Entendiendo a MAGA a través de chimpancés y langostas

En el gran teatro de la política estadounidense, a menudo nos gusta pensar que hemos evolucionado más allá de nuestros instintos primarios, construyendo ideologías e instituciones complejas y argumentando sobre programas sociales. Sin embargo, si el ascenso de Donald Trump y el movimiento MAGA nos ha enseñado algo, es que a veces, incluso en los pasillos del Congreso o en la campaña electoral, la humanidad todavía está atada a las mismas fuerzas que nuestros primos lejanos, como los chimpancés y, nos atrevemos a decir, las langostas. 

Sí, has leído bien. Al igual que los crustáceos que luchan por la mejor madriguera o los primates que se aferran al control de la tropa, el culto a Trump muestra que los principios evolutivos, específicamente los relacionados con el dominio, la sumisión y la agresión innecesaria, están vivos y coleando. De hecho, MAGA no es solo un movimiento político; es una manifestación del orden natural de las cosas, donde el macho dominante, o la “langosta alfa”, reina suprema. Con carisma, agresividad y un firme control sobre sus leales seguidores, Trump ha ascendido a la cima de la jerarquía social, y aquellos que buscan su favor, literalmente, se han “presentado” ante él, ya sea en sumisión o con la esperanza de aparearse, metafóricamente, por supuesto. 

Embarquémonos en una expedición evolutiva a las aguas pantanosas de la política MAGA, donde el culto a Trump refleja el comportamiento de las langostas y los chimpancés, con agresión innecesaria, sumisión ritual y algún que otro alarde de ser el protector de las hembras.

Dominio y sumisión: el ascenso de la langosta alfa

En el reino animal, la dominación lo es todo. Las vidas secretas de las langostas, de Trevor Corson, describe un experimento en un gran tanque diseñado para simular un entorno natural donde varias langostas de Maine podían interactuar entre sí por un largo tiempo. El experimento era para comprender mejor cómo las langostas establecen dominancia y jerarquías sociales e interactúan entre sí.

En la sociedad de la langosta, el macho alfa logra su posición a través de enfrentamientos feroces, exhibiciones de pinzas y mucha intimidación. Después de ascender a la cima de la jerarquía social, la langosta dominante no se duerme en los laureles, oh no. Continúa intimidando a las langostas más débiles, no porque representen una amenaza, sino porque puede. Todas las noches, la langosta alfa abandona el mejor refugio del tanque, que ha asegurado para si, y hace las rondas para abusar de los machos más pequeños e incluso de algunas hembras. Esta “agresión innecesaria” es una forma de reforzar continuamente la autoridad del alfa, pero también incluye elementos de crueldad innecesaria, ya que las langostas más débiles ya son sumisas y evitan la confrontación.

El impulso psicológico o social detrás de esta agresión innecesaria es comparable a las exhibiciones de dominación que se ven en otros animales, donde el poder no solo se defiende, sino que se afirma continuamente, como una forma de mantener el control psicológico sobre los demás en el grupo. 

Entra en escena Donald Trump, quien, al obtener la postulación del Partido Republicano en 2016, ascendió rápidamente al estatus de alfa. Su camino hacia la cima estuvo marcado por movimientos característicos que enorgullecerían a cualquier langosta. Desde sus apodos mordaces —”Hillary la Corrupta”, “Pequeño Marco”, “Ted el Mentiroso”— hasta sus reproches públicos a sus oponentes, el ascenso de Trump al poder fue una clase magistral de comportamiento de dominio. Como una langosta en un tanque, Trump no solo despachó a sus rivales, sino que continuó menospreciando e intimidando a cualquiera que se atreviera a desafiar su gobierno. Al igual que con la langosta alfa, este acoso no siempre era necesario; a menudo, parecía puramente un deporte. 

De hecho, la inclinación de Trump por la crueldad es evidente tanto en su retórica como en sus políticas. Ya sea burlándose de un reportero discapacitado, deshumanizando a los inmigrantes, separando familias en la frontera con México, haciendo comentarios misóginos, atacando a las familias de soldados caídos, menospreciando a los prisioneros de guerra estadounidenses como John McCain, o insultando a sus oponentes con apodos ofensivos, su comportamiento a menudo va más allá de lo que es necesario para el beneficio político o personal, entrando en el ámbito de la agresión innecesaria. Al igual que la langosta o el chimpancé dominantes, Trump utiliza la crueldad para afirmar el dominio y el control sobre rivales, subordinados, e incluso grupos de personas.

Sumisión Ritual: Presentación ante el Alfa

En el mundo animal, los subordinados rutinariamente se “presentan” a los individuos dominantes como un signo de sumisión. En las sociedades de chimpancés, este gesto toma la forma de acicalar, o mostrar sus genitales al macho alfa, como si estuvieran listos para la penetración, a cambio de protección, o al menos evitar una mayor humillación. En el mundo MAGA, el equivalente político es la declaración pública de lealtad a Trump, un acto ritual que asegura que el subordinado permanezca en el favor del alfa.

Viene a mente el destino de Mitt Romney, el otrora orgulloso candidato republicano que se atrevió a criticar a Trump. Después de sus famosos votos para condenar a Trump durante los juicios políticos, Romney fue rechazado por la base de MAGA y sometido al ridículo público de Trump. Romney, al igual que una langosta subordinada, aprendió que desafiar al macho dominante resulta en una retribución rápida y humillante. En términos de langosta, Romney fue expulsado de la principal propiedad inmobiliaria del liderazgo del Partido Republicano, obligado a encogerse a la sombra de la poderosa garra del macho alfa.

O tomemos a Kevin McCarthy, el presidente de la Cámara de Representantes que prácticamente ha hecho una forma de arte de la presentación metafórica ante Trump. Después de criticar inicialmente a Trump tras la insurrección del 6 de enero en el Capitolio, McCarthy voló rápidamente a Mar-a-Lago, sombrero en mano, para alisar las relaciones. Esta peregrinación humillante fue similar a un chimpancé que ofrece una sesión de aseo al macho alfa después de una disputa. McCarthy sabía que, si no reafirmaba públicamente su lealtad, su carrera podría sufrir una muerte prematura en las garras de Trump.

Luego está Lindsey Graham, el senador de Carolina del Sur que ha pasado de ser uno de los críticos acérrimos de Trump a uno de sus partidarios más fervientes. La transformación de Graham de escéptico a adulador es un caso de libro de texto. Después de que Trump se convirtiera en la fuerza dominante en el Partido Republicano, Graham comenzó a prodigarlo con elogios, al igual que un chimpancé de menor rango que se gana el favor del alfa presentándolo o acicalándolo. ¿El resultado? Graham se las ha arreglado para mantenerse en las gracias de Trump, asegurando su posición dentro de la jerarquía MAGA, incluso si eso significa soportar el golpe ocasional de sus pinzas metafóricas.

De manera similar, Ted Cruz, después de haber sido aplastado en las primarias de 2016, hizo el movimiento ritual de presentación al ofrecer su apoyo a Trump, a pesar de que Trump había insultado a su esposa y lanzado acusaciones falsas de que su padre había ayudado al asesino de John F. Kennedy. La decisión de Cruz de respaldar a Trump, incluso después de estos ataques personales, muestra cuán profundo es el instinto de sumisión. Es como si Cruz pensara: “Bueno, me han herido; será mejor que me presente y esperar que me salve”. De hecho, consiguió un papel clave en el Senado, al tiempo que eludía el aguijón de más insultos y el despojo de su hombría por no haber protegido a su esposa y a su padre.

Muchos más republicanos destacados han repudiado a Trump solo para dar vuelta en redondo y “presentársele”, incluidos Marco Rubio, Chris Christie, Nikki Haley y Rand Paul, por nombrar algunos. Quizás el más notorio es el compañero de campaña de Trump, J.D. Vance, quien llamó a Trump “el Hitler de Estados Unidos”; dijo que la campaña de Trump estaba explotando las frustraciones y agravios de los estadounidenses de clase trabajadora, particularmente en regiones empobrecidas; calificó la retórica incendiaria de Trump como divisiva y peligrosa, especialmente en lo que respecta a temas de raza e inmigración; calificó a Trump de reprobable; y dudó de la autenticidad de Trump, sugiriendo que la personalidad populista de Trump era oportunista en lugar de genuina, y que estaba más interesado en avivar el miedo que en abordar los problemas reales que enfrenta el país. Sin embargo, cuando Vance se postuló para el Senado de Estados Unidos en Ohio en 2022, cambió su postura y abrazó públicamente a Trump para no ser apabullado.

Agresión e intimidación innecesarias: Trump como el matón en jefe

La agresión innecesaria es uno de los sellos distintivos del comportamiento de dominancia, y en el mundo de las langostas, no es raro que el macho alfa continúe intimidando a las langostas más débiles mucho después que su posición esté segura. En el caso de Trump, su agresión tanto hacia los rivales políticos como hacia los medios de comunicación suele ser excesiva, reforzando su dominio incluso cuando no es necesario. Sus ataques a Mike Pence, por ejemplo, después de que este se negara a anular los resultados de las elecciones en 2020, fueron innecesarios desde un punto de vista puramente político. Trump ya había perdido las elecciones, y Pence no podía hacer nada al respecto, pero el instinto de castigar a los que no se plegaban fue demasiado fuerte para resistir. Al igual que la langosta alfa que continúa acosando a sus subordinados solo porque puede, la agresión postelectoral de Trump hacia Pence fue una muestra de dominio destinada a recordar a todos en su órbita que la disidencia no sería tolerada.

Luego está Liz Cheney, la congresista republicana que se atrevió a votar contra Trump enn el segundo juicio político. Al más puro estilo de langosta, Trump lanzó una campaña de intimidación pública contra Cheney, despojándola de sus papeles de liderazgo y apoyando a su oponente en las primarias. La intimidación fue implacable, al igual que la langosta alfa acosando a las langostas más débiles que ya se han sometido. Cheney, por supuesto, no se sometió, y su carrera política pagó el precio, un recordatorio para otros de que desafiar al alfa resultaría en un castigo rápido y brutal.

El protector de las mujeres: la última jugada de dominio de Trump

Recientemente, Trump ha estado articulando una nueva narrativa: quiere ser el “protector de las mujeres”. Esto también refleja un comportamiento común en el mundo animal, donde los machos dominantes asumen un papel protector, protegiendo a las hembras (especialmente durante momentos vulnerables como el celo o la muda) como una forma de asegurar los privilegios de apareamiento y reforzar su autoridad. La declaración de Trump de que quiere proteger a las mujeres sigue este guión evolutivo: se está ubicando como el alfa protegerá a los vulnerables, ganándose así su lealtad y admiración. Y al parecer muchas mujeres caen en eso.

No olvidemos la ironía en esto. Trump, quien ha sido acusado no solo de intimidar a mujeres, sino de abusar sexualmente de al menos una docena, y que fue condenado precisamente por esos cargos en el caso de E. Jean Carroll (sin mencionar una letanía de otras acusaciones relacionadas con su infame misoginia), ahora reclama el papel de protector. En términos evolutivos, esto es similar al chimpancé alfa que protege a las hembras de las amenazas externas, mientras sigue utilizando su dominio para controlarlas. Es un caso clásico de un macho dominante que afirma el control presentándose a sí mismo como protector y gobernante.

Cultos a la personalidad y dominación animal

Los cultos a la personalidad, en los que los líderes son glorificados y tratados como infalibles, a menudo reflejan la dinámica de dominio que se observa en las sociedades de chimpancés y langostas, donde el poder se mantiene a través de la agresión, la sumisión y las muestras simbólicas de lealtad. Muchos ejemplos históricos y contemporáneos encajan en este patrón, en el que los líderes utilizan el miedo, el carisma y las demostraciones públicas de dominio para mantener su control del poder. 

El culto a la personalidad de Mao Zedong, por ejemplo, alcanzó su punto máximo durante la Revolución Cultural, donde su imagen era omnipresente y sus palabras eran tratadas como un evangelio. “El Pequeño Libro Rojo”, lleno de dichos de Mao, se convirtió en un símbolo de lealtad al líder. Como un chimpancé o una langosta alfa, Mao exigió la sumisión total de sus seguidores, y cualquier disidencia fue brutalmente reprimida. Las demostraciones públicas de lealtad eran obligatorias, y millones de personas sufrieron en purgas que reforzaron su dominio.

Otro ejemplo es la dinastía Kim, que ha mantenido uno de los cultos a la personalidad más duraderos y extremos de la historia moderna. El Estado retrata a Kim Il-Sung, Kim Jong-Il y Kim Jong-Un como figuras casi divinas, responsables de todos los éxitos y profundamente amados por el pueblo norcoreano. La población debe mostrar su lealtad constantemente, al igual que los animales subordinados que muestran sumisión a un líder dominante. La adoración pública de los Kim no es opcional, y el hecho de no mostrar lealtad puede resultar en el encarcelamiento o algo peor. La rígida jerarquía y el uso del miedo y la propaganda en Corea del Norte se hacen eco de la dinámica de dominación-sumisión que se observa en las sociedades animales.

Otras sectas, como las de Iósif Stalin, Adolf Hitler, Saddam Hussein y Vladimir Putin, han mostrado patrones de comportamiento similares a las estructuras de dominación observadas en las sociedades de chimpancés y langostas. Este tipo de cultos requieren lealtad absoluta, usan el miedo y la violencia para mantener el control y castigan a aquellos que desafían su autoridad, en paralelo con las jerarquías agresivas basadas en la dominación en el reino animal. Las demostraciones públicas de lealtad, la sumisión ritual y la eliminación de los rivales refuerzan su condición indiscutible, al igual que los animales dominantes utilizan las demostraciones de poder y agresión para reprimir a los subordinados y asegurar su posición.

Conclusión: El Alfa Reina Supremo

Los cultos a la personalidad a menudo reflejan la dinámica de dominación que se observa en las sociedades de chimpancés, langostas y otros animales no humanos, como se describe en obras como Las vidas secretas de las langostas y observaciones de primates documentadas en Sombras de antepasados olvidados de Carl Sagan y Ann Druyan, una amplia exploración de la evolución humana y nuestro lugar en el mundo natural que explica la herencia compartida de los humanos y otros animales.

El culto a Trump no es tan diferente de las jerarquías de dominación que vemos en la naturaleza. Al igual que las langostas que luchan por el control del tanque, o los chimpancés que compiten por el poder dentro de la tropa, el ascenso de Trump y el movimiento MAGA tienen sus raíces en comportamientos evolutivos primarios: dominio, sumisión, agresión innecesaria y el refuerzo constante del poder a través de la intimidación y el acoso. Sus partidarios, al igual que las langostas y los chimpancés subordinados, han aprendido a presentarse ante el alfa, ofreciendo lealtad a cambio de protección, favor o simplemente para no ser apabullados metafóricamente.

Entonces, ya sea que estemos hablando de langostas en un tanque, chimpancés en la selva o políticos en Washington, una cosa está clara: nosotros también somos animales, y la influencia de la evolución es sutil y completa. En el mundo MAGA, Trump es la langosta alfa, al mando del tanque con las pinzas extendidas, siempre listo para afirmar su dominio y crueldad, incluso cuando es innecesario. Como humanos, sin embargo, podemos trascender nuestro cerebro reptiliano.

Ojalá no se permita que los instintos básicos de Trump se manifiesten después de las elecciones de noviembre y que nosotros, el pueblo, no terminemos apabullados por un dictador como Hitler, Putin, Saddam o Stalin “desde el primer día” si suficientes electores deciden “presentarse” ante Trump.

Amaury Cruz es un escritor, activista político y abogado jubilado que vive en Carolina del Sur. Es Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Derecho.
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