Historias para ir volando

Cuando a finales de los 70s, luego de 24 meses de total ausencia, regresé de dos guerras como explorador artillero en el continente africano, mi hijo ya tenía unos tres años de edad. Solía tirarme de la mano al ver un avión en pleno vuelo en el cercano aeropuerto de Ciudad Libertad para informarme lo que le repetía su mamá:

-Ahí va mi papá.

Nada singular tiene en este mundo que un padre tome una aeronave para visitar a su hijo, pero en Cuba eso tiene un matiz especial. La familia se encuentra dispersa, casi desintegrada totalmente por un éxodo generacional que parece no tener fin. Lograr una visa es lo mismo que encontrar la aguja en el pajar. Te preguntan hasta si cuando naciste el día estaba nublado.

Algunos padres han quedado en la más absoluta soledad, sin hijos, hermanos, primos ni tan siquiera parientes lejanos porque todos han tomado el camino lejano a casa por razones muy diversas.

Unos pocos años atrás, antes de la pandemia, en reuniones de viejos amigos, el no emigrar era de común acuerdo. Que si no seriamos una carga, que si nos esperaba allá un “home” o residencia para ancianos, sin poder aportar nada porque con tales edades nadie ofrece trabajo, que mire usted dejar lo suyo para vivir agregado, que aquí más o menos se va tirando…

Pero la vida es como es. Piensan diferente para marchar sin reparo alguno junto a ellos y sus hijos, nietos por derecho propio.

La gran mayoría de ellos con padres en la isla se preocupan y ocupan en asistirlos. Otros no. Nadie sabe. Mundo complejo. Es una realidad, mínima, pero lo es.

A fin de cuentas, uno los visita con cierta vergüenza porque son quienes invitan y cubren los gastos. El peso cubano no vale absolutamente nada fuera de la isla. Dentro, no mucho tampoco.

Sobre tan delicado tema padre-hijos, un amigo me dijo una vez, ciertamente, que eran como flechas sacadas de un carcaj y lanzadas al infinito. Algunas llegan cerca (Miami),mientras que otras vuelan hasta Australia o Vietnam.

El sonido del golpe seco del tren de aterrizaje al salir avisa de la inminente llegada. En breve, en el aeropuerto de Montreal, Pierre Elliott Trudeau, un hijo a la espera de abrazar y contar vivencias bajo temperaturas tan frías como desacostumbradas, además de cómo rehacer una vida con trabajo y decoro.

No debe resultar extraño, que el “niño” ya con casi medio siglo de vida, tire ahora de la mano de su esposa y le confiese:

-Ahí sí viene mi papá.

Tomado de elboletín. com
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