La derecha siempre se equivoca
El término “derecha” en política tradicionalmente se refiere a un espectro de ideologías que pretenden favorecer las libertades individuales, capitalismo de mercado libre, instituciones tradicionales, un gobierno limitado y una fuerte defensa nacional. En Estados Unidos la derecha también enfatiza derechos sin restricción en cuanto a las armas y la “ley y el orden”. Una mirada rápida a su historia muestra que la derecha ha estado equivocada porque no es fiel a sí misma. En lugar de nutrir las libertades individuales, los mercados libres, el gobierno limitado y la defensa nacional fuerte, utiliza estos marcos ideológicos para redistribuir la riqueza de los pobres a los ricos y apuntalar el poder de élites millonarias. El concepto a menudo es una hoja de parra para cubrir la desigualdad y la opresión.
El conservadurismo a menudo se considera la forma más “moderada” de la derecha. Aspira a preservar las instituciones tradicionales y aborrece el rápido cambio social. Irónicamente, en las últimas décadas, se ha asociado con lo opuesto a conservar la base de todas las instituciones ––el medio ambiente––, y ha provocado un rápido cambio social fomentando divisionismo, racismo y xenofobia. Incluso ha tolerado amenazas a la defensa nacional con la aceptación de la interferencia de Rusia en las elecciones y las amorosas relaciones de Trump con Kim Jong-un y Vladimir Putin (con quien compartió “información altamente clasificada” durante una controvertida reunión en la Oficina Oval con dos altos funcionarios rusos en mayo de 2017). La historia reciente del conservadurismo en Estados Unidos es un descenso a tendencias extremistas y antidemocráticas, más servilidad hacia los ricos a expensas de la clase media y los pobres. Ahora se ha transformado en un culto a la personalidad que adora a un criminal acusado, antipatriótico y sin principios.
El conservadurismo moderno en Estados Unidos se remonta a principios y mediados del siglo 20, pero ganó impulso en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. La Vieja Derecha (1930-1950) evolucionó durante la era del New Deal (nuevo trato) como una coalición de liberales clásicos, libertarios y conservadores tradicionales opuestos a los expansivos programas gubernamentales de Franklin Delano Roosevelt para superar las dificultades económicas de la Gran Depresión y sentar las bases del bienestar social y estabilidad económica a largo plazo. La Vieja Derecha estaba equivocada porque el New Deal era necesario para preservar las instituciones de Estados Unidos y lograr el gradual cambio social que tanto se necesitaba. La Vieja Derecha no fue fiel a sus ideales.
El conservadurismo intelectual surgió con William F. Buckley Jr. y su National Review (1955). Esta revista proporcionó una base intelectual y unificó a varias facciones conservadoras cubriendo la disminución de la justicia con el disfraz de economía de libre mercado y libertarismo. El libertarismo de Buckley exige un estado mínimo, con poco espacio para las redes de seguridad social administradas por el gobierno, como la atención médica, los beneficios por desempleo o la ayuda para la vivienda. Esta forma de capitalismo salvaje pone en riesgo a las poblaciones vulnerables y no aborda adecuadamente problemas como la pobreza y la falta de acceso a servicios esenciales. Además, los mercados libres no abordan cuestiones como la contaminación, donde los costos son asumidos por la sociedad en lugar de las empresas que causan la contaminación, y los bienes públicos como la defensa nacional y la atención médica. En tales casos, la intervención del gobierno es a menudo necesaria, pero impedida por la ideología del libre mercado y la economía de laissez-faire. Este término se traduce como “dejar en paz” y significa que no hay impuestos, regulaciones o aranceles. En cambio, el mercado es completamente libre de comportarse de acuerdo con las “leyes naturales” de la economía articuladas por Adam Smith. En vez de regular el mercado, el gobierno deja que el capitalismo funcione libremente sin interferencias. Este enfoque conduce a una mayor desigualdad y no sustenta las instituciones tradicionales o las libertades individuales porque en nuestros tiempos solo el gobierno se interpone en el camino de las corporaciones. Entre otros males, estas explotan incesantemente y no ofrecen a los empleados seguridad en los lugares de trabajo si no están reguladas, como se ha demostrado desde la época de los barones ladrones hasta el presente.
El candidato presidencial Barry Goldwater (1964) no ganó las elecciones, pero movilizó a los conservadores y sentó las bases ideológicas para una futura política. Él dijo: “El extremismo en defensa de la libertad no es un vicio. La moderación en la búsqueda de la justicia no es una virtud”. Esto es una tontería; abrazar el extremismo en defensa de cualquier cosa es coquetear con la noción de que la violencia puede ser aceptable y es un repudio del pensamiento occidental que se remonta a Aristóteles valorando la moderación. Podemos ver cuán maligna ha sido la simplificación de Goldwater en la absurda connotación peyorativa que la palabra “moderado” ha adquirido en los últimos años dentro del Partido Republicano y en los eventos del 6 de enero por los que Donald Trump ha sido acusado, por ejemplo.
La Revolución de Reagan (1980-1988) marcó un punto de inflexión para el conservadurismo moderno, consolidando el poder conservador y anotando una trifecta de impuestos más bajos para los súper ricos, desregulación y mayores presupuestos del Pentágono, notorio por sus gastos desenfrenados. La desregulación pronto resultó en la Crisis de Ahorros y Préstamos a fines de los 1980 y tantos, lo que llevó a bancarrotas de bancos que costaron a los contribuyentes un estimado de $132 mil millones. Mientras tanto, la exigua supervisión de los mercados financieros alentó un comportamiento de inversión más riesgoso, contribuyendo a burbujas económicas y crisis financieras en años posteriores, como el 2008. La desregulación también ha ayudado a las corporaciones y a los individuos ricos, permitiéndoles concentrar recursos y empeorando la desigualdad de ingresos. La desregulación en áreas como los productos farmacéuticos, la producción de alimentos y los bienes de consumo desvalúa los estándares de seguridad y calidad. Además, en ausencia de supervisión regulatoria, las empresas se involucran más fácilmente en prácticas anticompetitivas, lo que afecta la elección del consumidor y los precios. Lo peor de todo, debido a que pone en peligro nuestra propia supervivencia como especie, la desregulación en industrias como la minería, la exploración petrolera y la tala conduce a peligros ambientales y menos controles contra la contaminación y los proyectos de conservación. Una menor supervisión regulatoria ha reducido las protecciones para los trabajadores con respecto al salario, las condiciones de trabajo y las medidas de seguridad y fomenta el éxodo de empleos al extranjero, reduciendo la seguridad laboral de los trabajadores nacionales.
Otro paso en la evolución de la derecha en Estados Unidos fue el surgimiento del Tea Party en reacción a la presidencia de Barack Obama y supuestos abusos del gobierno. Si bien profesaba responsabilidad fiscal y gobierno limitado, la intransigencia del Tea Party dificultó las avenencias, contribuyendo así al estancamiento político hasta el día de hoy. El movimiento tuvo más que ver con oponerse porque sí que con soluciones, expresando descontento sin ofrecer alternativas políticas sustanciales. En los pocos casos en que ofreció medidas concretas, en lugar de políticas fiscalmente responsables el Tea Party confrontó problemas complejos con simplificaciones populistas, como exigir recortes de impuestos sin tener en cuenta las ramificaciones en los servicios públicos o el déficit. Llevando la antorcha de la economía de goteo inicialmente articulada por William F. Buckley, implementada por Ronald Reagan, y repetidamente traslucida como un fraude, el énfasis del Tea Party en los recortes de impuestos para los ricos y la desregulación no condujeron a la prosperidad económica prometida, sino empeoraron la desigualdad de ingresos y aumentaron la pobreza. En la era del Tea Party, una vez más, la derecha siguió estando equivocada. Para 2016, el Tea Party esencialmente murió; sin embargo, el movimiento falleció en parte porque sus ideas han sido absorbidas por el Partido Republicano y el grupo congresional de extrema derecha llamado Freedom Caucus.
La Era de Trump (2016-2020) marcó una inmersión en el conservadurismo populista, manifestando antiglobalismo irracional, xenofobia, alarmismo, divisionismo y autoritarismo. Surfeando la ola de desinformación del Tea Party, llevó la mentira política descarada a nuevos niveles, de modo que el Washington Post encontró 30.573 falsedades pronunciadas por Trump durante cuatro años. Muchas de ellas tienen como objetivo desacreditar las instituciones tradicionales y todo el edificio de la gobernación democrática, en particular el sistema judicial, en contra de los principios conservadores de ley y orden y defensa de instituciones. Trump hizo crecer al gobierno en vez de reducirlo, violando otro principio básico. Aumentó el déficit presupuestario con gastos imprudentes simultáneos con recortes de impuestos para los súper ricos. El déficit aumentó casi $7.8 mil millones durante su tiempo en la Casa Blanca, acercándose a los niveles de la Segunda Guerra Mundial, en comparación con el tamaño de la economía. Y esta vez, creen los expertos, será mucho más difícil recuperarse del legado dañino de Trump.
Los historiadores presidenciales coinciden en que Trump ha sido el peor presidente en la historia de Estados Unidos y es el primer expresidente que ha sido encausado. En Nueva York, enfrenta treinta y cuatro cargos por delitos graves en relación con pagos para silenciar a una actriz de pornografía. En la Florida, enfrenta cuarenta cargos por delitos graves por sustraer documentos clasificados e impedir los intentos de las autoridades para recuperarlos. En Washington, D.C., enfrenta cuatro cargos por delitos graves por sus esfuerzos para anular las elecciones de 2020. Y en Georgia enfrenta trece cargos por delitos graves por su interferencia electoral en ese estado. Podría haber enfrentado al menos diez cargos más por obstrucción de justicia detallados en el informe Mueller. Él, sus dos hijos mayores y su negocio también enfrentan un juicio en un caso de fraude civil de $250 millones en el estado de Nueva York. Trump ya pagó $25 millones para resolver otro caso de fraude que involucra a la Universidad Trump y es conocido por defraudar a los contratistas y empleados que han trabajado para él o sus negocios. Trump encarna exactamente lo contrario de los valores familiares, la decencia, y la ley y el orden, todos ídolos del conservadurismo. Sin embargo, es una figura de culto para más del 30% del electorado estadounidense que se llaman a sí mismos conservadores, y a quienes parecen haberles lavado el cerebro gracias a la capacidad propagandística de Trump, la complicidad de los medios de comunicación y la cobardía de facilitadores republicanos, legisladores y un pequeño ejército de abogados. Todos saben que es un falso profeta y un estafador, pero temen adoptan una posición conservadora genuina. El daño que Trump ha causado al país es incalculable y tardará décadas en repararse, aun si no es reelegido. La derecha nunca ha estado más equivocada al elegir y seguir apoyando a este individuo sin moral y hoy acusado como criminal en serie, por encima del interés nacional.
Trump es uno de los cinco estadounidenses elegidos como presidentes sin ganar el voto popular, gracias al mecanismo anacrónico del colegio electoral. Esta es otra armazón conservadora que se remonta a la fundación de la república para obstruir la verdadera democracia. Otro beneficiario de este mecanismo fue George W. Bush, cuyo legado incluye la desastrosa invasión de Irak bajo el pretexto de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y estaba listo para usarlas. Otros aspectos destacados durante su administración incluyen la promulgación de la Ley Patriota, que proporciona al gobierno excesivas facultades de vigilancia, que se prestan para abusos de poder y la intrusión injustificada en las vidas de los ciudadanos. También permite la detención indefinida de no ciudadanos declarados sospechosos de terrorismo, a veces sin cargos ni juicios, lo que constituye una burla del sistema de justicia. El Tribunal de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera (FISA) opera en secreto e impide el escrutinio público de sus frecuentes abusos. La Ley también permite citaciones administrativas llamadas Cartas de Seguridad Nacional sin una orden judicial, que exigen varios tipos de expedientes y datos. Los destinatarios a menudo son amordazados para que no revelen que han recibido tales cartas. Todas estas disposiciones, que traicionan los principios del gobierno pequeño y la libertad personal, son parte del legado de la derecha.
Al igual que Reagan, Trump y otros conservadores, Bush también se entregó a la obsesión por reducir los impuestos para los súper ricos en 2001. Dado que redujeron los ingresos del gobierno, mientras que el gasto continuó aumentando en parte debido a las costosas guerras en Irak y Afganistán, el gobierno federal acumuló grandes déficits. Irónicamente, esos déficits, empeorados por la recesión financiera de 2008, ayudaron a crear el Tea Party, extendiendo la cadena de un mal tras otros cometidos por la derecha.
Una prueba convincente de que la derecha está equivocada es el hecho de que el Partido Republicano ha cesado la mayoría de los esfuerzos para adaptarse a cambios en el electorado y una nueva demografía y se ha concentrado durante décadas en la supresión de los votos. Las elecciones presidenciales de 2000 entre George W. Bush y Al Gore elevaron cuestiones de integridad electoral a la conciencia estadounidense, especialmente después del controvertido recuento en la Florida. Si bien la supresión de votantes no fue el foco, se inventó una narrativa conservadora sobre el fraude electoral, que más tarde sentó las bases para la Gran Mentira de Trump sobre su derrota ante Biden y leyes electorales anti-democráticas.
Después de la elección de Barack Obama, algunos estados liderados por legislaturas republicanas comenzaron a aprobar leyes electorales más restrictivas. Estas leyes afectan desproporcionadamente a las comunidades minoritarias, los votantes jóvenes y otros grupos que tienden a votar por los demócratas, quienes son una mayoría en el país. Uno de los momentos más significativos en esta progresión es la decisión de la Corte Suprema de 2013 en Shelby County v. Holder, que invalidó partes claves de la Ley de Derechos Electorales de 1965. Esta decisión permitió que algunos estados cambiaran sus leyes electorales sin la aprobación federal, a pesar de sus antecedentes de supresión del voto. Esta decisión produjo una nueva ola de supresión. Las elecciones de 2016 intensificaron las disputas sobre este tema. Las denuncias de fraude electoral fueron una parte importante de la campaña del entonces candidato Trump, y estas afirmaciones persistieron entre la derecha, especialmente después de las elecciones presidenciales de 2020. Las elecciones de 2020 vieron un número sin precedentes de restricciones de votación propuestas a nivel estatal con legislaturas controladas por los republicanos. La justificación que a menudo se ofrece para estas medidas es garantizar la “integridad electoral”, aunque existe un consenso generalizado entre los expertos de que el fraude electoral es extremadamente raro en Estados Unidos y en esos raros casos las personas que cometen el fraude han sido de la derecha. Desde entonces, ha habido un aumento notable en las leyes que limitan el voto por correo, imponen requisitos de identificación más estrictos y reducen los poderes de los funcionarios electorales locales, entre otros cambios. Estas medidas están diseñadas para excluir electores que tienden a preferir los Demócratas y ayudar a los conservadores a ganar elecciones que de otro modo perderían. Estas medidas conservadoras pueden no tener éxito y, de hecho, ser contraproducentes, pero ciertamente están dañando la democracia.
Lo derecha se equivoca en muchos campos más. Estos incluyen una inclinación anti-ciencia, blanqueamiento de la historia del racismo, la normalización de la supremacía blanca, feroz oposición a medidas sensatas para control de armas, la desinformación desembocada, oposición a las vacunas y el negacionismo del cambio climático antropogénico.
En conclusión, no hay duda de que la derecha está equivocada porque el conservadurismo real en este país no ha sido fiel a sí mismo en las últimas cuatro décadas y ha devenido en un culto a Trump. Con suerte, el conservadurismo legítimo renacerá de sus cenizas pronto y nuevamente ofrecerá una alternativa al liberalismo, compasiva y basada en principios humanitarios, en un debate nacional robusto que respete la lógica y la razón.