A veces, las buenas palabras
La Oficoda (Oficinas del Registro de Consumidores) ha mejorado mucho en los últimos tiempos de cara a la atención de quienes deben acudir a solucionar diversos contratiempos relacionados nada menos que con la alimentación.
Ni nombres ni direcciones, como suelen ser estos casos de encomiable trato o todo lo contrario cuando salen a la luz pública. No son necesarios.
La esposa de un amigo, una mujer enferma, que no debe estar mucho en el ajetreo de la calle, le está haciendo el favor de llevarle sus mandados a una anciana de ochenta y tantos años que vive sola, como otras y otros tantos. Si bien puede caminar, no lograría avanzar más allá de veinte metros.
Allá va la enferma, en representación de otra enferma y la empleada de la Oficoda, que rebosa de salud, le dice que no, que, de eso nada, que debe presentarse la persona indicada en busca de la nueva libreta, donde se registran las entregas normadas. Insiste, pero no logra solucionar el problema.
Entonces, el marido de la mujer, perteneciente a esa estirpe de personas en extinción, que se toman las cosas con calma y por demás, anciano también, va directo hacia la ventanilla y conversa con la funcionaria que en menos de un minuto, sin mediar nada de por medio, absolutamente nada, le entrega la famosa libreta.
Todo, sin alteraciones, palabrotas, faltas de respeto, subidas de presión, escándalos o eso que conocemos los cubanos como encabronamientos.
De un lado, los buenos modales; del otro, capacidad para comprender los problemas. Y como conclusión, un golpe a la burocracia porque, a veces, con buenas palabras basta.