Los gatos no comen guayabas, Mañiña
Si el pan nuestro de cada día en Cuba es un problema de seguridad nacional, el del mundo animal es otro tanto bien serio. Tanto en las granjas estatales, cooperativas o privadas, como en los hogares con par de gallinas ponedoras.
Esto de la alimentación animal no es cosa de juegos. Que hablen quienes se dedican a ello con el ganado vacuno y porcino. Hace poco visité una clínica dedicada a las aves en Infanta y San Rafael. La expresión de una vieja cotorra era todo un poema. Alguien le soltó un pedazo de pizza que le provocó cuidados intensitos. “A punto de morir”, confesó la veterinaria. No me lo van a creer, pero cuando despertó de la anestesia no hacía más que repetir “¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”.
Algunas mascotas, se me antoja aburguesadas, comen alimentos específicos para ellos, como ese pienso importado. Nada sorprendente si seguimos la rima de muchas decisiones gubernamentales que se apoyan en eso de “prácticas internacionales”.
Ignoro cómo despierta el lector. Cuando se trata de edad avanzada uno se levanta como abobado, torpe en movimientos y hasta de mal carácter con notable resistencia a recibir órdenes. Por ello, preparo la cafetera la noche anterior para evitar algún desliz operacional. Entonces al amanecer, abro la puerta que da a la escalera de servicios para que cierta brisa “purifique” el ambiente y mejore la claridad.
Es en ese instante cuando escucho la reprimenda de mi vecina Gladys que no puede menos que arrancarme la primera sonrisa del día al tiempo de una inquietante reflexión:
-¡¡¡ Mañiña, los gatos no comen guayabas!!!
Y habrá quien sostenga que si le disparan una “timba”, el animalito se lo zumba como pescado fresco. Por sobrevivencia y no placer culinario.