El muerto al hoyo… ¿Y el cuarto de pollo?

Conocido que, en cualquier rincón de este mundo, al ocurrir un fallecimiento parte de la familia se sumerge en ese dolor casi siempre transitorio mientras que la otra se centra  en el tema de la herencia, aunque también las hay que abrazan con igual pasión ambas reacciones.

Así tenemos cómo muchas se fraccionan. Peleas entre hermanos, tíos, ex esposas y hasta hijos se ven involucrados en una reyerta personal y jurídica. Esto, desde las grandes fortunas hasta un simple par de zapatos de marca. Y el muerto sin poder enterarse aun dejando testamento.

Hay fallecidos buenos, malos y regulares. Sólo  el cura católico en su liturgia, los exonera en minutos de lo incorrecto hecho en vida, pide el perdón necesario a los cielos y reclama varias veces, en coro unánime, un espacio para el descanso eterno. Agua bendita sobre el féretro y algunos pecadores vivos se van más tranquilos a casa.

La necrópolis de Cristóbal Colón en La Habana.

Cuba no puede ser una excepción. Las broncas por los bienes del occiso son de temer. En las condiciones actuales tan pésimas, hasta el cortaúñas del difunto será codiciado.

Informada de la desgracia, entró en escena una tía que, según lenguas del vecindario, había dicho que ni le avisaran de la muerte de ese sobrino mala cabeza que vivía solo, tenía trastornos neurológicos y había osado golpearle en varias ocasiones.

Pues resulta que verificó, cual experta en medicina legal, la ida al más allá, se acercó a la nevera y cargó con un cuarto de pollo del difunto mucho antes de ser trasladado a la funeraria. Pasillo rumbo a la acera iba goteando agua la bolsita que lo conservaba seguida por dos gatos callejeros.

Vivimos episodios dignos de una novela de humor negro, pero, además, con tintes surrealistas cuando todo es tan serio y veraz como la propia muerte.

A ver si descansas en paz, vecino. Muslo y contramuslo quedaron en familia, en la cocina de quien una vez le levantaste la mano.

Tomado de el Boletin.
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