Aquel 4 de julio

Primera vez y quizás última en que me enfrentaba a todo un Marine sociable y conversador por su origen puertorriqueño.

Aurelio Pedroso

Progreso Weekly/Semanal

Residencia del embajador de EEUU en La Habana en épocas de Barack Obama. Atardecer bien caluroso del cuatro de julio de 2016. En la exclusiva zona de El Laguito, inundada de suntuosas mansiones, se respiraba una modesta alegría aparejada de un nivel de seguridad para nada aparatoso. Celebración del Día de la Independencia a la que nuestro José Martí ya había dedicado notables elogios a sus padres fundadores.

Allí estábamos invitados los pocos corresponsales de medios estadounidenses acreditados en La Habana, personalidades del gobierno, cuerpo diplomático, congregaciones religiosas y hasta los más notorios opositores (as) que gozaban del beneplácito de esa sede.

Un remake del filme Casablanca, pero en versión al aire libre. Hasta un piano estaba colocado en el jardín. Sólo faltaban Rick y Sam para colorear una imaginaria historia porque esbeltas hembras rubias había para hacer el casting.

Tanto calor, que los organizadores previeron obsequiar a cada invitado un abanico que al abrirlo era la bandera de las 50 estrellas. Detalle curioso, en un rincón de la pieza se leía Made in China.

Primera vez y quizás última en que me enfrentaba a todo un Marine sociable y conversador por su origen puertorriqueño. Nada corpulento. Tan normal como cualesquiera. A no dudar, entrenado en el arte de la guerra, respetuoso de ese lema “Siempre fieles”, pero algo debió torcer su camino de las armas para empuñar una trompeta y formar parte de la banda de ceremonias. Ya había estado en Cuba. Me atrevería a asegurar que para nada en misión secreta, sino muy personal, con un único objetivo: aprender de los grandes trompetistas cubanos. Un diálogo muy fluido, variado, respetuoso en el que no faltó ese chiste que contaba Francisco “Pancho” Aruca donde el cubano jode al puertorriqueño y viceversa. Una débil muestra de compenetración.

No podía ser de otras maneras. Cuando cada cual tiene bien claras sus ideas se puede conversar hasta con el lobo disfrazado de Caperucita, sea ella gringa, rusa o china.

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