A propósito de un festival… (+English)
Diciembre para los cubanos es el mes de Santa Bárbara, el de Babalú Ayé, también el de la nochebuena y el de un buen rumbón el último día del año.
Hace ya cuarenta y cinco años a estas tradiciones se sumó un evento que, desde entonces, le dio a La Habana un aire más cosmopolita y hasta en sus mejores tiempos reacomodó la dinámica citadina haciendo que trabajadores y estudiantes tomaran vacaciones en esas fechas para en una suerte de competencia desenfrenada, identificar quién o quiénes habían visto más películas.
Cuarenta y cinco años después este encuentro se despoja de los complicados retos de las circunstancias y el azar y emerge cual ave fénix.
Valga recordar que el mismísimo día de su inauguración sus sedes principales sufrieron cortes de electricidad en los horarios matutinos acrecentando la incertidumbre de su público y organizadores acerca del transcurso de la cita, sin embargo, el 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano ocurrió.
A La Habana llegaron más de seiscientos delegados, procedentes de unas cuarenta y cinco naciones. Más de 270 filmes de 42 países fueron proyectados, como resultado de una selección de unas dos mil 17 obras recibidas en concurso. Entre las cinematografías del continente mejor representadas: México y Argentina.
Como mantra que atravesó todo el evento, el Festival de La Habana defendió en su selección la diversidad, la inclusión y esa profusión de miradas y de discursos que vienen eclosionando en Latinoamérica desde hace ya varias décadas.
La emergencia de estas narrativas desborda la acuciosidad de un público sabedor, curioso y educado que recibe con vehemencia todo lo que le llega en diciembre.
De a poco y a contrapelo de circunstancias muy hostiles, como los pertinaces apagones o la decepcionante situación de un transporte público que no te permite llegar en el tiempo que debieras a la principal arteria del evento, el festival fue creciendo.
La célebre avenida 23, que acordona varias salas de cine en su largura, exhibió una suerte de coreografía en la que cinéfilos y curiosos discurrieron de arriba abajo como en el más prolijo hormiguero.
Este ambiente, tan propio del festival, de a poco, también se vivió en La Habana.
Un festival que nace de una profunda y natural necesidad política y de las muchas urgencias emancipadoras de un continente, no podía voltear el rostro ante los acuciantes problemas que enfrenta la humanidad hoy, es por eso que en una suerte de abrazo solidario la edición 45 del Festival de Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano ofreció una muestra de cine realizado por directores palestinos de la contemporaneidad, haciendo patente una vez más el repudio al genocidio que tiene lugar en tierras de Gaza y naciones cercanas y abogando por su inmediata abolición.
En esta cita en La Habana la impronta del Comité de Cineastas América Latina y el Caribe, creado hace ya cincuenta años , y que entonces dio cuerpo y alma a lo que hoy conocemos como Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cubrió con su manto indeleble los debates y encuentros del evento y en muchos casos se sintió el clamor por una necesaria refundación de este grupo que entonces contribuyó a dinamizar las ideas más revolucionarias dentro del quehacer cinematográfico en el continente.
Esa necesaria integración sigue dando pasos a través de convenios y compromisos suscritos con países como Trinidad y Tobago, Nicaragua, Honduras y lazos de cooperación con otros países del continente y del orbe como es el caso de Rusia.
La vitalidad de este encuentro atravesó zonas como el espacio Nuevas Miradas que decisivamente contribuye al desarrollo y al acompañamiento de proyectos generados por los estudiantes de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y como cada año contó con asesores de reconocido desempeño internacional.
La escuela de cine, como comúnmente suele llamársele entre colegas, ha dejado su huella firme en este festival. Hija legítima de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y a 38 años de su infatigable bregar exhibe cada año la participación de sus mejores discípulos, atesorando un sinnúmero de premios que patentizan la sabia fundacional de intelectuales como Gabriel García Márquez, Fernando Birri, Julio García Espinosa y Alfredo Guevara, por citar algunos.
El Festival de La Habana, pródigo en homenajes, entrega cada año un coral de honor a aquellos que se destacan por el cultivo y enriquecimiento de las relaciones entre los países de este continente y la promoción y divulgación de su cultura y raíces. En esta edición fue la Galerista y promotora cultural neoyorkina Carole Rosenberg, quien desde hace ya 25 años lidera el Havana Film Festival en Nueva York. Dice el viejo refrán que “amor con amor se paga “y el quehacer de Carole todos estos años ha sido el resultado de su amor a primera vista con Cuba, su arte y su pueblo allá por los años 90, durante su primera visita a la isla, desde entonces, el Havana Film Festival ha devenido espacio para la muestra, disfrute y confrontación de la cultura de los pueblos latinoamericanos.
Otro momento entrañable de esta cita lo fue la presentación del filme Nyad, que tuvo en La Habana la presencia de esa atleta leyenda de la natación en aguas abiertas, Diana Nyad, y en la que se inspira el filme que protagonizan las actrices Jodie Foster y Anette Bening. Una tarde llena de anécdotas narradas en la persona de su protagonista hicieron las delicias de los espectadores en una suerte de recordatorio de ese constructo popular entre norteamericanos y cubanos que ha sido el reto de unir la Florida con Cuba por medio de la natación.
La noche de la muestra de los dos primeros capítulos de la serie que Netflix lanzara sobre la novela homónima del Gabo, Cien años de soledad, repletó el popular cine Yara, en dos tandas seguidas, pues había quedado mucho público afuera esperando.
La madrugada alcanzaba a los espectadores en medio de enfebrecidos comentarios sobre la puesta en escena de una de las obras cumbres del realismo mágico y que, por demás, los cubanos llevan muy profundo en el imaginario popular y cultural.
Empero, no sólo las salas de cine, las disponibles, volvieron a llenarse, hubo cine en los barrios en las calles, y todo un programa cultural que acompañó al Festival y que ofreció, cine, si, y los más variados ritmos y manifestaciones culturales que nacen y viven en esta isla grande del Caribe.
Una de sus noches, y en medio de sus múltiples ocupaciones, el presidente del país, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, convidó a sus oficinas a un grupo de jurados y realizadores, fundadores y ejecutivos para conversar y así enterarse de la marcha del evento. Sus obligaciones lo mantenían alejado del encuentro y quería ofrecer su apoyo a los organizadores y visitantes, y también la certeza de que, pese a cualquier circunstancia, este evento perviviría y que Cuba seguiría siendo su sostén.
En la noche de corales no se hicieron esperar los agradecimientos a los organizadores, quienes desafiando muchos obstáculos llevaron el encuentro hasta su final, resultando la genuina continuidad de este encuentro que por mucho se inscribe ya en los hitos culturales de este continente.
Un prestigioso jurado presidido por el cineasta argentino Tristán Bauer había entregado sus resultados. Un magnífico diagnóstico de la salud del pujante quehacer en el cine de este lado del mundo, países como Brasil, República Dominicana y Argentina recibieron múltiples lauros.
La Cocina, una cinta mexicano – norteamericana, escrita y dirigida por Alonso Ruizpalacios ganó el Coral a la mejor película, un drama que tiene lugar a la hora del almuerzo en un restaurant de la ciudad de Nueva York, oportuna metáfora visual que apunta a la multiculturalidad como otro de los retos de nuestros días.
Así las cosas, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano nos dejó una huella más en ese policromado y controversial camino que constituye forjar una tradición.