Papa: ¿Limpia peceras?
El pasado día 13 de marzo, 2023, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, Francisco, cumplió 10 años de papado. En esa oportunidad nuestro corresponsal en La Habana escribió el artículo que reproducimos a continuación. Pero inevitable señalar que 10 años después, Francisco, renovador, incluyente, comprometido visceralmente con los marginados, enfrenta poderosos enemigos internos y externos. Limpiar peceras obviamente tiene un costo.
Por Manuel Alberto Ramy (Publicado el 21 de mayo del 2013)
LA HABANA – Cuando la fumata blanca se elevó al cielo y posteriormente anunciaron que el arzobispo de Buenos Aíres Jorge Mario Bergoglio era el nuevo papa con el nombre de Francisco, un amigo me llamó para conocer mi primera impresión. Respondí: “me huelo que este jesuita-papa vendrá en plan de ‘limpia peceras’”. (El limpia peceras, casualmente, es, como Su Santidad, oriundo de Suramérica.)
Utilicé con respeto el nombre de estos pececillos laboriosos encargados de eliminar impurezas y transparentar los cristales de la mansión acuática. Ese calificativo fue el primero que me vino a la mente al considerar la inmensa tarea del Francisco papa ante la herencia turbia y sucia que ambienta a la curia vaticana: línea demasiado comprometida en la práctica con asuntos terrenales (dinero, pedofilia tapada y demás) y, en no pocos casos, atrapada por la seudocultura imperante a escala global que la va encerrando en sí misma. Una iglesia de plástico o de salón, como se prefiera.
Después escribí un artículo en el que recogía los primeros detalles del Francisco obispo de Roma, deseando que de signos y señales de sencillez que venía dando pasara a la práctica. Recuerdo que opiné –y aún sigo opinando– que no esperaba cambios en temas como el celibato sacerdotal, la no ordenación de monjas al sacerdocio, etc., pero sí que actuaría con un compromiso activo en favor de la cacareada justicia social. Para él es un asunto de coherencia con una historia relatada por sus fieles argentinos; también pensé, sin ponerlo en letras, que haría visibles las operaciones del Banco Vaticano, institución que, según el Consejo de Europa, no cumple con las normas de transparencia financiera.
La transparencia
Pues bien, en estos días he leído en los cables que Ernst von Freyberg, nuevo presidente del banco, anunció que la institución se someterá a auditorías externas a fin de certificarse cumplidora de las reglas internacionales, especialmente en lo tocante a operaciones de blanqueo de dinero. Desde hace muchos años la pulcritud del Banco Vaticano ha estado cuestionada. En 1982, el italiano Roberto Calvi, conocido como “el banquero de Dios” gracias a sus estrechos vínculos con la curia vaticana, amaneció colgado en un puente londinense. En mayo de 2012, Ettore Gotti Tedeschi, fue despedido como miembro de la junta directiva del Banco, casi al unísono con el escándalo conocido como el Vatileaks, debido a la sustracción y filtración de documentos sensibles para la Santa Sede. Al parecer hay papeles y sucesos de diversa índole muy bien sellados.
Limpiar la banca es un paso –no el único– para irse deslindando de compromisos poco espirituales, como los que genera la seducción por acumular riquezas que a menudo condiciona el libre accionar de una iglesia extramuros, abierta a la periferia y comprometida con los pobres de la tierra a la que ha convocado el nuevo papa.
Recientemente el papa ha dicho: “Prefiero una Iglesia accidentada, a una que está enferma por cerrarse”. Y criticó aquellas ‘estructuras caducas’ que “no nos hacen libres, sino esclavos”, cita que tomo del servicio informativo católico Zenit org. La declaración implica un diagnóstico y éste prefigura una línea de acción: cambiar estructuras y salir a la inmensa calle del mundo.
La justicia social
El mundo en el que vive el papa Francisco y todos nosotros produce anualmente unos 13 mil millones de toneladas de alimentos para una población de 7 mil millones. Pero hay mil millones de hambrientos. No es preciso multiplicar panes y peces, sino distribuir más equitativamente la riqueza y los bienes –que fue muy probablemente lo que hizo Jesús. Y aquí viene el problema: cuando los pueblos y los movimientos populares asumen su papel de conquistar la dignidad propia de las personas –según la doctrina católica es un regalo de Dios–, las contradicciones con los poderes establecidos, tanto a nivel de países como de sus regentes globales, provocan la contraofensiva. Acciones que van desde el uso de los recursos económico-financieros, acciones militares directas o golpes a cara descubierta o los tapaditos (Honduras y Paraguay), así como el uso de los medios de comunicación que reproducen con eficacia la globalización imperante y van poniendo etiquetas vendibles para descalificar y destruir a los movimientos liberadores. Las etiquetas les ponen brazos a las ideas y entre izquierdas y derechas crucifican los renovadores intentos.
Bergoglio, Francisco, papa, es argentino y conoce el drama de nuestros pueblos y de los esfuerzos populares por alcanzar una vida digna y una justa distribución de la riqueza. Vivió la implantación por el expresidente Menem del neoliberalismo a ultranza, en el que cementerios y hasta una calle fueron privatizados. Solo faltó privatizar el sistema evacuativo de las personas que, de hacerlo, validaría la famosa frase de García Márquez: “Si la mierda valiera, los pobres nacerían sin culo”. Después siguió el despelote del famoso “corralito” y la sucesión vertiginosa de presidentes a corto plazo.
Bregar en el mundo de la geopolítica a partir de una iglesia pobre y para los pobres será uno de los grandes retos de Su Santidad, y ya ha escrito algo de su opinión de lo que debemos hacer los latinoamericanos: “Ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales”. (Prologo escrito en 2005 por el entonces arzobispo Bergoglio al libro del uruguayo Guzmán Carriquiry, titulado Una apuesta por América Latina).
Sin embargo, la unión imprescindible de nuestra región exige cambios radicales de estructuras e instituciones en nuestros países. La profundidad de los cambios genera conflictos sociales serios y entraña otros para algunos conceptos que poseen personas creyentes o no, pero especialmente para la iglesia católica. Los cambios deben ser radicales (cualquier otra vía son meros paliativos, como darle oxígeno a un moribundo. Basta asomarse a Europa), y al instrumentarlos es prácticamente inevitable el enfrentamiento con los poderes establecidos. Y esto lleva aparejado una confrontación ética y teórica: ¿Cuál es el límite de la libertad y de los derechos de las personas ante la demanda de una justicia distributiva? Interrogante válida.
El riesgo moral existe, es un drama que acompaña a las personas honestas, pero también muchos la usan como excusa o justificación para marginarse de los procesos de creación y apostar a la baraja de los poderes establecidos. ¿Qué cambios en la historia político-social de la humanidad se han producido sin costos sociales, limitaciones de inicio y marginaciones de personas y derechos?
La democracia contemporánea, por ejemplo, surgió limitando el voto al ingreso económico del ciudadano o excluyendo a las mujeres. La crisis ética de los honestos siempre existirá. Lamentable no asumir los riesgos morales que entraña el accionar en la dinámica social para construir y no comprometerse aunque sea desde un apoyo crítico a los cambios. Los cristianos en general y los católicos en particular tienen riqueza que aportar, una historia que les viene del estilo de vida de las primeras comunidades cristianas.
Tanto laicos católicos, como sacerdotes y jerarquías locales están siendo convocados por el papa Francisco a un cambio. ¿Abandonaran estas últimas su gusto por las poltronas acolchadas mientras critican bajo cuerda a sus pares y laicos que procuran caminos?
Vale anotar que Jesús, hasta donde consta, solo montó en burro una sola vez y fue días antes de su juicio y crucifixión; antes fue hombre de sandalia polvorienta y túnica más que gastada.
“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo Jesús ante una pregunta tramposa que consta en el Nuevo Testamento. Y de Dios son todos los hombres, en primer lugar, los marginados. Estos –no los gentiles, salvo uno, Pablo– asumieron junto a Jesús el riesgo moral de ser heterodoxos de la religión judía y pregonar una nueva esperanza.