Como comunicar la pobreza

Por Mariana Camejo / La Joven Cuba

Hace unos días estuvimos pendientes a la polémica en torno al texto «La mendicidad no es compatible con el proyecto social cubano», publicado en Granma, sobre pobreza en Cuba. Básicamente, se concentraba en hacer una lista de los delitos en que puede incurrir una persona cuando ejerce mendicidad u obliga a otros a ejercerla. La polémica, más allá de criticar el escrito, generó lo que podríamos llamar un sub-debate, crítico también, de cómo deberíamos hablar de pobreza en los medios, y cómo debería ser la comunicación sobre el tema.

El malestar provocado por la publicación no estuvo dado solo por el tratamiento del tema, sino además por quién lo firmaba, una magistrada del Tribunal Supremo Popular.

Lo cierto es que «pobreza en Cuba» no es una temática usual en los medios de prensa estatales, aunque es posible intuir que los recientes comentarios televisivos sobre habitantes de calle y vulnerabilidad, de Talía González, posteriores ambos a las críticas al texto de Granma, son un efecto positivo de ese debate que se dio en redes.

Cada vez es más común encontrarse a personas de todas las edades, incluyendo niños, buscando en latones de basura o pidiendo dinero en la calle, escenas muy rara vez vistas hace unos años atrás, incluso en los peores años del llamado «Período Especial». Y a pesar de ello, los medios que deberían estar al servicio de la ciudadanía no reflejan, ni analizan a profundidad las causas y consecuencias de esta situación. Tampoco me consta que se haya dado algún evento, simposio, conversatorio o formación para periodistas sobre tratamiento mediático del tema.

Los medios que deberían estar al servicio de la ciudadanía no reflejan, ni analizan a profundidad las causas y consecuencias de esta situación.

Y eso me trae precisamente a esta pregunta: ¿de qué manera pudieran los medios hablar sobre pobreza y cómo es que ese tratamiento mediático pudiera ser no excluyente de las voces de la gente? Tengamos en cuenta que cuando digo «la gente», me refiero también a audiencias, ciudadanía, quienes padecen o ven padecer, quienes buscan en la basura y quienes ven buscar a otros, quienes piden dinero en los semáforos, o quienes ven a otros pedirlo. Es importante pensar en los televidentes y los lectores desde dichos conceptos y perspectivas, porque no solo nos dan pistas de comportamientos y contextos, sino también de sus expectativas cuando ven un asunto tan serio abordado de forma superficial y prejuiciosa.

Por ello, me concentro esta vez en solo tres recomendaciones —de tantas— a tener en cuenta cuando se aborde la pobreza.

La primera es simple y fácil: con empatía. Comunicar con empatía implica no criminalizar la pobreza, no convertirla en un problema que se resuelve con punitivismo, o sea, con penas y condenas. Porque criminalizar la pobreza, más allá de que no resuelva nada realmente, implicaría que quienes mendigan o los familiares, son culpables de su mendicidad. Y entonces estaríamos desplazando la responsabilidad de quienes pudieran pensar, hacer y accionar de modos concretos para aliviar las condiciones que hoy hacen a alguien vulnerable.

Pero la criminalización de la pobreza no es solo eso. Desde el punto de vista comunicacional, aproximarse al tema de esa manera es también contribuir a la generación de estereotipos despreciativos de las personas y comunidades pobres, que descansan en la idea de que «el pobre es pobre porque quiere», o «porque no se esfuerza lo suficiente», un legado de la meritocracia —de la que hoy hacen bandera las derechas en el mundo— que desconoce los diferentes puntos de partida y los años de investigaciones de ciencias sociales —también en las academias cubanas— sobre el tema.

Desde el punto de vista comunicacional, aproximarse al tema de esa manera es también contribuir a la generación de estereotipos despreciativos de las personas y comunidades pobres.

Necesitamos comunicar con empatía por qué hoy un menor vende pan o falta a la escuela para dedicarse a vender. Lo hizo Calendario, por ejemplo. Por mucho que podamos hacerle señalamientos a la serie, lo cierto es que se acercaron al tema precisamente desde la empatía. La historia de Orestes demostraba que un adolescente negro, en un barrio donde las desigualdades eran visibles, en una casa pobre, no vive igual que quien tiene mejores condiciones. Es tan simple como eso.

Y si hablamos de los puntos de partida y analizamos las causas que provocan el empobrecimiento, entonces podremos ver el otro lado de esta moneda. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué instituciones son responsables de tomar acciones? ¿Qué políticas públicas pudieran estar apuntando a disminuir la pobreza? ¿Qué medidas económicas, para implementarse, necesitan hacerse de conjunto con otras medidas y en determinada secuencia, para que el impacto no sea precisamente el empobrecimiento?

Incluso para el abordaje de las causas de la pobreza, desde la academia hay distintos aportes que no solo van a lo que puede causar puntualmente pobreza en una comunidad, hogar o una persona. Pienso, por ejemplo, en investigadoras cubanas como Mayra Espina, Geidys Fundora o María del Carmen Zabala. Pienso también en el enfoque relacional de la pobreza desarrollado por CLACSO, que busca explicar las dinámicas en que se produce y reproduce la pobreza, a la vez que se produce y reproduce la no pobreza, y toma de los estudios sobre vulnerabilidad el entendimiento de que los sujetos tienen activos tangibles e intangibles, con los cuales establecen estrategias para lidiar con las condiciones que los hacen vulnerables.

Apunto que incluso escoger el término «vulnerable» o «en situación de vulnerabilidad» por encima de comunidad, sectores o personas «empobrecidas», es una decisión a nivel de tratamiento comunicativo o mediático, con implicaciones que van más allá de reconocer o no que hay pobreza en Cuba. Académicos que se decantan por el término vulnerable, consideran que se entra y sale de la situación de vulnerabilidad; es una categoría «dinámica» por así decirlo, para entender que no es inamovible. ¿A esto se refiere la prensa cuando habla de vulnerables en Cuba? No lo sé.

Si fuera así, habría que analizar qué alternativas tiene una persona «vulnerable» para salir de su situación en un país donde el salario medio y la canasta básica están divorciados hace años; donde el gasto para cubrir la salud es considerable si se tiene en cuenta, por ejemplo, la falta de medicamentos; o donde tantas personas no tienen la vivienda adecuada que estipuló la Constitución.

Habría que analizar qué alternativas tiene una persona «vulnerable» para salir de su situación en un país donde el salario medio y la canasta básica están divorciados hace años.

Si hago referencia a las preguntas que debe responder la comunicación sobre el tema, es porque no basta para las audiencias quedarse en un abordaje descriptivo: hay tantos vulnerables, se atendió tal número de casos, tenemos un programa para ayudar a otros tantos. El periodismo necesita escudriñar un poco más, mirar el impacto de medidas económicas y ser capaz de recomendar políticas públicas. No se trata de atacar un proyecto político —como siempre es interpretado por muchas autoridades el ejercicio crítico—, sino de responder a lo que realmente está en agenda pública y hacerlo responsablemente. En eso radica la legitimidad y credibilidad del medio, el periodista y la prensa misma.

A todas esas preguntas habría que agregarle una visión de lo que se llama «periodismo de soluciones». Cuando un periodista intenta abordar un tema desde esta arista busca, más allá de presentar un problema, encontrar soluciones que pudieran ser incluso locales y comunitarias. O sea, que la comunicación periodística puede y debe intentar hacer un abordaje integral que no solo enuncie un problema social, sino que se involucre igual al debate público aportando ideas, pensando formas individuales y colectivas de actuar al respecto, porque entonces, y solo entonces, estará promoviendo una discusión abierta sobre el tema, la discusión que nos corresponde a todos, donde la ciudadanía no solo se sienta representada, sino escuchada y atendida.

Estas recomendaciones están muy lejos de ser las únicas para tratar el tema, pero sí diría que son de las básicas. La comunicación tiene que salir de los escritorios de funcionarios de instituciones y contar historias de vida, como en «Que la basura no sea el futuro», de Daynaris Campos (periódico Guerrillero).  Hay que caminar para ponerle un micrófono delante a las personas, y que puedan decir qué les brindaría  bienestar, qué haría mejor los lugares donde viven, qué necesita su barrio.

Darles voz y no darles son igualmente una decisión de tratamiento del tema, pero con efectos e impactos muy diferenciados de cara a las audiencias.

No hace mucho tiempo que la prensa se llenó de reportes sobre la remodelación y atención de «barrios vulnerables». En este caso se trató de una campaña de comunicación que parece haberse evaporado. Pero la agenda editorial, para que refleje la pública, requiere de quienes tienen a su cargo conformarla y establecerla a lo interno, mirar a la realidad y tomar nota de lo que es importante, noticiable y merecedor de atención. Precisamente de eso va el encargo social de un medio.

Mariana Camejo es licenciada en periodismo por la Universidad de La Habana. Premio César Galeano 2012 y Premio de reportaje en la VIII edición del Concurso Ramal de la Prensa Escrita Ricardo Sáenz.
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