Nazi no alcanzó el poder a través de una sola elección, sino mediante una combinación de triunfos electorales, la explotación de la Gran Depresión, propaganda eficaz y un impulso político creciente que desestabilizó a la República de Weimar y permitió que Hitler fuera nombrado Canciller en 1933. Esta lógica, sacada directamente del manual de campo de Moscú, tiene la sutileza de un garrote. Las elecciones no tratan de elegir, sino de confirmar la inevitabilidad del Líder.

Trump se habrá sentido alagado por la intimidad con el ruso, quizás tomando notas en una servilleta de cóctel de Mar-a-Lago ya manchada con anillos de Coca-Cola Light. La servilleta más tarde sería archivada como documento clasificado, entre una tarjeta de puntuación de golf y el menú de una cena con filete en la Casa Blanca. Pronto la campaña de Trump llevó el consejo táctico a su conclusión natural, decidiendo que el camino hacia la autocracia está pavimentado con convoyes: ni siquiera debatir el acceso al voto—hay que desplegar tropas. Y no tropas regulares, claro está, sino caravanas armadas de fanáticos de los estados rojos, que se internan en los estados azules con el solemne deber de “supervisar.” Su misión es simple: intimidar, disuadir y recordar a los distritos urbanos que la república ahora funciona a base de camionetas con porta-rifles y espectáculos militares rimbombantes. Uno podría imaginarse a Jefferson, plumilla en mano, asintiendo con aprobación—si Jefferson hubiera escrito la “Declaración de Dependencia de la Guía Táctica Rusa”.

Anteriormente, en el Hotel Captain Cook de Anchorage, ocho páginas de documentos gubernamentales que detallaban la cumbre Trump–Putin—incluido un menú con filete mignon, diagramas de asientos, números de teléfono de funcionarios estadounidenses, pautas de pronunciación fonética para “Putin” (“Pú-tin,” no “Putain”—un recordatorio útil si tu francés está oxidado) y el obsequio planeado (una estatua de escritorio de águila americana)—fueron olvidadas en una impresora pública, como pases de abordar extraviados. Este desliz embarazoso expuso detalles de planificación en una filtración que comprometió la seguridad. Críticos y expertos lo describieron como emblemático del descuido administrativo, relacionándolo con filtraciones previas. La postura nuclear de Estados Unidos compartía ahora el mismo nivel de seguridad que un programa de puntos de hotel.

Entre esas filtraciones previas se destaca el infame chat de Signal. El Asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz agregó por accidente al editor en jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, a un grupo donde se discutían operaciones militares estadounidenses planeadas en Yemen. El incidente desató controversia debido a la naturaleza de la discusión (acción militar inminente) y al uso de una plataforma de comunicación no autorizada e insegura como Signal para asuntos delicados, en claro ultraje de los protocolos de seguridad nacional. Con desparpajo, el Secretario de Defensa Pete Hegseth compartió detalles sensitivos de los bombardeos inminentes, como los tipos de aeronaves (F/A-18 Hornets, drones MQ-9 Reaper), misiles (crucero Tomahawk) y los horarios específicos de los vuelos. Incluso se permitió intercambiar mensajes de felicitación con otros funcionarios tras los ataques, aunque ninguno de los individuos en ese grupo tenía la autorización de seguridad necesaria para recibir la información, lo que planteó más dudas sobre el buen juicio de Hegseth y su respeto por los protocolos.

Inexplicablemente, además del chat oficial, Hegseth creó y usó otro grupo de Signal, supuestamente llamado “Defense | Team Huddle”, que amplió su círculo de confidentes. Incluía a una docena de personas, entre ellas su esposa Jennifer Hegseth, su hermano Phil Hegseth y su abogado personal Tim Parlatore. Según The New York Times, Hegseth reveló detalles específicos sobre los ataques del 15 de marzo contra rebeldes hutíes, incluyendo los horarios de vuelo de los Hornets involucrados en la operación. NBC News y Associated Press informaron después que Hegseth había copiado esta información de un canal seguro de comunicaciones del Comando Central estadounidense y la había publicado literalmente en el chat no clasificado de Signal, como un adolescente que comparte alegremente un video de TikTok con sus amigos.

Cuando se conocieron los informes sobre el chat de Signal, Hegseth despidió a altos funcionarios por lo que llamó “divulgación no autorizada” y pareció culparlos de las filtraciones. No ha ofrecido, sin embargo, una explicación pública directa sobre su decisión de incluir a su familia y a su abogado personal en el chat.

El propio manejo de información clasificada por parte de Trump es otra procesión de desatinos, que incluye: (1) La filtración de 2017 en la Oficina Oval, donde reveló inteligencia clasificada de máximo nivel sobre un complot del ISIS a funcionarios rusos, comprometiendo información sensitiva y provocando medidas internas de emergencia. (2) Su reiterado incumplimiento de protocolos de seguridad, cuando reveló la ubicación de submarinos nucleares estadounidenses a Filipinas, publicó en línea un programa clasificado de la CIA y compartió imágenes satelitales de instalaciones nucleares iraníes—conductas denunciadas repetidamente como temerarias. (3) Mar-a-Lago funcionando como archivo secreto improvisado, ya que documentos clasificados se almacenaron de forma insegura en el salón de baile del resort de Trump en la Florida y otros lugares accesibles a terceros, lo que llevó a una investigación federal y a la alarma de funcionarios de inteligencia.

No olvidemos los despidos irreflexivos ejecutados bajo un esquema de recortes de costos marca DOGE a principios de este año. La NNSA, o Administración Nacional de Seguridad Nuclear, es una agencia semiautónoma dentro del Departamento de Energía de EE. UU. que mantiene el arsenal nuclear estadounidense, trabaja para prevenir la proliferación nuclear, protege materiales nucleares, provee combustible para la armada nuclear y actúa como primera respuesta ante emergencias nucleares. El diecisiete por ciento de la fuerza laboral de la NNSA—314 empleados, incluidos ingenieros y personal con autorizaciones de seguridad—fueron abruptamente despedidos bajo una directiva de reducción de costos conocida como DOGE Service, supervisada por Elon Musk. Los despidos causaron estragos en las operaciones, pusieron en riesgo al país y se cancelaron ante la indignación bipartidista, lo que evidenció la imprudencia de decisiones en instituciones vitales para la seguridad nacional.

Otro ejemplo puede que no refleje incompetencia tanto como desvergüenza, pero vale la pena mencionarlo porque muestra cómo la administración de Trump intenta desviar la atención de sus desatinos: el Incidente en el Cementerio Nacional de Arlington en 2024. Durante una visita solemne, el séquito de Trump intentó filmar contenido de campaña entre las tumbas de la Sección 60, una actividad estrictamente prohibida. Cuando un empleado del cementerio intervino, uno de los ayudantes de Trump “la empujó bruscamente”, según el Ejército, que condenó las acciones del grupo como una violación de la ley federal y de las normas del cementerio que prohíben actividades políticas en el recinto. Como es típico, la campaña de Trump negó lo ocurrido y difamó a la empleada del cementerio, alegando que “sufrió un episodio de salud mental.” El portavoz de la campaña, Steven Cheung, dijo que estaban “preparados para difundir vídeos” que apoyaban sus afirmaciones, pero seguimos esperando.

Cada uno de estos episodios forma una cuenta en el mismo rosario absurdista: una devoción al descuido, bordada con ambición. Lo que surge no es tanto una filosofía de gobierno como un estilo de actuación: la incompetencia como estrategia, el desatino como doctrina. Si no se prevé la victoria, redefine las reglas del voto. Si no se protegen los secretos, llámalos recuerdos. Si no se puede gobernar, haz campaña entre los muertos en Arlington envuelto en la bandera y usa a la Guardia Nacional como utilería. Si no te gustan las estadísticas, despide al estadístico. Si las noticias no te favorecen, fabrica una crisis.

Puede que Witkoff haya malentendido, pero la profecía encierra otro sentido. Rusia no se retirará de Ucrania, pero Estados Unidos, bajo Trump y su golpe de estado a cámara lenta, puede retirarse de la misma democracia—arrastrado hacia atrás por convoyes de centauros armados, impresoras que chismorrean en la noche y un líder para quien las elecciones son fraudulentas a menos que reflejen su propio rostro.

Amaury Cruz es escritor, activista político y abogado retirado que vive en Carolina del Sur.