¿Diabetes? Bien, gracias
Detesto las comparaciones. Y desde niño, que conste. “Mira a Jorgito lo bien que se porta, es obediente y sus zapatos siempre están limpios”, escuché muchas veces. Y ya de grandecito, desde una tribuna “observen ustedes esto de la pobreza en Haití” o, por otro micrófono, que si en tal lugar brillan las gratuidades, como aquella Suecia de Olof Palme en que como todo estaba solucionado, la gente optaba por suicidarse implantando récords de los primeros en el mundo.
No son felices las comparaciones en inmensa mayoría. A veces pienso que son justificativas, para no enfrentar las verdaderas causas.
Y así tenemos la diabetes, esa peligrosísima enfermedad que trabaja en silencio, dispuesta a sacar de servicio cualquier órgano del cuerpo humano y que en Cuba debemos atacar con un mínimo de recursos para ser optimista.
Únicos nuestros especialistas cuando la detectan. Te explican la rigurosa dieta y a continuación, con esa palabra tan recurrente de estos tiempos, te espantan en plena cara “intente conseguir” el pescado, la leche descremada, los vegetales, el queso blanco…
Pero, además, que debemos controlarla constantemente. A ojo de buen cubero, sin tiritas ni glucómetros, a más o menos a apreciación corporal.
Muy mal que la estamos pasando por muchas causas o razones innecesarias de explicar. Todo, hasta un día en que nos llegue la hora de partir y otro especialista, el médico forense, reúna a la familia y en pocas palabras les cuente que “lo mató la diabetes”.