El valor oculto de una taza de café

Pudiera resultar simplista, ausente de un profundo estudio a cargo de un especialista de esos que a los treinta segundos de lectura debes abandonarlo mareado por tanto movimiento de cifras y porcientos, como cuando salías del famoso “sacatripas” del Coney Island de la playa de Marianao: ya en La Habana se puede uno tomar una tasa de buen café en cualquier rincón de la ciudad.

Y no le busquemos las cuatro patas al gato. Tal milagro es atribuido al sector privado, a esa proliferación de pequeños sitios convertidos en cafeterías que, por regla general, por obra y gracia de la competencia, se esmeran en el buen servicio y en eso que en otros tiempos era como una maldición en la facultad de Economía: la oferta y la demanda.

Mil pesos un paquete de Café La Llave, inalcanzable para la mayoría, aparece ya en muchos sitios de venta en la capital cubana. Sacadas las cuentas de inversión y ganancia, es negocio redondo para ofertar una taza al caminante y que venga eso tan socorrido del habla popular de “soplando afuera”.

El simple acontecimiento de una tacita del néctar, como metáfora de todo lo que pudiera venir por delante. Tal parece que después de tantas zancadillas, las autoridades han comprendido que deben asumir las riendas de los grandes negocios, de “los principales medios de producción”, como rezan las recomendaciones de los clásicos, y dejar en manos privadas o cooperativistas el resto de muchas actividades donde ha demostrado una incompetencia de campeonato.

Abriguemos la esperanza de que todo esto marche por buen derrotero, que una minúscula taza de café en plena calle pueda y deba llegar a todos por igual. Sea La Llave o El Candado. Me da igual.

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