Ni eso, ni aquello, ni lo otro
La gente en la calle está como desesperada, frenética, vendiendo lo que sea. Uno requiere de mucho tino para no perder la ecuanimidad, pasar un mal momento o buscarse un problema porque hay de todo. Desde estafadores de nacimiento hasta necesitados que causan pena.
Desde aquella época no muy lejana en que un policía perseguía y multaba a un anciano por vender dos tabacos, una caja de fósforos, un paquetico de café mezclado ¡Hola! de 115 gramos y par de frasquitos de pégalotodo, he sido defensor del derecho de cada cual de negociar algo de su propiedad a como lo estime pertinente. Allá la contraparte.
La actual crisis mega inflacionaria ha puesto a vender hasta la mismísima madre de los tomates. Grande el desespero por el dinero y esos precios inalcanzables. En la zona residencial más tranquila de la ciudad, se despiertan los durmientes ante los gritos de alguien que anuncia algo.
Esto de ayer hay que contarlo.
Un hombre relativamente joven, pero acompañado con par de muletas, me ha propuesto en plena acera cuatro paquetes de preservativos, un retrovisor de automóvil y unos binoculares defectuosos donde se lee “Made in URSS”.
Tuve que reírme moviendo la cabeza como péndulo de un reloj, recordar la fábula de Esopo con la zorra y las uvas para desearle toda la suerte del mundo en tan peculiar mercadería relacionada con el sexo, el pasado y el más allá.
No necesito condones por motivos inexplicables públicamente. Mucho menos un espejo para mirar hacia atrás y para qué intentar sobrepasar hasta donde alcanzan los ojos…