Castigando la Rebelión: Noam Chomsky explica la hostilidad de EE.UU. hacia Cuba

En julio de este año, Noam Chomsky y Vijay Prashad publicaron Sobre Cuba: Reflexiones sobre 70 años de revolución y lucha. Con prólogo del presidente cubano Miguel Díaz-Canel e introducción de Manolo De Los Santos, resume conversaciones entre Chomsky y Prashad, su viejo amigo, colaborador y coautor de varios libros. 

La revolución cubana, un audaz experimento a la sombra del poder estadounidense, ha influido en la política mundial durante más de seis decenios. A pesar de su pequeño tamaño, la influencia de Cuba ha llegado mucho más allá de sus fronteras, con sus médicos y soldados, y el fuerte ejemplo que ha dado, con su impacto en el mundo, especialmente África y América del Sur. Sin embargo, después del fin de la era de Castro, el embargo de EE.UU. permanece firmemente afianzado, y el futuro político y económico de Cuba se mantiene incierto. En los últimos días se ha vuelto literalmente oscuro, ya que el país ha sufrido apagones totales debido a la falta de combustible para sus centrales eléctricas y generadores, además del deplorable estado de su infraestructura eléctrica.

En Sobre Cuba, Chomsky y Prashad reflexionan sobre la historia de Cuba, recapitulando el recorrido desde la revolución de los años 1950 y tantos hasta la actualidad, y mostrando cómo se ha entrelazado con EE.UU. desde principios del siglo XIX. Los autores discuten las intervenciones de EE.UU. y profundizan sobre su poder en el hemisferio occidental. El libro ofrece una perspectiva equilibrada, evitando tanto la crítica ciega como el elogio idealizado. La visión poco convencional de Chomsky sobre los asuntos mundiales brilla cuando él y Prashad exploran el singular papel de Cuba en el escenario global y la razón fundamental de la hostilidad de EE.UU. hacia Cuba: el deseo de castigar a la isla por su desafío y rebeldía contra el dominio extranjero.

Al llevar a cabo una revolución socialista, separarse del control estadounidense y vindicar su soberanía, particularmente durante la Guerra Fría, Cuba desafió directamente la hegemonía de EE.UU. en el hemisferio occidental. Los autores plantean que el desafío de Cuba, especialmente su capacidad para sobrevivir a pesar de la estrangulación económica y el aislamiento político desde 1962, ha sido intolerable para los líderes estadounidenses. El éxito parcial de la revolución en crear un sistema político y económico alternativo, y su influencia global como símbolo del antiimperialismo, magnifica el deseo de EE.UU. de socavar y castigar a Cuba por no rendirse. Este castigo se ha perseguido principalmente a través del embargo económico (o “bloqueo”) y otras formas de presión diplomática y política, con el objetivo de desestabilizar a Cuba y forzar un cambio de régimen. Aunque el bloqueo no ha producido cambio de régimen, ha contribuido más que ningún otro factor a la miseria del pueblo cubano y a llevar al país al borde de la bancarrota. La ineficaz agresividad contra Cuba ha continuado tanto con Republicanos como Demócratas en el poder.

El libro recorre brevemente una gran cantidad de territorio ya explorado por muchos cubanólogos, pero también discute hebras históricas que pocas veces se urden con tanta claridad. Los intentos de EE.UU. previos a la revolución para dominar a Cuba se enmarcan en un patrón más amplio de imperialismo y expansionismo estadounidense a lo largo del siglo XIX y principios del XX, cuando los políticos y líderes estadounidenses veían a Cuba como un activo estratégico y económico crítico, y hubo muchos intentos de regir la isla, tanto diplomática como militarmente. Esos intentos previos a la Revolución Cubana de 1959 forman parte del contexto histórico de una tensión de larga data entre las dos naciones. Este escrito no es ni una defensa ni una condena de la revolución cubana, sino una exposición de las ideas del libro con comentarios. 

Noam Chomsky y Vijay Prashad.

Estos son importantes episodios históricos y declaraciones de líderes estadounidenses que ilustran los planes de EE.UU. en Cuba antes de la revolución:

1. El Destino Manifiesto y los primeros intentos de anexión

Durante el siglo XIX, como parte de la filosofía del Destino Manifiesto, los líderes estadounidenses profesaban que EE.UU. estaba destinado a expandir su influencia por todo el hemisferio occidental. Esto incluía aspiraciones de apoderarse de Cuba, que entonces era una colonia española, debido a su proximidad, ubicación estratégica y potencial agrícola, particularmente en la industria azucarera.

Ya en 1805, el presidente Thomas Jefferson expresó su interés en anexar a Cuba. Escribió al presidente James Madison que Cuba era “la adición más interesante que se podía hacer a nuestro sistema de estados” y que su adquisición traería “la culminación de nuestra grandeza nacional”.

En 1823, el entonces Secretario de Estado, John Quincy Adams, escribió en una carta conocida como la “Doctrina de la Fruta Madura” que Cuba, debido a su ubicación geográfica, eventualmente gravitaría hacia EE.UU. como una fruta que cae naturalmente de un árbol. Según Adams, Cuba estaba destinada a quedar regida por EE.UU. una vez que se debilitara el dominio de España, lo cual se consideraba inevitable. Cuba era una extensión natural del territorio estadounidense, tanto estratégica como económicamente.

Uno de los intentos más claros y agresivos antes de la revolución para dominar a Cuba se produjo en 1854, cuando los diplomáticos estadounidenses bajo la presidencia de Franklin Pierce redactaron el Manifiesto de Ostende, un documento que abogaba por que EE.UU.  comprara Cuba a España. Si España se negase, el manifiesto sugería que EE.UU. estaría justificado para tomar la isla por la fuerza. El documento enmarcó esta fantasía en términos de proteger la seguridad nacional de EE.UU. y expandir sus intereses esclavistas, ya que la economía de Cuba dependía en gran medida de la esclavitud en ese momento. Aunque el manifiesto se filtró y provocó una protesta pública, mostró las intenciones agresivas de EE.UU. hacia Cuba.

2. La Guerra Hispano-Cubana-Americana y la influencia formal de Estados Unidos (1898)

A finales del siglo XIX, la lucha de Cuba por la independencia de España se intensificó, culminando en la Guerra Hispano-Cubana-Americana de 1898. Estados Unidos vio el conflicto como una oportunidad para intervenir (cuando ya los independentistas cubanos tenían prácticamente ganada la guerra) y apoderarse de Cuba, y la guerra se convirtió en un momento decisivo en las relaciones entre los dos países. 

El presidente William McKinley hizo un papel crítico para iniciar la intervención estadounidense en Cuba. Su administración simpatizaba con los rebeldes cubanos que luchaban por la independencia, pero también vio la oportunidad de obtener supremacía estratégica de la isla. Después que el acorazado estadounidense USS Maine explotara en el puerto de La Habana en febrero de 1898 en circunstancias misteriosas, McKinley utilizó el evento como pretexto para la guerra. La guerra, además, era una “misión humanitaria” para “liberar” a Cuba de la opresión española, aunque los motivos ocultos incluían expandir la influencia de EE.UU. en el Caribe y la protección regional de sus intereses comerciales.

Tras la destrucción de la armada española durante la Batalla de la Bahía de Manila y la Batalla de Santiago de Cuba, se firmó el Tratado de París en diciembre de 1898, poniendo fin al dominio español sobre Cuba. Si bien el tratado otorgó a Cuba una independencia nominal, transfirió efectivamente el tutelaje de la isla a EE.UU., que estableció un gobierno militar de 1899 a 1902. Esta ocupación militar es vista como el primer gran empeño estadounidense para dominar formalmente a Cuba con el pretexto de liberarla del dominio colonial.

3. La Enmienda Platt (1901)

La Enmienda Platt de 1901, aprobada como parte del Tratado de Relaciones entre EE.UU.  y Cuba, es uno de los ejemplos más claros de los esfuerzos de EE.UU.  por dominar política y militarmente a Cuba a principios del siglo XX. Se insertó en la Constitución cubana como condición para la retirada de EE.UU. después de la Guerra Hispano-Cubana-Americana, limitando severamente la soberanía de Cuba.

La Enmienda Platt permitió a EE.UU. arrendar la Bahía de Guantánamo, que permanece en manos estadounidenses hasta el día de hoy, como puerto de reabastecimiento de combustible para barcos (estación carbonera) y como instalación militar (base naval). También otorgó a EE.UU. el derecho de intervenir en Cuba “para la preservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual, y para el cumplimiento de las obligaciones con respecto a Cuba impuestas por el tratado de París a EE.UU., que ahora serán asumidas y ejecutadas por el gobierno de Cuba”. Esta disposición convirtió a Cuba en un protectorado estadounidense.

El presidente Theodore Roosevelt, un ferviente imperialista, apoyó la Enmienda Platt y creía que EE.UU. debía llevar la batuta en el hemisferio occidental. Su política exterior del “Gran Garrote” se basó en el uso del poder estadounidense para subyugar a los países latinoamericanos, y Cuba fue un objetivo principal en este enfoque. Bajo el liderazgo de Roosevelt, EE.UU. intervino militarmente en Cuba varias veces a principios del siglo XX para asegurarse de que permanecieran en el poder gobiernos amigos de sus intereses.

La Enmienda Platt era ampliamente resentida por los nacionalistas cubanos y finalmente fue derogada en 1934 como parte de la Política del Buen Vecino del presidente Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, para entonces, la dominación económica de EE.UU. sobre Cuba estaba profundamente arraigada.

4. Control económico y dominación corporativa

En las décadas previas a la Revolución Cubana, los intereses comerciales estadounidenses dominaron la economía cubana, particularmente en la agricultura, el azúcar y la minería. Empresas estadounidenses poseían vastas extensiones de tierra cubana, y la influencia de EE.UU. se extendió a la banca y la infraestructura. Este dominio convirtió a Cuba en una colonia económica de EE.UU., incluso después de que la Enmienda Platt fuera derogada.

Fulgencio Batista, quien actuó como líder de Cuba durante varios períodos entre 1933 y 1959, recibió un fuerte apoyo del gobierno de EE.UU. y sus intereses comerciales. La dictadura de Batista, que se caracterizó por la corrupción y la represión violenta y sangrienta, permitió que las empresas estadounidenses continuaran explotando los recursos y la mano de obra de Cuba, al tiempo que mantenía a Cuba dependiente de los mercados estadounidenses. Esto profundizó el resentimiento cubano por el dominio estadounidense, sentando las bases para la revolución.

5. La esclavitud y los esfuerzos de anexión de Estados Unidos

Es importante abordar la relevancia histórica de los intentos de EE.UU. de anexar o subyugar a Cuba en el contexto de la salvaguardia de la esclavitud en el siglo XIX. Antes de la Revolución Cubana, muchos líderes y políticos estadounidenses veían a Cuba no solo como un activo estratégico y económico, sino también como una adición potencial al país que podría ayudar a preservar la institución de la esclavitud.

A mediados del siglo XIX, estos políticos, particularmente en los estados sureños, veían a Cuba como un potencial territorio esclavista que podría reforzar el poder de la facción pro-esclavista en el gobierno EE.UU. En ese momento, Cuba era una colonia española con una próspera industria azucarera que dependía en gran medida de la mano de obra esclava. Algunos líderes estadounidenses esperaban que, al anexar a Cuba, podrían expandir la institución de la esclavitud y fortalecer la influencia política de los estados sureños en la Unión.

El Manifiesto de Ostend es un excelente ejemplo de cómo los afanes de EE.UU. para dominar a Cuba estaban vinculados a preservar la esclavitud. Este documento secreto, redactado por diplomáticos estadounidenses en Europa, abogaba por que EE.UU.  comprara Cuba a España y, si España se negara, tomar la isla por la fuerza. Una de las motivaciones claves del manifiesto era asegurar que Cuba, con su gran población de trabajadores esclavizados, se uniera a EE.UU. como territorio esclavista. Esto mantendría un equilibrio de poder entre los estados libres y esclavistas en EE.UU., lo que era una preocupación central para los defensores de la esclavitud.

Otra razón por la que EE.UU. quería someter a Cuba era el temor de los esclavistas sureños de que el creciente movimiento abolicionista en la región pudiera inspirar a los esclavos en el sur y desembocar en una exitosa revuelta, como había ocurrido en Haití. Al poner a Cuba en manos de EE.UU., los esclavistas calculaban que podrían prevenir tales levantamientos y salvaguardar sus intereses económicos en ambos territorios.

Chomsky y Prashad sugieren que el interés de EE.UU. en Cuba estaba ligado a más amplias ambiciones del Sur conocidas como “expansionismo sureño” o “filibusterismo”. Algunos políticos y empresarios sureños esperaban crear un extenso “imperio esclavista”, incorporando territorios como Cuba y otros en el Caribe y América Latina, que proporcionaría beneficios económicos y poder político al bloque pro-esclavista en el Congreso de EE.UU.

6. El Memorándum de Lester D. Mallory

El “Memorándum de Lester D. Mallory”, escrito en abril de 1960 por un alto funcionario del Departamento de Estado en la administración de Eisenhower, que más tarde influyó fuertemente en la política de EE.UU. hacia Cuba durante la administración de Kennedy, a menudo se cita como revelador de las verdaderas intenciones detrás de la hostilidad de EE.UU. hacia Cuba, particularmente el razonamiento sobre el embargo/bloqueo económico.

Mallory recomendó explícitamente medidas económicas para crear dificultades generalizadas entre la población, al objeto de socavar al gobierno cubano. Sus palabras dejan claro que la meta es desestabilizar el régimen cubano y provocar un levantamiento popular que derrocaría a Fidel Castro. He aquí un infame extracto del memorándum:

 “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro … No hay una oposición política efectiva … El único medio previsible de alienar el apoyo interno es a través del desencanto y la desafección basados en la insatisfacción económica y las dificultades. Se deben tomar todas las medidas posibles para debilitar la vida económica de Cuba. Si se adopta tal política, debería ser el resultado de una decisión positiva que suscitaría una línea de acción que, aunque tan hábil y discreta como sea posible, haga las mayores incursiones en la negación de dinero y suministros a Cuba, para disminuir los salarios monetarios y reales, para provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno“.

Este memorándum aboga por lo que se conoce como la olla a presión. Revela claramente que la estrategia de EE.UU. no se limita a oponerse ideológicamente al comunismo, sino a infligir deliberadamente penurias económicas para provocar un cambio de régimen. El objetivo es hacer la vida en Cuba tan difícil que el pueblo se alzaría contra su gobierno.

El memorándum de Mallory se cita a menudo como una prueba crítica que muestra que la política de EE.UU. hacia Cuba, incluido el embargo, tiene como objetivo principal castigar a la isla por su postura revolucionaria y afirmar su independencia de EE.UU. El embargo no tiene como objetivo principal proteger la seguridad del país o difundir la democracia, sino imponer dificultades económicas para derrocar al gobierno. La estrategia ha funcionado en cuanto a imponer dificultades económicas al pueblo, pero aún no en cuanto a derrocar al gobierno o alterar su carácter.

Conclusión

En Sobre Cuba: Reflexiones sobre 70 años de revolución y lucha, Chomsky y Prashad pintan un cuadro complejo de la relación entre EE.UU. y Cuba, mostrando cuán profundamente entrelazadas han estado las dos naciones durante más de un siglo. Los intentos prerrevolucionarios de EE.UU. para dominar a Cuba, ya sea mediante el control económico, la anexión para la protección de la esclavitud o la intervención militar directa, sentaron las bases para una relación tensa y antagónica que perdura hasta el día de hoy y no muestra probabilidad de ser superada.

La revolución cubana no fue simplemente una ruptura con el colonialismo español, sino un rechazo desafiante al imperialismo estadounidense. Los revolucionarios querían reclamar la soberanía de su nación, creando un sistema político y económico que resistiera la influencia de EE.UU. Este audaz proyecto desató décadas de hostilidad, arraigada en el deseo de los políticos estadounidenses de castigar a Cuba por desafiar su hegemonía. Chomsky y Prashad argumentan que el embargo, las intervenciones y la continua presión política de EE.UU. reflejan un plan más amplio para hacer de Cuba un ejemplo, intimidando a cualquier otra nación pequeña que se atreva a desafiar el orden establecido.

Lejos de ser un simple enfrentamiento de la Guerra Fría, el conflicto entre EE.UU. y Cuba es una narrativa más profunda sobre el imperio, la rebelión y la lucha por la soberanía. Como sugieren Chomsky y Prashad, comprender esta historia es clave para comprender las complejidades actuales de la política exterior de EE.UU. en América Latina y más allá.

Amaury Cruz es un escritor, activista político y abogado jubilado que vive en Carolina del Sur. Es Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Derecho.