Una becaria española en La Habana
Linterna en mano tuve que recibirla en noche de oscuridad total en La Habana por consecuencia de los malditos embates del huracán Rafael además de conocidos motivos de infraestructura. Las únicas luces que vio fueron cuando llegó al aeropuerto. No hizo más que cruzar la puerta de salida para tener la sensación de haber sido tragada por una ballena de esas que pierden el rumbo y terminan atontadas, medio muertas, en plena playa del Caribe.
Por si fuera poco, la vivienda que la acogería carecía también de electricidad, gas y el agua estaba a punto de terminar después de un lavado de cara no muy prolongado.
Así, foco lumínico en diestra pude darle la bienvenida con algo de humor criollo a “un curso de supervivencia” con poca anestesia en su contenido por una razón fundamental. Porque desde pequeño me enseñaron en casa a no mentir y luego ante el cura en un confesionario, hábil él en encontrar la verdad cual experto interrogador policial.
De punta a rabo le ofrecí mi parecer del estado y situación de la isla, alejado de cualquier consigna o fraseología oficial. Mientras le contaba, en ningún momento fui interrumpido con pregunta alguna. Con delicadeza comprobé que prestaba mucha atención a los variopintos consejos y advertencias, que no fueron pocos.
Una vez terminado el proceder de primeros auxilios verbales, fue que optó por abrir la boca con sólo seis palabras brotadas en la sinceridad que a veces ocasionan las penumbras:
-Yo me apaño, yo me apaño.
Célebre nuestro poeta latinoamericano Rubén Darío cuando acuñó “Juventud, divino tesoro”.