Dios mío, qué solos se quedan los vivos

De un pasaje en La Divina Comedia, de Dante Alighieri (1265-1321) o de la propia obra poética de Gustavo A. Bécquer (1836-1870) siempre me impresionó de estudiante adolescente aquella frase reflexiva: “Dios mío, qué solos se quedan los muertos”.

Hoy pienso todo lo contrario. Qué solos nos quedamos los vivos. Comentándole tal parecer a mi compañera de venturas y desventuras, llegamos a casa y recibo otra mala nueva en menos de una semana.

Acaba de morir mi hermano negro José Cutín Aranguren, el único hombre conocido que, emocionado, sin poder abrazar a un ser viviente en tan anónimo desembarco del crucero soviético Almirante Najìmov, se fundió en profundo apretón de brazos con el sobresaliente de un pilote en el puerto de Mariel al regresar a la isla después de la guerra en Etiopía a principios de 1979.

Casi en la más absoluta soledad salvo la compañía inseparable de su perro guardián y compañero, no pude llegar a tiempo para socorrerle en ese instante en que el corazón le tendió una letal emboscada. El aviso fue tardío. Ello pesa y molesta mucho en estos beligerantes días que requieren de tanto socorro mutuo.

Tal vez los aficionados al béisbol puedan memorizarlo cuando en los partidos televisados el comentarista anunciaba que el jefe de grupo en la unidad de control remoto en la transmisión era José Cutín.

A un viejo guerrero de las contiendas en Angola y Etiopía se le despide con pocas lágrimas. Son muertes en combate. Los vivos le recordaremos cuando sea menester y continuaremos en pie de lucha, con enemigos o sin la presencia de ellos.

No hay religión que reniegue del encuentro entre almas mortales en las alturas celestiales. No comparto tal parecer ni critico a los que piensen de ese modo. Lo tomo como un bálsamo a vivos que algún día deberán abandonar este mundo ilusionados a la espera de otro mejor. A  Cutín, junto a Omelio, Virgilio y otros tantos más, los tendré siempre a mi lado. No estarán en ningún rincón del cielo atrincherados detrás de una estrella. Conmigo, en las buenas y en las malas.

Nuestra historia ya está escrita y a buen recaudo, Cutìn. A ver si descansas en paz.

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