De la natilla de la abuela al maní tostado del abuelo

Diferencia abismal, como la del día y la noche. Muy lastimera por demás. Una pena nacional como quiera mirarse.

La abuela, con su conocida y famosa natilla de varios sabores. Un empeño meramente doméstico, familiar, de postre dominguero cuando lo que queda de familia se reúne en casa. Cierto dolorcillo de cabeza para confeccionarla teniendo en cuenta los inaccesibles ingredientes. Entre cinco y ocho huevos mensuales en cartilla por persona; leche, si aparece; azúcar, otro tanto; vainilla o chocolate si se lograra conseguir y maicena si está a la vista. Todo un auténtico reto culinario, insospechado para cualquier repostero que no viva en Cuba.

El abuelo, en cambio, con menos dificultades para adquirir el maní a sabiendas que a cada rato le elevan el precio, pero con una olla bajo fuego lento y una cuchara de madera para removerlo con pausas hasta dorarlos todos y tenerlos al punto con escasa sal. Luego, el papel para el cucurucho, otra odisea mucho más leve que salir a la calle bajo inclemente sol y venderlo según estén los precios, cinco o diez pesos la unidad. Un acto de supervivencia cuando por ley de vida debía descansar y disfrutar los pocos años que le quedan entre nosotros.

Abuelos guerreros, que no hay de otra. Morirán como soldados de estos tiempos, en zafarrancho de combate. Una, intentando hacer natilla; el otro, vendiendo hasta el último cucurucho.

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