Esos 300 euros por un turno
La muchacha no aceptó, no podía aceptar. Y vaya usted a saber si evadió una estafa y tendrá que pegarse con “colaloca” al aparato hasta que logre el cometido.
Aurelio Pedroso
Progreso Weekly/Semanal
Vivir cerca de una embajada favorece mucho a quienes se dedican a prestar determinados servicios. Y, valga la redundancia, hasta el propio servicio sanitario. También para aquellos que en varios minutos son capaces de llevarse al bolsillo el equivalente al salario de un médico en catorce meses de trabajo, guardias y angustias de la profesión.
Como que parece no resultar tan fácil hacer uso del teléfono para solicitar una cita, cosa que puede suceder, en la propia acera de la sede diplomática le han propuesto a una joven conseguir un turno por nada menos que 300 euros (84.000 pesos cubanos). Salió como un bólido incandescente para contarlo al primero que viera. Y ese fui yo.
La muchacha no aceptó, no podía aceptar. Y vaya usted a saber si evadió una estafa y tendrá que pegarse con “colaloca” al aparato hasta que logre el cometido. De haber procedido a la propuesta, quedará en el aire qué tipo de conexión existe para acceder al listado de citas. Olor a queso y no precisamente parmesano para espaguetis.
Es el caso de la embajada de Italia, a poco menos de cuarenta metros de mi balcón. Desde allí, como acucioso vigía y obligado escucha, rompe la tranquilidad mañanera el famoso bocadito de helado. Le seguirán, indistintamente, el que vocea la merienda, el del bocadito de jamón y queso con malta fría, el de la pizza caliente, el de los pastelitos, las empanaditas, el tamalero e intercalados en la escena de pregones, los que venden o cambian cebollas o ajos por cigarros o detergente, el reparador de colchones, el comprador de frascos vacíos de perfumes y hasta algún que otro grito de vecina anunciando la llegada de algo a la bodega.
Un concierto sin parar hasta llegada la tarde en que los niños del vecindario, que ya han olvidado el béisbol, la emprenden con un balón de fútbol en la explanada callejera para cuando llegue la noche la escena sea de camposanto.
Muy raro el caso de embajadas vecinas, propensas a multitudes, en que uno no conozca o se entere de los más variados trapicheos entre los de la calle y los del interior de estas. Tan cierto como dos más dos, igual a cuatro.
Hasta dónde llegaremos con esta crisis y sus salpicaduras de caos no lo sé. Ojalá no sea muy caro ahora que todo sube como la espuma y la tranquilidad brilla por su ausencia.
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